31 de agosto de 2010

No se debe creer a todos: las palabras engañan fácilmente


¡Paz y bien en Cristo Jesús y en la Virgen María!
"Si en este tiempo alguien les dice: aquí o allá está el Mesías, no le crean. Porque se presentarán falsos profetas, que harán cosas maravillosas y prodigios, capaces de engañar, si fuera posible, aún a los elegidos de Dios." (Mt. 24, 23-24)
Dice el salmo, Señor, dame tu ayuda en la tribulación porque es vano el socorro del hombre (Sal. 59, 13). Cuantas veces no encontré fidelidad donde más pensé que debía estar y cuantas veces la hallé donde menos lo esperaba. Por eso es ilusoria la esperanza puesta en los hombres, mientras en tí, mi Dios, está la salvación de los justos.

Bendito seas Señor y Dios mío, en todas las cosas que nos suceden. Somos débiles e inconstantes: fácilmente nos engañamos y cambiamos de parecer.

¿Que hombre hay que sea tan cauto y tan cuidadosamente en todo, que sepa controlar siempre a si mismo de manera que nunca caiga en algún engaño o incertidumbre? El que en tí confía, Señor, y te busca con pureza de intención, no caerá con tanta facilidad. Y si le sobreviene alguna tribulación, de cualquier manera que esté en ella envuelto, pronto lo librarás, o será consolado por tí, porque tu no abandonas a quien espera de tí.

Es cosa rara un amigo constante y que lo sea en todas las angustias del amigo. Pero tu, Señor, tu solo eres plenamente fiel y fuera de tí no hay otro semejante. Que profunda sabiduría tuvo aquella santa alma que pudo decir: "Mi espíritu está firme y cimentado en Cristo" (Santa Agueda); si fuera así para mí, no me atormentaría tan fácilmente el temor humano ni me lastimarían los dardos de las palabras.

¿Quién puede preverlo todo? ¿Quién puede ampararse de los males futuros? Si también las desgracias que eran previstas, con frecuencia provocan lesiones ¿cómo no herirán gravemente las imprevistas? ¡Miserable de mi! ¿Por qué no he tomado las debidas precauciones? ¿Por qué confié tan fácilmente en los demás. Señor, ¿a quién creeré? ¿A quién sino a tí? Tu eres la verdad que no engaña ni puede engañarse.

Con cuanta prudencia nos advertiste que nos guardáramos de los hombres que los enemigos del hombre son los de su casa (Mt. 10, 36) y que no debemos prestarle atención al que afirma está aquí o esta allá. Lo he aprendido en escarmiento propio y ojalá me sirva para no continuar con mi imprudencia. Pon en mi boca la palabra verdadera y segura y aleja de mí el lenguaje torcido. Lo que no quiero sufrir de los demás, yo lo quiero evitar de la manera más absoluta.

Qué lindo es y cuanta paz produce guardar silencio acerca de los demás, no creer todo indistintamente y no contarlo con ligereza a los otros en la primera oportunidad; abrir el propio corazón a pocos; buscarte siempre a tí que conoces el interior de las almas; no dejarse arrastrar por cualquier viento de palabras, sino desear que todo, dentro y fuera de tí, se cumpla según tu voluntad.

Para guardar la gracia celestial muy seguro es huir de las apariencias humanas, no ambicionar lo que externamente causa admiración y seguir con todo cuidado lo que asegura la enmienda de la vida y el aumento del fervor.

¡Que lamentables consecuencias ha tenido para muchos una virtud por todos conocida y muy pronto ensalzada! Por el contrario, de cuanta utilidad fue una gracia conservada en el silencio durante esta frágil vida de la cual, con razón, se afirma que es toda tentación y lucha.

Que el Señor los bendiga.

Claudio


De La Imitación de Cristo, reflexión del día.

30 de agosto de 2010

Sabrás


¡Paz y bien en Cristo Jesús y en la Virgen María!
Sabrás del dolor de estar solo
y de la pena de estar con muchos.

Sabrás de la soledad de la noche
y de la longitud de los días.

Sabrás de la espera sin paz
y de aguardar con miedo.

Sabrás de la traición de los leales
y de la dura crueldad de los que se sienten perfectos.

Sabrás que ya es tarde
y casi siempre imposible

Sabrás de la deserción de los tuyos
y del desprecio de todos.

Sabrás que no se te perdona
y nadie te entiende.

Sabrás que eres el último y tal vez menos.

Sabrás también...
que el dolor redime,
que la soledad cura,
que la fe agranda,
que la esperanza sostiene,
que el olvido mitiga,
que el perdón fortalece
y que todo está en tí y contigo esta Él.

Juan XXIII

Que el Señor los bendiga,

Claudio

29 de agosto de 2010

Andar en la verdad

¡Paz y bien en Cristo Jesús y en la Virgen María!

Evangelio del 22º domingo, tiempo ordinario, ciclo "C"
Un sábado, Jesús fue a comer en casa de uno de los jefes de los fariseos, y éstos estaban espiándolo. Mirando cómo los convidados escogían los primeros lugares, les dijo esta parábola: "Cuando te inviten a un banquete de bodas, no te sientes en el lugar principal, no sea que haya algún otro invitado más importante que tú, y el que los invitó a los dos venga a decirte: 'Déjale el lugar a éste', y tengas que ir a ocupar, lleno de vergüenza, el último asiento. Por el contrario, cuando te inviten, ocupa el último lugar, para que, cuando venga el que te invitó, te diga: 'Amigo, acércate a la cabecera'. Entonces te verás honrado en presencia de todos los convidados. Porque el que se engrandece a sí mismo, será humillado; y el que se humilla, será engrandecido". Luego dijo al que lo había invitado: "Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque puede ser que ellos te inviten a su vez, y con eso quedarías recompensado. Al contrario, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los cojos y a los ciegos; y así serás dichoso, porque ellos no tienen con qué pagarte; pero ya se te pagará, cuando resuciten los justos. (Lc 14, 1. 7-14)
El título del post se refiere a la famosa frase de Santa Teresa de Jesús: humildad es andar en verdad. La humildad es, entonces, vernos tal cual somos; es saber y reconocer lo que valemos ante Dios. Y ¿qué valemos ante Dios? Realmente nada. ¿Qué somos ante Dios? Tampoco nada.

Responder estas preguntas adecuadamente; es comenzar a andar en verdad. Es apenas comenzar a darnos cuenta de lo que es ser humilde. Y luego de ese reconocimiento de nuestro “cero” valor ante Dios, nos queda un larguísimo trecho para llegar a ser humildes, para andar ese camino de la humildad.

Sin embargo el problema está en que la humildad es una virtud despreciada por el mundo ... y al orgullo se le da un gran valor.

El mundo nos vende la idea de que los primeros puestos son los mejores, de que las glorias humanas y los reconocimientos humanos son muy importantes, de que los privilegios y el poder son muy necesarios, de que creernos una gran cosa es bueno. Como vemos: todo lo contrario a lo que significa la humildad.

Y el mundo últimamente nos está vendiendo una idea que se nos ha metido por todos lados: la llamada “auto-estima”, la cual es todo lo contrario a la humildad. Recordemos que nada valemos ante Dios, nada somos sin Dios. De nuestra cuenta sólo podemos y sabemos pecar. Dice San Alfonso María de Ligorio que no somos capaces por nosotros mismos de hacer nada bueno, y que cualquier bien que hagamos viene de Dios y cualquier cosa buena que tengamos pertenece a Dios.

San Ignacio de Loyola define la humildad como la renuncia de tres cosas: renuncia a la propia voluntad, renuncia al propio interés, y renuncia al propio amor. El propio amor o amor propio es justamente la auto-estima que tanto se nos pregona, para -supuestamente- poder ser felices, pero que nos aleja de ese andar en verdad que es el camino de la humildad.

