Diciembre, mes de humildad, silencio y oración
El evangelio de hoy ─Mt 1, 18-24─ describe el momento en que le es revelado en sueños a José que nacerá Jesús. Nos presenta a un hombre justo que ante lo incomprensible elige la obediencia en silencio. Al mismo tiempo, tiene enfrente un dilema personal y social por las reglas de la sociedad en que el vivía: María embarazada ¡un escándalo! «no queriendo ponerla en evidencia, pensó dejarla en secreto» dice el evangelio. En ese momento interviene Dios, como decimos ahora, para calmar las aguas.
José decide asumir su misión con humildad; en silencio. Y este es un buen punto porque si lo trasladamos a lo que vivimos diariamente, también nos encontramos que debemos optar entre el ruido del mundo y el silencio, la voz suave de Dios. «Después hubo un terremoto, pero Yahvé no estaba en el terremoto. Después brillo un rayo, pero Yahvé no estaba en el rayo. Y después del rayo, se sintió el murmullo de una suave brisa. Elías al oírlo se tapó la cara con su manto, salió de la cueva y se paró en su entrada» (1 Reyes 19: 12-13). Ahí estaba Dios
En una sociedad convulsionada, donde se vive a las apuradas y con ruidos constantes, encontrar momentos para el silencio interior se vuelve fundamental. Solo allí, en ese estado, podremos discernir cual es la voluntad de Dios. No es fácil, requiere paciencia y humildad.
El nacimiento de Jesús no sucede en un palacio ni en circunstancias extraordinarias. Se gesta en el seno de una familia humilde, donde José y María responden con fidelidad y amor. Dios actúa en lo ordinario de nuestra vida: en el trabajo que realizamos cada día, en las pequeñas acciones que nos acercan a los demás.
Amigos, diciembre es el mes en el que la humildad, el silencio y la oración deben marcar nuestros tiempos; es el mes de la expectativa de la venida del Señor Jesús.
Es Cristo el que ha de venir y ha de venir para salvarnos; somos nosotros los beneficiados con su venida.
Ese Cristo que es nuestro hermano, primogénito de todos los predestinados, como lo llama San Pablo; nuestro hermano que debe comprendernos y ayudarnos; que es nuestro amigo, que recibe todas nuestras confidencias y en el que podemos volcar todas nuestras angustias; que es nuestro compañero de trabajo, pues lo tenemos junto a nosotros en todos los momentos de nuestros días y en todas nuestras actuaciones.
Ese Cristo que es nuestro redentor, por cuya muerte nosotros tenemos vida: la vida de la gracia; que es nuestro salvador, que nos liberó de la muerte de la condenación y de la muerte del pecado, de la esclavitud de nuestras propias pasiones.
Ese Cristo que es nuestro Dios, a quien le debemos adoración profunda y amor sin límites. Ese es el Cristo que tiene que venir y para cuya venida nos estamos preparando durante este tiempo de Adviento que es el mes de diciembre.
Paz y bien.
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