El adviento nos envuelve


1º Domingo de Adviento - Ciclo C - Lc 21, 25-28. 34-36

Esperar supone una vigilancia constante y responsable. Hay personas que esperan acontecimientos no del todo definidos en su vida. Esperan cosas de manera global a través de un golpe de suerte o esperan situaciones después de un esfuerzo considerable.

La espera del cristiano es algo distinta. Nuestro esperar se mueve en el presente y en el futuro. Tenemos que esperar no desde nuestras expectativas sino desde el ritmo de Dios. Nuestra espera es gratuita, segura. Nuestra espera pasa por la confianza en Dios más que en nosotros mismos y en las cosas que nos rodean.

En la vida de fe se pierden muchas valiosas energías, cuando somos nosotros, quienes prescindiendo de Dios, queremos marcar el ritmo y la marcha de nuestra espera; la espera en Jesús es aceptar lo que ya sabemos, es aceptar el encuentro amoroso con el amor.

Adviento es tiempo de compromiso y requiere: estar atentos, despiertos y orando.

Atentos para que nada nos disponga a pasar por alto la venida del Señor. Hay muchas cosas que nos pueden distraer de descubrir al Señor. Es relativamente fácil alejarnos de Dios e incluso ocultarnos (como en el paraíso) de Él, pero es muy difícil mantenernos en Dios porque la realidad del mundo no ayuda.

Estar despiertos, saber descubrir en la noche de la vida las tinieblas de nuestro yo y ver la luz de Cristo que viene. El velar significa dejarse iluminar la vida por Jesús.

Y en oración. Esperar atentos y velando en oración. No es esperar de cualquier manera, sino en una actitud de hijo, de desvalido, de quien de verdad espera al Señor.

Cuando se ora, la espera no cansa sino que ensancha y transforma nuestro corazón. Pero ¿cuál es el horizonte de nuestra espera en oración? se pregunta el Papa Francisco; en la Biblia nos lo dicen, sobre todo, las voces de los profetas. Hoy, es la de Jeremías, que habla al pueblo sometido a la dura prueba del exilio y que corre el riesgo de perder su identidad. También nosotros, los cristianos, que somos pueblo de Dios, corremos el peligro de convertirnos en “mundanos” y perder nuestra identidad, e incluso de “paganizar” el estilo cristiano.

En este Evangelio, Lucas nos hace pensar en la segunda venida del Señor. Parece que un Adviento lleva a otro. Entre ambos, entre la primera venida y la segunda, que estamos esperando, transcurre nuestro tiempo, el tiempo de la comunidad cristiana. Es el momento, lo recordábamos la semana pasada, de hacer todo lo que podamos por mejorar el mundo, para hacerlo más justo y humano. Eso implica compromisos concretos con el “vía crucis” de cada día, que viven muchos pobres por todo el mundo. Ese compromiso lo debemos adoptar cada uno, para intentar forjar una sociedad distinta, más fraterna y justa. Compartir el amor que Dios ha derramado en nuestros corazones es una forma de estar vigilantes, mientras esperamos la segunda venida de Nuestro Señor, Jesucristo.

Con la segunda venida, la verdad que está oculta aparecerá a plena luz. Todos llegaremos a conocernos mejor. Estemos atentos, Porque Cristo nace cada día. Viene por mil puertas, de mil formas. Y viene trayendo los regalos y las bendiciones de Dios, Acojámoslo. No hace falta salir a su encuentro, Él nos visita. Y cuánto quisiera que le abriéramos la puerta.

Señor, que no me duerma; sacude la modorra de mi cristianismo mediocre y comodón; que no me deje arrastrar por el hedonismo que socava la vida espiritual. Abreme los ojos al horizonte que apunta el nuevo día, el día del encuentro, el Día que eres Tú. Quiero preparar mi corazón con el arrepentimiento y la penitencia por mis faltas, para que cuando llegue esta Navidad me encuentres preparado.

El que estuvo presente en su naturaleza, viene en su misericordia...


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Fuente: Biblioteca de Mas allá del desierto - Severiano Blanco, Ciudad Redonda

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