El Señor nos recomienda en el Evangelio evitar los primeros puestos. Y los primeros puestos se refieren a esas cosas que nos vende el mundo: glorias, alabanzas, reconocimientos, poder, mando, honores, privilegios, creerse grande, querer ser grande y poderoso, alardear de lo mucho que sabemos, creer que podemos sin Dios, buscar ser reconocido, hacer las cosas para que nos crean muy buenos y muy capaces, creernos mejores que los demás, creernos que somos una gran cosa, creer que merecemos lo que tenemos y muchas cosas más, tratar de destacarnos, confiar en las propias fuerzas y no en Dios, buscar hacer nuestra propia voluntad y no la de Dios, etc., etc. ... Todas esta cosas nos las vende el mundo.

Pero la humildad es todo lo contrario: es hacer las cosas porque Dios las quiere y como Dios las quiere, no por destacarnos, ni por lograr reconocimientos; es buscar la gloria de Dios y no la propia; es no buscar, ni reclamar honores ni reconocimientos; es no hablar de uno mismo, ni alardear lo mucho que somos y tenemos; es saber que nada podemos sin Dios; es saber y reconocer que somos totalmente dependientes de Dios; es dar gracias a Dios por lo que somos, por lo que hacemos y por lo que tenemos; es saber que nada podemos sin Dios, pues nuestra fuerza está en Dios. Es creer, de verdad, que nada somos ante Dios.

Sin embargo, debemos tener en cuenta que la humildad no consiste en negar las cualidades que Dios nos ha dado –eso sería falsa humildad y no sería “andar en verdad”. La humildad consiste en saber y en reconocer que todo nos es dado por Dios. Lo que sucede es que el orgullo nos hace creer que esas cosas las logramos nosotros mismos.

Bendiciones, buen domingo.


28 de agosto de 2010

Hay más felicidad en dar, que en recibir

¡Paz y bien en Cristo Jesús y en la Virgen María!

Vivimos en una sociedad en donde prácticamente todo se compra y se paga. El trabajo, los servicios, la enseñanza, el deporte, el ocio…

Nuestra sociedad produce con frecuencia un tipo de hombre egoísta, insolidario, consumista, de corazón pequeño y horizonte estrecho, incapaz de amar con auténtica generosidad.

Es difícil en nuestra sociedad ver gestos verdaderamente desinteresados y gratuitos. Con frecuencia, hasta la amistad y el amor aparecen directa o indirectamente mediatizados por el interés y el egoísmo.

Por eso resulta duro a nuestros oídos escuchar la invitación desconcertante de Jesús: "Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote y quedarás pagado. Cuando des una comida, invita a los pobres…".

Jesús no critica la amistad, las relaciones familiares ni el amor gozosamente correspondido. Pero nos invita a reflexionar sobre la verdad última de nuestra conducta.

Amar al que nos ama, ser amable con el que lo es con nosotros, puede ser todavía el comportamiento normal de un hombre egoísta en donde el propio interés sigue siendo el criterio principal de nuestras preferencias y nuestra predilección.

Sería una equivocación creer que uno sabe amar de verdad y con generosidad por el simple hecho de vivir en armonía y saber desenvolverse con facilidad en el círculo de sus amistades y en las relaciones familiares. También el hombre egoísta ama mucho a quienes le aman mucho.

Saber amar no es simplemente saber tratar debidamente a aquél al que me liga una amistad, una simpatía o una relación social. Saber amar es no pasar de largo ante nadie que me necesita cerca.

Jesús pensaba en una sociedad en la que cada uno se sintiera servidor de los más necesitados. Una sociedad muy distinta de la actual, en la que los hombres aprendiéramos a amar no a quien mejor nos paga sino a quien más nos necesita.

Es bueno preguntarnos con sinceridad qué buscamos cuando nos acercamos a los demás. ¿Buscamos dar o buscamos recibir? Sólo ama el que es capaz de comprender aquellas palabras de Jesús: Hay más felicidad en dar, que en recibir.

Que el Señor los bendiga.

Claudio


J. Jauregui

27 de agosto de 2010

Senderos a la paz interior

¡Paz y bien en Cristo Jesús y en la Virgen María!
"Confía en Yavé sin reserva alguna; no te apoyes en tu inteligencia. En todas tus empresas tenle presente y el dirigirá todos tus pasos." (Pro. 3, 5)

"Que tus ojos miren de frente y tus párpados se dirijan derecho ante tí. Examina la senda en que pones tus pies. No te desvíes ni a la derecha, ni a la izquierda, aleja tus pasos del mal." (Pro. 4, 25-27)
Hijo, te conviene ignorar muchas cosas y estimarte como muerto sobre la tierra y como uno para el cual todo el mundo está crucificado. Hay muchas otras cosas, además, que debes escuchar con oídos de sordos; meditando, antes bien, sobre lo que más ayuda a aumentar la paz interior.

Es más fácil apartar la mirada de los asuntos que no gustan, dejando que cada cual siga su parecer, que meterse en porfiadas discusiones. Si tus relaciones con Dios son buenas y atienes a su criterio, te someterás con mayor facilidad a lo que él disponga.

Que el Señor los bendiga.

Claudio


Reflexión del día en La Imitación de Cristo.

26 de agosto de 2010

Consideraciones sobre la conversión de María Magdalena

¡Paz y bien en Cristo Jesús y en la Virgen María!
Un fariseo había invitado a Jesús a comer. Entró en casa del fariseo y se acostó en el sofá según la costumbre. En ese pueblo había una mujer conocida como pecadora. Esta, al enterarse de que Jesús estaba comiendo en casa del fariseo, compró un vaso de perfume y entrando, se puso de pié detrás de Jesús. Allí se puso a llorar junto a sus pies, los secó con sus cabellos, se los cubrió de besos y se los ungió con el perfume. (Lc. 7, 36-38)
Dice Jesús [1]
"Siempre vengo cuando alguien trata de comprender. No soy un Dios duro y severo. Soy misericordia viviente. Y más rápido que el pensamiento llego a quien se vuelve a Mí. Lo mismo hice con la pobre María de Magdala, que estaba tan inveterada en el pecado. Veloz fui con mi espíritu, apenas sentí que se levantaba en ella el deseo de comprender: comprender la luz de Dios y comprender su estado de tinieblas. Y me hice luz para ella.

Hablaba Yo aquel día a mucha gente, pero en realidad le hablaba a ella. No veía más que a ella que se había acercado, llevada de un impulso de su corazón, que luchaba contra la carne que la había esclavizado. No tenía ante mis ojos sino a ella con su pobre carita envuelta en la tempestad, con su forzada sonrisa que escondía, bajo se vestido que no era suyo; y que era un desafío al mundo y a si misma ese gran llanto interno. No veía más que a ella, a la ovejita metida entre las espinas; a ella que sentía náuseas de su vida.

No dije palabras llamativas, ni toqué un argumento que se pudiese referir a ella, que era bien conocida como pecadora, para no mortificarla y para no obligarla a huir, a avergonzarse a venir. No toqué ese argumento. Dejé que mi palabra y mi mirada bajasen en ella y fermentasen para que aquel impulso de un momento se convirtiese en el futuro glorioso de una santa. Hablé con una de las más dulces parábolas: un rayo de luz de bondad derramado para ella particularmente.

Y aquella tarde cuando entraba en la cada del rico soberbio, en la que mi palabra no podía fermentar para una gloria futura, porque era muerta con la soberbia farisea sabía bien que ella vendría, después de haber llorado mucho en su habitación donde pecó, bajo la luz de aquel llanto que había decidido su porvenir.

Los hombres que ardieron de lujuria, al verla entrar se alegraron en su carne y en su pensamiento. Todos menos Yo y Juan, la desearon. Todos creyeron que hubiese ido por uno se esos caprichos que bajo la presión del demonio, la arrojaban en aventuras imprevistas. Pero Satanás estaba ya vencido. Y sintieron envidia al ver que a ninguno de ellos se dirigía, sino a Mi.

El hombre ensucia siempre aún las cosas más puras, cuando solo es carne y sangre. Solo los puros ven lo justo porque el pecado no turba su pensamiento. Que el hombre no comprenda, esto no debe asustarlo. Dios comprende y es suficiente para el cielo. La gloria que viene de los hombres no aumenta con un gramo la gloria que es la suerte de los elegidos en el paraíso.

