Hacer un mea culpa


El Señor viene hablando de aquellos de su generación que no creían en Juan Bautista. En el evangelio de hoy en el que Jesús dice "¿Con qué podré comparar a esta gente? Es semejante a los niños que se sientan en las plazas y se vuelven a sus compañeros para gritarles: 'Tocamos la flauta y no han bailado; cantamos canciones tristes y no han llorado'. 

Anoche asistí a la misa en recordatorio al cumpleaños de mi madre, habría cumplido 105 años y la lectura del evangelio de hoy le calza perfecto. Pensaba en esas misas a las que las personas “asisten” pero “participan” muy poco tirando a nada (me incluyo, por eso el mea culpa). 

A veces se escuchan las respuestas a lo que dice el sacerdote pero a veces no se escucha o se escuchan varios que hablan a la vez o cantan desordenadamente; cada uno va a su ritmo. Se ve en la propia disposición en los bancos: todos bien separados unos de otros y, muchas veces, poniéndose la mayoría allá al fondo de la iglesia donde tantas veces ni se escucha ni se ve ni se entiende nada. 

“Asisten” a misa, como si estar presentes en el momento de la celebración, diese unas gracias especiales a los que están allí. Pasan unas lecturas que no se entienden y, cuando llega el momento de la comunión, no hay nada de “comida en común”. Como mucho es un momento para encerrarse más dentro de cada uno.

Y en esa confusión, la voz del sacerdote o la del guía que no son claras.., el mensaje no llega y la enseñanza queda trunca y uno sale como si nada. Hay momentos y momentos, el saludo de la paz es uno de ellos; asistí a misas donde se daba al final porque hacerlo antes de la comunión solo trae una distracción al espíritu, donde no todos se saludan o de lejos, levantan la mano o el pulgar para arriba o las dos manos con las palmas para arriba enviando el saludo de paz y el sacerdote continúa con la misa cuando la mayoría sigue saludándose.

Por eso las palabras de Jesús sobre esos niños que oyen tocar la flauta a los otros y no bailan y les oyen cantar lamentaciones y no lloran, me han recordado a estas misas. Son frías, impersonales. Es difícil ver que es una comunidad la que se reúne a celebrar con gozo su fe, a escuchar la palabra y a compartir el pan de la eucaristía. Es difícil ver el sentido a esas misas, que son más “ritos vacíos” que auténticas “eucaristías”.

Quizá es que los que van así a misa piensan más en su salvación individual que en encontrarse los hermanos para comprometerse a seguir a Jesús. Pero eso tiene poco que ver con el sacramento que instituyó Jesús en sus comidas con los discípulos y, sobre todo, en la Última Cena.

La palabra de hoy es la puerta abierta a la reflexión sobre nuestra actividad apostólica, pastoral; una invitación a mirar nuestro trabajo para el Señor; sobre todo hoy, que en las grandes ciudades la Iglesia parece se quedó con una sola oveja solamente. Este evangelio, es un llamado a la autocrítica; salir del círculo simpático de los creyentes sin problemas, mirar más allá de nuestras ceremonias renovadas y estar dispuestos a que nos critiquen como a Jesús. Ir más allá del desierto.

Paz y bien!

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Sobre textos de Fernando Torres, Ciudad Redonda / Archivos del blog

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