Ser hijo pródigo


Domingo 4 de Cuaresma, Lucas 15, 1-3. 11-32

Paz y bien.

Mientras tuvo dinero, aquel chico tuvo amigos y amigas, parecía feliz porque no le faltaba de nada. Pero en realidad no lo era. El estado de necesidad simplemente puso en evidencia la vaciedad de su corazón, la pérdida de su dignidad humana.

Hay una lógica en el bien y otra en el mal. Quien es bueno, aunque sea pobre o esté enfermo, puede ser un gran hombre, y saberlo. Quien hace el mal sabe que por ahí no lo es ni lo será. La dignidad del cristiano está en ser hijo de Dios. Quien comete pecado pierde la vida sobrenatural, y muchas veces hasta la dignidad humana. En ocasiones esto no se nota en la psicología o en la salud física; hasta que se entra en crisis, porque la vida sin Dios es un sinsentido. ¡Qué bueno es el sufrimiento porque hace recapacitar!

Volver en sí, dentro, en la conciencia, plantearse el sentido de la vida y de la muerte. Volver los ojos a Dios, que no nos limita con sus mandatos, y no está pronto al castigo. Al contrario, Dios es un Padre lleno de misericordia, que sufre al ver al hombre que se aleja de su verdad y sufre, y está pronto a conceder el perdón y a hacer fiesta. Ha hecho a cada un libre, y cada cual decide amar a Dios o marcharse. Él, sin embargo, espera al hombre que peca para que -libremente- vuelva a pedirle perdón. Porque el pecado es, en primer y ante todo, una ofensa contra el Cielo.

¡Cuándo aprenderemos que no vale la pena dejarse llevar por la tentación del pecado, que no compensa ni humanamente. Que es un engaño, y que se puede acabar... comiendo con los cerdos. Podemos ser muy felices y hacer felices a los demás, pero a veces no queremos. Sufrimos y hacemos sufrir. Hemos de hacer examen -volver en sí- y volver a Dios, que sólo desea nuestro bien.
¡Cuántas veces he de hacer de hijo pródigo cada día! No quiero quedarme en la caída; sí, me levantaré, volveré junto a mi Padre; volveré a ser el hijo que debo ser.
Fraternalmente,



Huellas de Jesús Martínez García

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