Recuérdatelo siempre. La pobre María de Magdala fue siempre juzgada mal en sus buenas acciones, pero no en las malas, que se prestaban a ser bocado de lujuria a la insaciable hambre de los libidinosos. Se le criticó y se le juzgó mal en Naim, en casa del fariseo; se le criticó y se le reprendió en Betania, en su casa. Pero, te repito: no importa la crítica del mundo, lo que importa es lo que piensa Dios.

Acuérdate siempre de lo siguiente: "No hago ninguna diferencia entre el que me ama con su pureza íntegra y el que me ama con una sincera contrición de un corazón que ha renacido a la gracia. Soy el salvador. Acuérdate siempre de esto. Ve en paz. Te bendigo."
Que el Señor los bendiga.

Claudio


[1] Revelaciones a María Valtorta, El Hombre-Dios, tomo 4º pags. 596 a 598

25 de agosto de 2010

El glorioso ministerio del Espíritu Santo

¡Paz y bien en Cristo Jesús y en la Virgen María!

San Pablo nos habla del anuncio de la buena nueva como relacionado intimamente al ministerio del Espíritu de tal manera que "no somos ministros de la letra sino del Espíritu Santo, pues la letra mata y el Espíritu da la vida" (2 Co. 3, 6). A este ministerio Pablo lo llama glorioso (versículo 8). Lo es porque constituye la clave de la misión de Cristo. Pablo proclama la buena nueva con la palabra de Dios, con la obras del Padre, como Jesús, con la eficacia de los prodigios y milagros, según los mandatos expresos de Cristo que han sido bien captados e interpretados por sus testigos directos y con el poder del Espíritu Santo (Rm. 15, 18-19), jamás sin ese poder.

San Pedro, por su parte, dice que anunciamos el evangelio en el Espíritu Santo, mensajes que los ángeles desean contemplar (1 Pe. 1, 12). ¡Tan importante es esta evangelización en el Espíritu Santo! Pablo además, cuando anunciaba y formaba las diversas comunidades cristianas, les dejaba al Espíritu Santo. Juan les enseña a los suyos que tienen y que la unción del Espíritu Santo y que no es necesario que nadie les enseñe, porque así como la unción les enseña deben permanecer en ello (1 Jn 2, 27). Obviamente, pues Jesús les ha revelado que el Espíritu Santo es Espíritu de la verdad.

Así obraban los primeros apóstoles con esa eficacia que se produce cuando se hace lo que Dios quiere y como Dios lo quiere. Pero lo más sorprendente de todo este plan de evangelización que manifiesta plenamente la función de los carismas en ella -tal como está revelado en los Hechos de los Apóstoles- es ni más ni menos la gran enseñanza de nuestro Señor: Él también, al venir al mundo y revelarnos la Buena Nueva, nos deja el Espíritu Santo para que nos conduzca a la verdad completa de lo que el mismo ha revelado y nos enseñe todo y hasta nos anuncie las cosas por venir, como lo hace en la práctica con el carisma profético.

¿Damos hoy lugar a esta verdad revelada, tal como se nos revela? La poca fidelidad al Espíritu Santo denunciada en el Concilio Vaticano II tanto por parte del clero como de los laicos, pondrán siempre en peligro el plan de Dios. No nos sorprenda entonces, si hay pocos frutos y si no mostramos al mundo que el poder de Dios es mayor que cualquier otro poder del mundo.

Que el Señor los bendiga.

Claudio


24 de agosto de 2010

La Eucaristía, prédica de Fernando Casanova

¡Paz y bien en Cristo Jesús y en la Virgen María!

El cuestionamiento principal en el proceso de conversión de Fernando Casanova fue la Eucaristía, ya que según los evangélicos, la partición del pan es una "imitación" de la última cena, sobre esto dice:
Yo enseñaba teología sistemática en dos instituciones evangélicas y había repasado bien la noción de la Santa Cena en el ámbito de nuestras iglesias. Nuestra celebración de la Santa Cena respondía a una idea accesoria de una imagen secundaria del partimiento del pan o de la eucaristía, según la cultura religiosa que fluía en nuestra tradición de parte de los grupos wesleyanos y bautistas de los cuales salieron nuestras denominaciones pentecostales. En consonancia con nuestra parca y escueta doctrina sobre este tema enseñábamos que la Santa Cena (o partimiento del pan o Eucaristía) era una remembranza de la cena pascual que tuvo Jesús con sus discípulos, que tenía un valor simbólico que aludía al sacrificio expiatorio de Cristo y cuya excelsitud estribaba más en el hecho de ser ordenanza (“hagan esto en recuerdo mío”) que de todo lo demás que pudiera constatarse en la Biblia, los Padres de la Iglesia y hasta en las iglesias de la Reforma protestante: "Celebramos de vez en cuando la Santa Cena porque Él lo mando como un acto simbólico de la muerte del Señor".
Hasta que el Señor le hizo comprender la profundidad de sus enseñanzas en el evangelio de San Juan, capítulo 6, especialmente desde el verso 54 en adelante. No obstante, él es el primero en reconocer que hubo otros temas importantes con los cuales tuvo que lidiar: la excelencia y el rol de la Virgen María en la historia de la salvación, el culto a la Virgen y a los santos, el primado de San Pedro, el papado, el bautismo de infantes y el sacramento de la Confesión. Siempre, sin excepción, encontró una respuesta contundente a favor de la Iglesia Católica Romana.



Que el Señor, los colme de bendiciones.

23 de agosto de 2010

El discernimiento espiritual - 3ª y última parte

¡Paz y bien en Cristo Jesús y en la Virgen María!

El discernimiento comunitario

1. Consiste en que un grupo de personas, unidas por un vínculo particular, quiere discernir la voluntad de Dios para realizar opciones que le ayuden a vivir la fe, la esperanza y la caridad, a la luz del compromiso con la Iglesia y con la sociedad.

2. Se trata de buscar, si la decisión que hay que tomar es conforme al proyecto evangélico y si responde a los tiempos de la Iglesia y a las exigencias de los hombres de nuestro tiempo.

3. Es una actitud de búsqueda desinteresada en la que cada miembro del grupo se siente corresponsable y colabora en la valoración de las mociones del Espíritu Santo para que el grupo como tal llegue a la decisión que agrade al Señor. El discernimiento comunitario puede aplicarse a una comunidad religiosa, aun grupo de oración o al compromiso evangélico.

Sus fundamentos

1. Lo primero es que cada miembro del grupo debe haber tenido una experiencia espiritual más o menos profunda. Supone una vida interior genuina que nos hace buscar la voluntad de Dios con libertad interior.

2. Es necesario haber vivido una experiencia fuerte de fe, tanto, personal como comunitaria. Experiencia que nos lleva al abandono en las manos de Dios, a la confianza en él; a la escucha de su Palabra de Dios que guía a las personas, a los grupos y a la historia. Dios interpela a la comunidad sobre su identidad y su misión apostólica. El grupo o la comunidad debe saber que todo don perfecto viene de arriba, de lo alto, viene de Dios. El discernimiento es espiritual y sólo puede lograrse con la ayuda del Espíritu Santo.

3. La oración tiene un lugar muy especial en el discernimiento espiritual. Oración, tanto personal como comunitaria. Oración humilde, llena de confianza filial con Dios, sintiéndose sus hijos y a la misma vez hermanos de los demás.

Condiciones psicológicas- espirituales

1. El propósito debe ser el buscar la voluntad de Dios Buscar el plan de salvación de Dios para todo el hombre y para todos los hombres, dentro y fuera de la Iglesia. Lo contrario es querer hacer prevalecer dentro del grupo la propia voluntad.

2. Es preciso purificarse de las pasiones, que pueden bloquear una auténtica relación interpersonal. Tales pasiones pueden ser la incomunicabilidad entre los hermanos, la envidia, los celos, la no participación en la alegría y en dolor ajenos.

