26 de junio de 2010

Los indecisos


"Confía en Yavé sin reserva alguna;
No te apoyes en tu inteligencia.
En todas tus empresas tenle presente
y el dirigirá todos tus pasos."
(Prov. 3, 5-6)

¡Paz y bien!

Algunas personas temen tanto equivocarse que prefieren esquivar cualquier riesgo y llegan a vivir como refugiados. No quieren decidir, no quieren arriesgar, se les hace insoportable la responsabilidad.

Las personalidades tímidas, vacilantes, inseguras suspiran siempre por tener a su lado a dictadores, aunque a veces éstos se revistan de la modesta apariencia de consejeros. ¿Que debo hacer? preguntan siempre, con la esperanza de que una receta a los libere de una decisión personal. No quieren decidir, no quieren arriesgar, se les hace insoportable la responsabilidad. Otros, son excesivamente razonadores y se ahogan en la perplejidad, Acusan un sorprendente miedo a la realidad. Son individuos que retrasan siempre sus decisiones, porque los paraliza su ansia de seguridad y su terror al riesgo. Siempre les parece que aún no han reflexionado lo suficiente.

Quizá son personas que fueron educadas con excesiva dureza o con excesiva blandura y que sufrirán mucho en su vida a consecuencias de ese apocamiento de carácter. Es como si hubieran quedado heridas en el núcleo de su personalidad. Y son heridas que sangrarán por mucho tiempo y que harán difícil asumir el riesgo de sus decisiones personales y superar el desánimo de posibles frustraciones.

El verdadero consejero, el verdadero educador, jamás debe dejarse seducir por esa suerte de compasión que lo llevaría a limitarse a prescribir acciones, recetar criterios e imponer conductas. Educar exige ayudar al perplejo a reconocer su verdadero problema, dejándole luego la responsabilidad de tomar el mismo sus decisiones. Sin embargo, para algunos padres y educadores la gran norma pedagógica parece ser esta: en caso de duda, apueste usted por estarse quieto.

Una mentalidad de gran resistencia a complicarse la vida, un talante de desusada exigencia de garantías. Tmen tanto equivocarse, que prefieren esquivar cualquier riesgo y llegan a vivir como refugiados: se vuelven solemnes y secos, quizá perfectísimos y superprevisores, vivirán con un método y una higiene absolutos, pero quizá eso no sea vivir.

No se trata de apostar por la irreflexión, la frivolidad o el aventurismo barato. Pero cualquier objeto medianamente valioso está rodeado de unas tinieblas por las que hay que avanzar en terreno desconocido. Toda empresa, todo camino en la vida, tiene algo de riesgo, de apuesta, de salto en el vacío y es preciso asumirlo. Si no, más vale quedarse en la cama el resto de la vida.

Para no quedarse habitualmente paralizados ante la duda, para no tirar la toalla en la primera dificultad, para no cambiar inmediatamente de objetivo en cuanto éste se presenta costoso, para todo eso es preciso educar y educarse en un ambiente de cierta resolución ante los habituales problemas de la vida. Imponerse el cumplimiento de actos que a uno le cuestan, obligarse a decidir a un plazo determinado, no sustraerse a la realidad por dura que sea.

Así, poco a poco, con la ayuda del Señor, depositando toda la confianza en Él, la voluntad de cambio se ira consolidando.

Bendiciones!


Sobre un texto de Alfonso Aguiló

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