17 de marzo de 2013

No hay cambio sin no hay encuentro con El


Domingo 5 de Cuaresma - C - Juan 8 1 - 11

Paz y bien

Le piden que dé su veredicto. Jesús trae una nueva ley superior a la de Moisés en contenido y exigencias. No se trata de cumplir mecánicamente lo que hay que hacer, sino ir poco a poco teniendo un corazón limpio y una mirada limpia de la que salga todo el amor y bondad de la que se es capaz. Tener un corazón limpio es la mejor manera de entender las exigencias del Evangelio y saber aplicar las normas con una recta justicia.

Hay ocasiones que en la pastoral de Iglesia se producen acciones que nos despistan o que pueden incluso confundirnos. Si entendemos mal lo que es la justicia que Jesús quiere y, llevados de una falsa comprensión de la caridad dejamos que el pecado siga estando en el pecador, y lo que es más triste, que tratemos de justificar el pecado en nombre de la comprensión humana, estaremos haciendo un flaco servicio al amor de Dios. Es delicado tratar el pecado sin la comprensión de Dios porque siempre podemos encontrar explicaciones racionales a las cosas que hacemos. Mirar el pecado más allá de nuestras limitaciones humanas es darnos cuenta que la libertad del ser humano no siempre va orientada hacia su libertador. Ser profeta es descubrirle al otro la dimensión de su pecado y la llamada a la misericordia de Dios en un cambio real de vida. No estamos llamados los cristianos a ser catalogadores de pecados ni de pecadores, estamos invitados a ser los proclamadores de las misericordias de Dios para con los que se arrepienten. No caigamos en la trampa de pensar que utilizando la sola comprensión de las ciencias humanas (psicología, sociología...) llegaremos a entender la hondura real del pecado. El pecado es otra dimensión que sólo los espirituales pueden sondear y sanar indicando al pecador el camino del encuentro con Jesús.

Peco y soy como soy no porque haya nacido en una familia desestructurada y mi infancia esté llena de dolor, y en mis años de juventud tuve todo tipo de vicios... El pecado está presente en mi vida, soy presa del pecado, porque todavía no he tenido un encuentro cara a cara con el Señor que sea tan fuerte que transforme mi vida...

El origen del pecado no es el pasado de mi vida. El pecado siempre es presente, siempre es ausencia de Dios en este momento de mi vida... Superar el pecado es comenzar una vida nueva donde el pasado queda ya olvidado y sólo queda mirar hacia adelante. La vida nueva es el encuentro real con Jesús.

Si Jesús perdonaba a la mujer le acusarían de contradecir la ley de Moisés y fomentar el pecado, cosa indigna en quien profesaba la rectitud y la pureza de un profeta.

¿Cómo solucionó Jesús este laberinto donde se confunde ley con misericordia?

Al principio se comportó como si no le diese importancia al asunto. Es la única vez que la Palabra menciona al Señor escribiendo. Cuando nos proponemos cosas difíciles no hemos de precipitarnos a la hora de responder sino contar diez antes de hablar.

El Maestro nombrado juez por aquellos da un salto espiritual y va más allá de lo meramente jurídico, va al corazón de los acusadores y allí encuentra las mismas miserias que condenaban en aquella mujer.

Le insisten nuevamente con más preguntas. Esperan una respuesta. Jesús volvió contra ellos mismos el veredicto que formulaban contra la mujer. Ellos pedían un veredicto legal y Jesús les ofrece un veredicto desde sus conciencias.

La conciencia es la luz de Dios depositada en el interior de cada persona, y una palabra de Cristo puede reavivar esa luz y poner la oscuridad del pecado a la amorosa presencia de Dios. El pecado nunca podrá ocultar la luz de Dios. Pase lo que pase en la vida de una persona siempre podrá volverse a la luz limpiadora de Cristo.

Les dijo que el que no tenga pecado que tire la primera piedra. No les está hablando de los pecados que habían cometido en el pasado, les está preguntando por sus pecados de hoy. Uno a uno se marcharon.

La mujer se quedó a solas con Jesús. Ella no trata de culpar a los otros ni disculparse con elaborados razonamientos. Sólo se quedó esperando el veredicto que los otros demandaban. El Señor no le dijo "Vete y haz lo que quieras", sino que le urgió: "Vete y no peques más". Ya saben ustedes que en el camino de nuestra vida material el encuentro con Jesús no es definitivo; una y otra vez estaremos escuchando esa frase de "Vete y no peques más..." hasta llegar al encuentro definitivo donde la frase de Dios será otra: "Vengan benditos de mi Padre..."

No es suficiente reconocer el pecado; hay que cambiar el pecado por vida nueva.

Miro mi vida siempre al borde de la tentación y me miró frágil en mis adentros. Mi misión es predicar el amor de Dios pero me encuentro muchas veces con normas , reglamentos, ideologías, que quieren imprimir en mí otra mirada distinta a la de Jesús. Pido a Dios que no me haga juez de los demás, que me dé mirada limpia para saber que más allá del pecado siempre hay un ser humano sediento de misericordia. Pido a Dios su sabiduría para ser un fiel testigo del justo amor de Dios.

Una persona puede tener muchos pecados, pero los cristianos, incluso en esas situaciones que nos sumergen en el lodazal del pecado, tenemos que decirnos una y otra vez: "no estoy orgulloso de mis pecados... me avergüenzo de ellos..." Este ejercicio lo hago con frecuencia en mi vida. No quiero estar orgulloso de mis pecados, sólo quiero estar orgulloso de lo que Cristo con su sangre hace cada día por mí.

Hay personas que creen que nunca van a superar sus pecados y miserias humanas. A estas personas hay que recordarles que es necesario ese encuentro, ese silencio meditativo, ese saber estar cerca de Jesús para sentirse perdonado por Él y ese perdón nos llevará siempre a un cambio real de vida. No hay cambio si no hay encuentro con Él, aunque sea que por motivo de un pecado nos hayamos acercado al encuentro con su misericordia...

Fraternalmente, 

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