3. Aceptar que los demás nos cuestionen, así como Dios a través de ellos. Esta disponibilidad nos desenmascara y descubre nuestros prejuicios y predeterminaciones. Nos ayudan a entender si buscamos el interés de Dios o nos buscamos a nosotros mismos.

4. Renunciar a toda autosuficiencia, a la pretensión de conocer en solitario la voluntad de Dios. Ésta se encuentra mediatizada por el testimonio y la experiencia espiritual de los demás, de la Iglesia y de la sociedad. Podemos encontrar la voluntad de Dios por medio de la experiencia, competencia y sensibilidad de los otros.

5. Dar cabida a los demás en uno mismo, en los propios puntos de vista y convicciones. Es una actitud de respeto a la persona de los demás, de sincera caridad evangélica, por encima de ciertas ideologías que dividen.

6. Es de vital importancia que el grupo o la comunidad se sienta parte de comunidades más bastas y de la Iglesia entera, viviendo sus orientaciones universales para no cerrarse en sí mismo.

El Padre Pío decía Yo invito a las almas a orar y esto ciertamente fastidia a Satanás. Siempre recomiendo a los Grupos la vida cristiana, las buenas obras y, especialmente, la obediencia a la Santa Iglesia.

Que el Señor los bendiga.

Claudio


22 de agosto de 2010

¿Cuántos se salvan?

¡Paz y bien en Cristo Jesús en la Virgen María!

Evangelio del Domingo 21º Tiempo Ordinario, Ciclo "C"
En aquel tiempo, Jesús iba enseñando por ciudades y pueblos, mientras se encaminaba a Jerusalén. Alguien le preguntó: "Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan?" Jesús le respondió: "Esfuércense por entrar por la puerta, que es angosta, pues Yo les aseguro que muchos tratarán de entrar y no podrán. Cuando el dueño de la casa se levante de la mesa y cierre la puerta, ustedes se quedarán afuera y se pondrán a tocar la puerta, diciendo: “¡Señor, ábrenos!” Pero él les responderá: “No sé quiénes son ustedes” Entonces le dirán con insistencia: “Hemos comido y bebido contigo y Tú has enseñado en nuestras plaza”'. Pero él replicará:”'Yo les aseguro que no sé quiénes son ustedes. Apártense de Mí todos ustedes los que hacen el mal”. Entonces llorarán ustedes y se desesperarán, cuando vean a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, y ustedes se vean echados fuera. Vendrán muchos del oriente y del poniente, del norte y del sur, y participarán en el banquete del Reino de Dios. Pues los que ahora son los últimos, serán los primeros; y los que ahora son los primeros, serán los últimos" (Lc. 13, 22 - 30)
El Señor nos habla de varias maneras sobre nuestro destino después de esta vida en la tierra. En una oportunidad describió la puerta del Cielo como estrecha, angosta y difícil, y la del Infierno como ancha, amplia y fácil. Por supuesto nos recomendó que nos esforzáramos para entrar por la puerta angosta que lleva al Cielo.

Los seres humanos nacemos, crecemos y morimos. De hecho, nacemos a esta vida terrena para morir; es decir, para pasar de esta vida a la Vida Eterna. Así que la muerte no es el fin de la vida, sino el comienzo de la Verdadera Vida … si entramos por la puerta angosta.

Nuestro destino para toda la eternidad queda definido en el instante mismo de nuestra muerte. En ese momento nuestra alma, que es inmortal, se separa de nuestro cuerpo e inmediatamente es juzgada por Dios, en lo que se denomina el Juicio Particular, el cual consiste en una iluminación instantánea que el alma recibe de Dios, mediante la cual ésta sabe su destino para la eternidad, según sus buenas y malas obras. (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica #1022)

La puerta ancha y la puerta estrecha se refieren a las opciones eternas que tenemos para la otra vida: el Infierno y el Cielo. Sin embargo, hay una tercera opción -el Purgatorio- que no es eterna: las almas que allí van pasan posteriormente al Cielo, después de ser purificadas, pues nadie puede entrar al Cielo sin estar totalmente limpio. (cf. Ap. 21, 27).

El comentario de Jesús sobre la puerta ancha y la estrecha se da a raíz de una pregunta que le hace alguien durante una de sus enseñanzas, mientras iba camino a Jerusalén. “Señor: ¿es verdad que son pocos los que se salvan?” Y Jesús “pareciera” que no responde directamente sobre el número de los salvados. Pero con su respuesta nos da a entender varias cosas.

Primero: que hay que esforzarse por llegar al Cielo. Nos dice así: “Esfuércense por entrar por la puerta, que es angosta”. Lo segundo que vemos es que la puerta del Cielo es “angosta”. Además nos dice que “muchos tratarán de entrar (al Cielo) y no podrán”.

Otro Evangelista refiere el mismo asunto así: “Entren por la puerta angosta, porque la puerta ancha y el camino amplio conducen a la perdición, y muchos entran por ahí. Angosta es la puerta y estrecho el camino que conducen a la salvación, y pocos son los que dan con él” (Mt. 7, 13-14). O sea que, según estas palabras de Jesucristo, es fácil llegar al Infierno y muchos van para allá ... y es difícil llegar al Cielo y pocos llegan allí.

¡Con razón nos dice el Señor que necesitamos esforzarnos! Y ... ¿en qué consiste ese esfuerzo? El esfuerzo consiste en buscar y en hacer solamente la Voluntad de Dios. Y esto que se dice tan fácilmente, no es tan fácil. Y no es tan fácil, porque nos gusta siempre hacer nuestra propia voluntad y no la de Dios.

Hacer la Voluntad de Dios es no tener voluntad propia. Es entregarnos enteramente a Dios y a sus planes y designios para nuestra vida. Es aún más: hacer la Voluntad de Dios es ceñirnos a los criterios de Dios ... y no a los nuestros. Es decirle al Señor, no cuáles son nuestros planes para que El nos ayude a realizarlos, sino más bien preguntarle: “Señor ¿qué quieres tú de mí”. Es más bien decirle: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu Voluntad. Haz conmigo lo que Tú quieras”.

Y ... ¿oramos así al Señor? Si oramos así y si actuamos así, estamos realizando ese esfuerzo que nos pide el Señor para poder entrar por la “puerta angosta” del Cielo. Pero si no buscamos la Voluntad de Dios, si no cumplimos con sus Mandamientos, si lo que hacemos es tratar de satisfacer los deseos propios y la propia voluntad, podemos estar yéndonos por el camino fácil y ancho que no lleva al Cielo, sino al otro sitio.

Que el Señor los colme de bendiciones!

Claudio

21 de agosto de 2010

El discernimiento espiritual - 2ª parte


¡Paz y bien en Cristo Jesús y en la Virgen María!

El itinerario del discernimiento espiritual. (Ignacio de Loyola)

1. Conquistar la libertad interior. Don del Espíritu santo y conquista del hombre. Toda predeterminación o prejuicio bloquea el proceso de conocimiento y de búsqueda de la voluntad de Dios. La exigencia es dejarse vencer a uno mismo y ordenar la vida sin dejarse determinar por ningún afecto desordenado. No hay que ocultar la dificultad que existe, tampoco se debe racionalizar ni negar; los obstáculos se han de reconocer, aceptar y dialogar con una persona madura que pueda ayudarnos para llegar a una mirada de fe y a un impulso de amor purificados. Todo nuestro ser debe orientarse en la búsqueda de la voluntad de Dios con gran ánimo y liberalidad: “Buscar las cosas de arriba donde está Cristo sentado a la derecha del Padre” (Col 3, 1-3)

2. La escucha de la Palabra. Dios se comunica mediante la palabra que libera. El hombre debe colaborar con si adhesión personal. San Ignacio recomienda, por lado pedir y por el otro desear lo que se pide en el plano de la salvación y de la perfección cristiana.

