Reconocer nuestra debilidad


¡Paz y bien!
Contra mi mismo confesaré mi iniquidad (Sal. 31, 5) y a tí, Señor, confesaré mi debilidad. Con frecuencia me abato y me entristezco por una pequeñez. Me propongo pelear con firmeza, pero, al sobrevenir una pequeña instigación, experimento una terrible angustia. Algunas veces hasta de las cosas más insignificantes nacen en mi graves tentaciones. Y cuando, por no sentirlas, me considero de alguna manera seguro, me encuentro casi derribado por el soplo más leve de contrariedad.

Mira, por lo tanto, Señor, mi bajeza (Sal. 24, 18) y fragilidad que tú bien conoces. Ten piedad de mí. sácame del pantano para que no me hunda (Sal. 68, 15) y allí quede desamparado para siempre.

Lo que más frecuentemente me avergüenza y me confunde en tu presencia es constatar que soy muy débil y abúlico para resistir al ataque de pasiones. Y aunque yo no las consienta enteramente, sin embargo, me es molesta y pesada su persecución y me angustia vivir así, continuamente en lucha. Mi debilidad aparece aún más clara por el hecho de que los pensamientos que siempre debería detestar me invaden más fácilmente de lo que hacen para retirarse.
Bendiciones!


Reflexión del día de La Imitación de Cristo.

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