Semáforos
Paz y bien
El hombre es libre y por ser libre, tiene conciencia que le señala cual es el bien, que en su libertad ha de elegir y cual es el mal, que ha de rechazar.
La conciencia en muchas ocasiones es el semáforo verde, que da paso libre al actuar del hombre; pero otras es el semáforo rojo, que alerta sobre las prohibiciones del paso, del peligro de una colisión mortal.
Una ciudad dinámica no puede prescindir de los semáforos controladores del tránsito y el hombre de hoy, atormentado y golpeado por tantos incentivos, no puede prescindir de los semáforos de su conciencia que permite o prohíbe.
La conciencia es el juicio práctico de la razón humana, iluminada por los altos principios de la ley natural, que es la ley eterna de Dios, participada por la criatura racional. Como en mi ser dependo de Dios, también dependo de El en mi actuar.
Fraternalmente,
El hombre es libre y por ser libre, tiene conciencia que le señala cual es el bien, que en su libertad ha de elegir y cual es el mal, que ha de rechazar.
La conciencia en muchas ocasiones es el semáforo verde, que da paso libre al actuar del hombre; pero otras es el semáforo rojo, que alerta sobre las prohibiciones del paso, del peligro de una colisión mortal.
Una ciudad dinámica no puede prescindir de los semáforos controladores del tránsito y el hombre de hoy, atormentado y golpeado por tantos incentivos, no puede prescindir de los semáforos de su conciencia que permite o prohíbe.
La conciencia es el juicio práctico de la razón humana, iluminada por los altos principios de la ley natural, que es la ley eterna de Dios, participada por la criatura racional. Como en mi ser dependo de Dios, también dependo de El en mi actuar.
Este es para nosotros un motivo de orgullo: el testimonio que nos da nuestra conciencia de que siempre, y particularmente en relación con ustedes, nos hemos comportado con la santidad y la sinceridad que proceden de Dios, movidos, no por una sabiduría puramente humana, sino por la gracia de Dios. (2 Cor 1, 12)No son los hombres los que en último término deberán juzgarnos, sino el Señor; si el nos aprueba, no importa mayormente que los hombres nos desaprueben; aunque si los hombres nos desaprueban, deberemos examinarnos para ver si Dios nos aprueba.
Fraternalmente,
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