3. Prontitud para el cambio. Disponibilidad para cambiar lo que sea necesario en la vida personal, comunitaria y social. Sólo Dios es absoluto y necesario, lo demás es relativo. Es necesario optar por el plan de Dios y su voluntad. Hay que dejarse llevar por el Espíritu que hace nacer en nosotros los buenos deseos y nos da la fuerza para realizarlos. Renunciar al cambio es cerrarse a la novedad del Espíritu que puede abrir caminos nuevos que nos lleven a la intimidad con Dios y al encuentro con los hermanos. Veces pedimos al Señor el don de la castidad, pero no somos prudentes para impedir las ocasiones de pecado.

4. La experiencia de consolaciones y desolaciones. Como fruto de la resonancia interior que la Palabra de Dios suscita en nosotros con alternancia de euforia y de depresión. ¿Qué es la consolación espiritual? Cuando en el alma hay alguna moción interior que la inflama en amor a su Creador y Señor. También se llama consolación espiritual a todo aumento de fe, esperanza y caridad y a toda alegría interna que llama y a trae a las cosas celestiales y a la propia salud de su alma. Se trata de experimentar en los frutos del Espíritu en la vida personal.

5. La desolación es lo contrario a la consolación, es: turbación, obscuridad del alma, moción hacia las cosas bajas y terrenas, inquietud de varias agitaciones y tentaciones que mueven a desconfianza, sin esperanza, sin amor. Todo lo que conduce a la pereza, a una vida de tibieza y tristeza como separación de Dios. La consolación es energía del Espíritu santo para emprenderse y comprometerse en el llamado de Dios; la desolación lleva lejos del Señor y es signo de la acción en nosotros del espíritu malo que pretende desviarnos del camino.

6. La dinámica de una elección. Por medio de la experiencia del discernimiento de las mociones interiores se puede llegar a una elección según Dios, teniendo presente que el objetivo de la elección sea bueno e indiferente. Dios nos muestra su voluntad a través de la experiencia de consolaciones y desolaciones y por la experiencia de discernimiento de varios espíritus. Cuanto más profunda sea la experiencia espiritual, tanto más posible será desenmascarar las sutilezas del enemigo, el cual se transforma en ángel de luz; insinúa pensamientos aparentemente buenos que luego resultan ser espiritualmente nocivos.

Es necesario discernir el discurso de los pensamientos para ver si terminan en una cosa mala o destructiva o menos buena. El proceso de discernimiento, no exime de emplear las energías humanas, a saber: examinar serenamente los motivos en pro y en contra de una determinada elección, que ha de hacerse en tiempo tranquilo, cuando el alma no está agitada por varios espíritus y usa sus potencias naturales libre y tranquilamente.

San Ignacio nos presenta un itinerario concreto:

1. Precisar el objeto de la elección.

2. Fijar el fin: la gloria de Dios y su alabanza.

3. Pedir al Señor que oriente las mociones interiores hacia su voluntad.

4. Considerar las ventajas y desventajas del objeto de la elección sólo con vistas al fin.

5. Deliberar según motivos razonables.

6. Presentar en oración la elección hecha a Dios para que la confirme.

Es recomendable hacer cada día un examen de conciencia, sobre todo, al caer la tarde o antes de irse a dormir, para que con la ayuda del Espíritu Santo vayamos aprendiendo a discernir nuestra vida, manifestada en las acciones realizadas durante el día. Es también aconsejable que tengamos a mano la ayuda de un director espiritual que nos permita discernir los espíritus que vienen de Dios, del espíritu malo o simplemente de nuestra mente, veces iluminada por criterios mundanos.

Que el Señor los bendiga.

Claudio


Textos de P. Uriel Medina Romero

20 de agosto de 2010

Discernimiento, fe en el poder de la oración.


¡Paz y bien en Cristo Jesús y en la Virgen María!

Para ir complementando las reflexiones sobre discernimiento en espíritu que empezamos ayer, les acercamos una reflexión del Señor sobre las actitudes de Satanás, luego de su experiencia en el desierto (Lc, 4, 1-13). El texto, viene de la revelación de Jesús a María Valtorta, escrita el 24 de Febrero de 1944 y está -para quienes deseen leerlo- en la página 281/282 del 1º tomo de la colección El Hombre-Dios.
Dice Jesús:

"Lo has visto. Satanás se presenta siempre con ropaje benévolo y en forma ordinaria. Si las almas están atentas y sobre todo en contacto espiritual con Dios, advierten el aviso que las pone alertas y prontas a combatir asechanzas del demonio. Pero si las almas no hacen caso al aviso divino, se separan debido a pensamientos del todo humanos que entorpecen, si no buscan ayuda en la oración que las une a Dios y que da fuerzas al corazón humano; dificilmente pueden ver la trampa escondida bajo una apariencia inofensiva y helas aquí que caen. Librarse después de esa trampa si que es difícil.

Los dos senderos más comunes de Satanás para llegar a las almas son el sentido y la gula. Siempre empieza por la materia. Cuando esta ha sido derrotada y sujeta, el ataque continúa en las partes superiores del hombre. Primero la parte moral; el pensamiento con su soberbia y avidez; después el espíritu, al quitarle no sólo el amor divino, que ya no existe desde el momento que ha sido sustituido por otros amores humanos, sino también el temor de Dios. Entonces es cuando el hombre se entrega a Santanás en alma y cuerpo con la condición de poder gozar de lo que quiera y gozar siempre.

Tu has visto la forma en que me comporté: silencio y oración. Silencio. La razón es que si Satanás se presenta seductor y se acerca, se le debe soportar sin tantas impaciencias ni temores inútiles. Es menester reaccionar con valor a su presencia y a su seducción con la plegaria.

Es inútil discutir con Satanás, vencería él, porque tiene una lógica más fuerte. Nadie, más que Dios puede vencerle y por eso es necesario recurrir a Dios que hablará por nosotros, a través de nosotros. Enseñar a Satanás aquel Nombre y aquella Señal no tan sólo escritos en el papel o grabados en madera, sino escritos y grabados en el corazón. Mi nombre y mi señal. Contraatacar a Satanás tan solo cuando insinúa que él es como Dios, usando las palabras de Dios. El demonio no las soporta. A continuación, después de la lucha, viene la victoria y los ángeles ayudan y defienden al vencedor contra el odio de Satanás. Lo confortan como rocío del cielo, con la gracia que derraman a manos llenas en el corazón del hijo y la bendición que acaricia el alma.

Es necesario tener voluntad de vencer a Satanás y fe en Dios y en su ayuda. Fe en el poder de la oración y en la bondad del Señor. Entonces no puede hacer ningún mal."
Que el Señor los colme de bendiciones.

Claudio


19 de agosto de 2010

El discernimiento espiritual

¡Paz y bien en Cristo Jesús y en la Virgen María!
"Queda cada uno se examine a si mismo antes de comer este pan y beber esta copa; porque si come y bebe sin discernir el Cuerpo del Señor, como y bebe su propia condenación" (1 Cor. 11, 28)
La palabra "discernir" (del griego διακρίνω ó diakríno) se refiere a "darse cuenta", determinar , distinguir la verdad que está frente a uno. Aplicado al dominio espiritual, el discernimiento puede definirse como el arte o la ciencia por la que se reconoce el orígen divino o no, la orientación divina o no de lo que sucede en una persona o en un grupo, basandose en signos externos o las mociones interiores.

Viendo actuar a una persona puedo saber si esta o no apurada, si está de buen humor o no, si goza de salud o no; una serie de señales que identifico (discierno) me permiten darme cuenta de ello. La experiencia me ha enseñado también que se actúa de acuerdo a lo que se es: conozco por experiencia que una persona brusca no observa igual comportamiento que otra que es dulzura misma.

Si el Espíritu de Dios esta actuando en una vida obrará de acuerdo a lo que él es. La presencia del Espíritu de amor se dejará ver y reconocer en un comportamiento propio del amor. Si por el contrario es el Maligno el que se encuentra en acción en una vida, se dejará discernir del mismo modo porque tendrá un comportamiento conforme con lo que él es. El discernimiento espiritual o discernimiento de los espíritus consistirá pues en reconocer, a partir de las señales, que espíritu está actuando en una vida.

Jesús, Dios hecho hombre, no estuvo exento de ejercer este discernimiento. Es así que se lo ve, en el desierto, reconocer y desenmascarar a Satán que lo tienta. Además, Jesús nos invita al discernimiento y nos da la señal de los frutos como una clave cuando nos dice:
"Guardense de los falsos profetas. Es por sus frutos como lo reconocerán. Así todo árbol bueno produce buenos frutos, pero el árbol enfermo produce malos frutos. Un árbol bueno no puede dar frutos malos, ni un árbol enfermo dar los buenos" (Mt. 7, 15-18)
Entonces, distinguimos entre discernimiento personal y comunitario. Por el primero se entiende la búsqueda de la voluntad de Dios por una persona particular, por el segundo, la búsqueda realizada por la comunidad o por un grupo de personas que tienen algo en común, o en últimas por la Iglesia. Los dos aspectos, son distintos, pero no están separados. El segundo aspecto supone al primero, por un grupo o comunidad puede ponerse en camino de discernimiento en la medida que en que los individuos hayan hecho una profunda experiencia de Dios y se dejen guiar por el Espíritu en sus opciones. También el primero supone al segundo, en cuanto la escucha de dios pasa necesaria ente a través de la mediación de la Iglesia que lee los signos de los tiempos.

De la sociedad en que se vive. Cuando nos sentimos inspirados a tomar una opción determinada o una determinada orientación espiritual, es preciso medir esos impulsos con dos criterios fundamentales: La conformidad con la Palabra de Dios y la enseñanza de la Iglesia. Dejarse juzgar por la fe de la Iglesia: Rom 12, 6; 1 de Cor 14, 29- 32; 1 de Jn 4, 2) y el servicio para la edificación de la Iglesia como el fin para el cual el Espíritu Santo otorga los dones: 1 de Cor 12, 7; 14, 12- 26; lo contrario de la edificación es la división, que no puede venir del Espíritu Santo (1 de Cor 1, 10- 13) El Espíritu Santo es uno y no puede contradecirse.

Brevemente, San Juan en su primera carta nos sobre avisa que no aceptemos cualquier inspiración, sino, que más bien, como personas adultas en la fe sepamos discernir los espíritus: “Queridos míos, nos os fiéis de cualquier espíritu, sino examinad los espíritus, a ver si son de Dios” (1 Jn 4, 1ss) ¿Cómo saber realmente si una inspiración viene de Dios? ¿Cuáles son los criterios de discernimiento? De la doctrina Paulina se obtienen algunos criterios de discernimiento.

1. Los frutos. El espíritu bueno y el espíritu malo se reconocen por sus frutos. Para nada contradice la doctrina del Apóstol “La regla de oro evangélica”, que siempre será: “El árbol se conoce por sus frutos” (cfr Mt 7, 20) “La obras de la carne son manifiestas: fornicación impureza, lujuria…Por el contrario los frutos del Espíritu son: caridad, alegría, paz, bondad, fe, mansedumbre dominio propio” (Gál 5, 19-22; Ef 5, 8-10; Rom 7, 4- 5.19- 20)

2. La comunión eclesial. Los dones auténticos del Espíritu son los que edifican la Iglesia (1 de Cor 14, 4.12.269 Los carismas son dones fecundos para la Iglesia, sobre todo la profecía, la cual es una palabra eficaz que da paz, ánimo y confianza.

3. La fuerza en la debilidad. El Espíritu se manifiesta con signos de poder: milagros, seguridad para proclamar la Palabra y afrontar las persecuciones (1 de Tes 1, 4- 5; 2 Cor 12, 12) Son signos que resultan, tanto, más auténticos cuanto más contrastan con la debilidad del Apóstol (2 Cor. 2, 4, 12, 9)

4. La inmediatez de Dios. Seguridad de una vocación divina en la docilidad eclesia. Por una parte Dios da la certeza de la vocación (Rom 1, 1, Gál 1, 15;Fil 3, 12) y, por otra, una llamada debe ser autenticada por la comunidad eclesial (Gál 1, 18) y por sus responsables.

5. La luz y la paz. Los dones del Espíritu no son impulsos ciegos que suscitan dificultades y desorden (1 de Cor 14, 33) Esto vale de las manifestaciones extraordinarias, sino también de las mociones interiores: “La tristeza que es según Dios causa penitencia saludable e irrevocable, mientras que la tristeza del mundo engendra la muerte (2 Cor 7, 10) “porque el pensamiento de la carne es muerte, pero el pensamiento del espíritu es vida y paz” (Rom 8, 6; cf 14, 17- 18)

6. La comunión fraterna. Es el criterio más seguro e importante que revela los signos de la presencia del Espíritu (1 Cor 12) y garantiza una recta interpretación delos signos.

7. Jesús es el Señor. El criterio supremo de discernimiento es el alcance y las consecuencias que ciertas emociones o actitudes tienen respecto a Jesús: “Por eso les aseguro que nadie, movido por el Espíritu de Dios puede decir "Maldito sea Jesús". Y nadie puede decir: "Jesús es el Señor", si no está impulsado por el Espíritu Santo” (1 Cor. 12, 3). Confesar que Jesús es el Señor no es sólo pronunciar una formula, sino descubrir el secreto de su persona, proclamar su divinidad, adherirse a él por la fe y el amor, lo cual no es posible mas que con la gracia del Espíritu Santo.

El discernimiento y, especialmente, en los grupos de oración o comunitarios, es un tema en el cual debemos profundizar, porque un cristiano adulto es el que sabe reconocer, identificar, discernir la presencia y la acción de Dios y distinguirla de sus falsificaciones.

Que el Señor los bendiga.

Claudio


Fuentes: "El carisma de discernimiento" Jacques Custeau, s.j. / P. Uriel Medina Romero

18 de agosto de 2010

Tu eres mi gloria y el júbilo de mi corazón

¡Paz y bien en Cristo Jesús y en la Virgen María!
Señor, ¿qué es el hombre para que de él te acuerdes, o el hijo del hombre para que tu lo visites? (Sal. 8, 5) ¿Qué méritos ha alcanzado el hombre para que tú le dieras tu gracia?

Señor, ¿de qué puedo quejarme si me abandonas? ¿Qué podré alegar con justicia, si no me otorgas lo que te pido? En verdad, sólo una cosa puedo pensar y decir: Señor, nada soy, nada puedo, nada de bueno hay en mí, estoy vacío de todo y siempre voy hacia la nada. Y si no soy ayudado y fortalecido interiormente por tí, me vuelvo enteramente tibio y falto de vigor.

Pero tú, Señor, siempre eres el mismo y como tal permaneces eternamente (Sal. 101, 28, 13): inmutablemente bueno, justo y santo; haciendo las cosas bien con justicia y santidad y ordenándolas con sabiduría. Pero yo, que soy más propenso para retroceder que para progresar, no me mantengo siempre en la misma situación, por que los tiempos se mudan en mi siete veces (Dan. 4, 13. 20. 22)

No obstante, mi condición puede mejorar si te dignas extender hacia mi tu mano auxiliadora. Sólo tú y ninguna injerencia humana, puede socorrerme y fortalecerme de tal modo que no se mude continuamente mi templanza y me corazón se dirija únicamente a ti y en ti descanse. Por lo tanto, si yo fuera capaz de menospreciar todo consuelo humano -sea para conseguir un mayor fervor, sea para satisfacer la necesidad que tengo de buscarte a tí, puesto que no hay ningún hombre que me pueda confortar- entonces podría con razón esperar en tu gracia y regocijarme con el don de un nuevo alivio.

Te doy gracias a tí, de quien todo procede, si algo de nuevo llevo a cabo. Porque yo no soy más que vanidad, una nada ante tí (Sal. 38, 6) y un hombre inconstante y débil.

¿De que puedo gloriarme entonces? ¿Cómo puedo pretender que otros me estimen? ¿Tal vez por la nada que soy? Esto sería una vanidad todavía mayor. Indudablemente honor y júbilo santo es gloriarse en tí y no en sí, gozar en tu nombre y no en la propia virtud, no deleitarse en ninguna criatura sino en tí.

Sea alabado tu nombre y no el mío, ensalzadas sean tus obras y no las mías, sea bendito tu nombre santo y que no se me atribuya a mi ninguna alabanza por parte de los hombres. Tu eres mi gloria y el júbilo de mi corazón. En tí enalteceré y me alegraré todos los días, pero de mi no me gloriaré sino de mis flaquezas (2 Cor. 12, 5)

Buscaban los judíos la gloria que se daban recíprocamente; yo me preocuparé sólo de aquella que proviene de Dios. Porque todo renombre humano, todo honor temporal, toda grandeza humana, comparados con tu gloria eterna, son vanidad y locura.

¡Oh Dios mío, verdad y misericordia mía, Trinidad bienaventurada, a tí sola pertenecen la alabanza, el honor, la virtud y la gloria por los siglos de los siglos!
Que el Señor los bendiga.

Claudio


La Imitación de Cristo

17 de agosto de 2010

Dejarlo todo para seguir a Cristo

¡Paz y bien en Cristo Jesús y en la Virgen María!

Evangelio de San Mateo 19, 23-30

Hijo, abandona a tu persona y me encontrarás a mi. Vive libre de preferencias y desprendido de todo y ganarás siempre porque se te dará una gracia más abundante apenas hayas renunciado a ti mismo para no volverte a encontrar.

¿Señor, cuantas veces debo abnegarme y en que cosas renunciar a mi mismo?

Siempre y en toda circunstancia, tanto en lo poco como en lo mucho. Nada exceptúo y en todo te quiero encontrar desprendido. De otra manera, ¿como podrías ser mío y yo tuyo, si no estuvieras despojado, tanto en lo interior como en lo exterior, de toda voluntad propia? Cuanto más pronto lo hagas, tanto mejor te irá y cuanto más completa y sincera sea tu abnegación, tanto más me agradarás y aumentarás tus méritos.

Algunos renuncian a si mismos, pero con alguna excepción. Como no confían totalmente en Dios, se preocupan con frecuencias de sus cosas. Otros, al principio, lo ofrecen todo, pero, más tarde, golpeados por la tentación, vuelven a lo que era propio y por eso no progresan en la virtud.

Todos estos, nunca llegarán a las verdadera libertad del corazón puro, ni adquirirán la gracia de mi suave intimidad si antes no aceptan una total y diaria abnegación de su persona, sin la cual no hay ni puede haber una gozosa unión conmigo.

Te lo dije muchísimas veces y ahora te lo repito: abandónate, entrégate y gozarás de mucha serenidad interior. Dalo todo por el todo. No busques ni reclames nada. Permanece decididamente unido sólo a mi y me poseerás, tendrás libertad de espíritu y no te oprimirán las tinieblas.

Esfuérzate para obtener todo esto, pídelo y deséalo. Despójate de todo apego a ti mismo para así, desnudo, poder seguir a Jesús; desnudo y muerto a tus pasiones, vivir eternamente en mi. Entonces, desaparecerán todas las vanas imaginaciones, las malas perturbaciones y los cuidados inútiles, entonces se esfumará también el temor excesivo y morirá todo afecto no conforme a la voluntad de Dios.

Que el Señor los siga bendiciendo!

Claudio


Fuente: La Imitación de Cristo, Capítulo 37, días 13 y 14/08


16 de agosto de 2010

Evangelio de San Lucas 1, 39 - 56

¡Paz y bien en Cristo Jesús y en la Virgen María!

Acompañar a vivir

Este bello pasaje del evangelio de San Lucas, lo leemos en oportunidad de la Fiesta de la Asunción de la Virgen María, que celebramos ayer; María, Asunta al cielo colma completamente el gozo de los ángeles y de los santos. En efecto, es ella quien, con la simple palabra de salutación, hizo exultar al niño todavía encerrado en el seno materno (Lc 1,41). ¡Cuál ha debido de ser la exultación de los ángeles y de los santos cuando han podido escuchar su voz, ver su rostro, y gozar de su bendita presencia! ¡Y para nosotros, amados hermanos, qué fiesta en su gloriosa Asunción, qué causa de alegría y qué fuente de gozo el día de hoy! La presencia de María ilumina el mundo entero tal como el cielo resplandece por la irradiación esplendorosa de la santísima Virgen. Es, pues, con todo derecho, que en los cielos resuena la acción de gracias y la alabanza.

Pero, a través del evangelio que leímos y la actitud de nuestra Madre en su visita a Isabel, vamos a intentar descubrir uno de los rasgos más característicos del amor cristiano, se trata de saber acudir junto a quien puede estar necesitando nuestra presencia. Ese es el primer gesto de María después de acoger con fe la misión de ser madre del Salvador. Ponerse en camino y marchar aprisa junto a otra mujer que necesita en estos momentos su cercanía.

Hay una manera de amar que debemos recuperar en nuestros días y que consiste en “acompañar a vivir” a quien se encuentra hundido en la soledad, bloqueado por la depresión, atrapado por la enfermedad o sencillamente vacío de toda alegría y esperanza de vida. Estamos consolidando entre todos una sociedad echa sólo para los fuertes, los agraciados, los jóvenes, los sanos y los que son capaces de gozar y disfrutar de la vida.

Estamos fomentando así lo que alguien ha llamado «el segregarismo social». Reunimos a los niños en las guarderías, instalamos a los enfermos en las clínicas y hospitales, guardamos a nuestros ancianos en asilos y residencias, encerramos a los delincuentes en las cárceles y ponemos a los drogadictos bajo vigilancia…

Así, todo nos parece que está en orden. Cada uno recibirá allí la atención que necesita, y los demás nos podremos dedicar con más tranquilidad a trabajar y disfrutar de la vida sin ser molestados. Entonces procuramos rodearnos de personas simpáticas y sin problemas que no pongan en peligro nuestro bienestar, convertimos la amistad y el amor en un intercambio mutuo de favores, y logramos vivir «bastante satisfechos».

Sólo que así no es posible experimentar la alegría de contagiar y dar vida. Se explica que muchos, aun habiendo logrado un nivel elevado de bienestar y tranquilidad, tengan la impresión de que viven sin vivir y que la vida se les escapa aburridamente de entre las manos.

El que cree en la encarnación de un Dios que ha querido compartir nuestra vida y acompañarnos en nuestra indigencia, se siente llamado a vivir de otra manera. No se trata de hacer «cosas grandes». Quizás sencillamente ofrecer nuestra amistad a ese vecino hundido en la soledad y la desconfianza, estar cerca de ese joven que sufre depresión nerviosa, tener paciencia con ese anciano que busca ser escuchado por alguien, estar junto a esos padres que tienen a su hijo en la cárcel, alegrar el rostro de ese niño solitario marcado por la separación de sus padres.

Este amor que nos hace tomar parte en las cargas y el peso que tiene que soportar el hermano es un amor «salvador», pues libera de la soledad e introduce una esperanza y alegría nueva en quien sufre, pero se siente acompañado en su dolor.

Que el Señor los bendiga.

Claudio


Con textos de José Antonio Pagola, Antena Misionera

15 de agosto de 2010

La Asunción de la Virgen Maria

¡Paz y bien a todos en Cristo Jesús y en la Virgen Maria!

La Iglesia Católica celebra la Fiesta de la Asunción de la Virgen Maria a los cielos; deseo en esta oportunidad compartir con ustedes lo que leí en las revelaciones a Maria Valtorta. La visión es extensa y maravillosa, por lo que es valioso el momento en que nuestra Madre estando con Juan, se prepara para el encuentro con su Hijo...
"Mira, mi medida de amor ha llegado a su colmo. Mi alma y mi cuerpo no la pueden más contener. El amor me absorbe, me sumerge y me eleva al mismo tiempo hacia el cielo, hacia a Dios, mi Hijo. Su voz me dice "¡Ven! ¡Sube a nuestro trono ya nuestro abrazo trino!". La tierra, cuanto me rodea, ante la inmensa luz que me viene del cielo. Los rumores se esfuman antes esta voz celestial. Ha llegado para mi la hora del abrazo divino, Juan."

Este, que se había calmado un poco al escuchar a la Virgen, que la miraba extático, con la palidez dibujada en su cara mientras que en el rostro de Maria nota que se va como encendiendo una luz bellísima; se le acerca para sostenerla, mientras exclama: "¡Estás como Jesús cuando se transformó en el Tabor! (cf. Mt 17, 1-8) ¡Tu cuerpo resplandece como luna, tus vestidos brillan como diamante ante una llama blanquísima! ¡No eres más humana Madre! ¡La pesantez, lo opaco de tu cuerpo ha desaparecido! ¡Eres luz! Pero no eres Jesús. el siendo Dios, además de hombre, podía sostenerse sobre Si, en el Tabor, como aquí en los Olivos, cuando iba a ascender. Tu no puedes. No te sostienes. Ven. Te ayudaré a reposar tu cuerpo cansado y dichoso sobre la cama. Descansa.". Y amorosamente la lleva a la cama sobre la que Maria se extiende, sin quitarse el manto.

Recogiendo los brazos sobre el pecho, bajando los párpados, sobre sus dulces ojos, llenos de amor, dice a Juan que está inclinado: "Yo estoy en Dios y El está en mi. Mientras lo contemplo y siento su abrazo, di los salmos y las páginas de las Escrituras que se refieren a mí, sobre todo en esta hora. El Espíritu de Sabiduría de las indicará. Recita luego la oración de mi Hijo; repíteme las palabras del arcángel cuando me habló y las de Isabel; repite también mi himno de alabanza... Te seguiré con lo que me resta de ser sobre la tierra".

Juan entre el llanto que le brota del corazón se esfuerza por dominar la emoción que lo turba (...) empieza el salmo 118, que recita casi entero, después de los tres primeros versos del salmo 41, los ocho primeros del 38, el salmo 22 y el salmo 1º. Luego recita el Pater Noster, repite las palabras de Gabriel e Isabel, el cántico de Tobías, el capítulo 24 del eclesiástico, desde el verso 11 al 46. Finalmente entona el "Magnificat". Al llegar al verso noveno, cae en la cuenta que Maria no respira más, aunque no ha cambiado nada de su aspecto, sino que sigue sonriente, plácida, como si ella no hubiera cesado en la vida.
La hermosísima descripción de Maria Valtorta del tránsito de la Virgen, es un dechado de doctrina mística, comparable a la de la doctora de la Iglesia, Sta. Teresita de Avila. Continúa la visión con la preparación que hace Juan, y luego la asunción...
... se apresura a bajar al huerto para recoger todas las flores que pueda y ramas de olivo. Sube. A la luz de la lámpara coloca flores y ramitas junto al cuerpo de Maria, dando la impresión de que se encuentra en medio de una corona. Mientas hace esto habla a la Virgen como si todavía la escuchara: "Tu fuiste siempre el lirio del valle, la delicada rosa, el fértil olivo, la frondosa viña, la espiga santa. Nos diste tus perfumes, el Aceite de vida, el Vino de los fuertes, el Pan que preserva el Espíritu de los dignamente se nutren de El, de la muerte. Estas flores te quedan bien. Son sencillas y puras como Tú. Tienen espinas como las que tuviste en vida y como tú pacíficas". Juan ha terminado de arreglar todo. Se sienta en un banquito, Pone en tierra cerca del lecho, la lámpara y contempla en medio de sus plegarias a la Virgen que yace ante él.

Juan, que tal vez hace varios días que vela, se ha dormido de cansancio. Está sentado sobre un banco con la espalda apoyada contra la pared cerca de la puerta abierta que da a la terraza. La luz de la lámpara que está en el suelo, lo alumbra de abajo a arriba y deja ver su cara fatigada, palidísima, sus ojos enrojecidos de tanto llorar. Debe haber amanecido ya porque el débil claror del alba hace visibles la terraza, los olivos que rodean la casa (...) En un cierto momento una gran luz llena la habitación, es luz argenteada, con tintes azul, como fosforescente. Aumenta. Aumenta. Anula la luz del alba y la de la lámpara. Una luz como la que rodeó la gruta de Belén cuando nación Jesús. Y en medio de esta luz paradisíaca, se ven seres angelicales, una luz que brilla más que las que antes se había visto. Como sucedió cuando los angeles se aparecieron a los pastores, una danza de chispas de innumerables colores se desprende de sus alas dulcemente batidas, de la que brota como un murmullo armónico como de arpa, dulcísimo.

Los seres angelicales rodean el lecho, se inclinan, levantan el cuerpo inmóvil y agitando cada vez más sus alas, al abrirse milagrosamente el techo, así como el sepulcro de Jesús se hizo a un a lado la piedra, se levantan llevando consigo el cuerpo de su Reina, su cuerpo santísimo pero no glorificado y por lo tanto sujeto a la ley de la materia, a la que no estuvo sujeto el cuerpo de Jesús, porque cuando resucitó estaba ya glorificado.

El apóstol, todavía amodorrado, mira a su alrededor, para ver lo que sucede. Mira que el lecho está vacío y que no hay techo, comprende que ha sucedido un prodigio. Corre haca fuera, a la terraza y por un instinto espiritual, o por oír algo, levanta la cabeza, se lleva una mano a los ojos para ver mejor, para que no lo moleste el sol naciente.

Y mira. Mira el cuerpo de Maria todavía sin vida, semejante al cuerpo de alguien que está dormido, que sube cada vez más, sostenido por el grupo angelical. Como postrer saludo la punta del manto y velo se agitan, tal vez movida por el viento, por el movimiento de las alas angelicales que sube y las flores que Juan había puesto alrededor del cuerpo de la Virgen entre los pliegues del vestido, caen sobre la terraza, sobre Getsemaní, mientras un hosanna poderoso del grupo angélico se escucha en lontananza.

Juan continúa mirando el cuerpo que sube al cielo y no cabe duda que por una gracia que Dios le concedió para consolarlo y premiarle su amor por su Madre adoptiva, ve claramente que Maria, envuelta ahora en los rayos del sol que ha nacido, sale del éxtasis que separó el alma del cuerpo, que vuelve a la vida, se pone de pié, pues goza desde ahora de los dones propios de los cuerpos glorificados.

Mira, mira. El milagro que Dios le concedió es de ver a Maria, contra toda ley natural, como es ahora mientras sube hacia el cielo, rodeada, pero no más ayudada de los ángeles que cantan jubilosos. Juan se siente arrebatado de aquella visión bellísima que pluma ninguna de hombre, que palabra humana u obra de artista será jamás de describir o reproducir, porque es de una belleza indescriptible.

Juan que sigue apoyado contra el parapeto de la terraza, continúa mirando aquella resplandeciente forma de Dios -pues puede realmente llamarse así a Maria, a quien El creó de un modo especial, que la quiso inmaculada, para que diese forma al Verbo cuando se encarnara- que sube cada vez más. Un último y extraordinario prodigio concede Dios a Juan, el de ver el encuentro de la Virgen con su santísimo Hijo, que también resplandeciente, de una belleza indescriptible baja del cielo, se encuentra con su Madre, la estrecha contra su pecho, y con ella, resplandecientes cual dos astros, sube de donde había venido. Juan no ve más.

Baja la cabeza. En su cansada cara se refleja el dolor de la pérdida de Maria y el gozo de su glorioso destino. El gozo supera el dolor. Dice agradeciendo antes a Dios por el maravilloso privilegio: "¡Todo lo que tenía que hacer se acabó ahora! Me puedo marchar libremente, a donde el Espíritu de Dios me conduzca. Iré a sembrar la palabra divina que el Maestro me entregó para que la diese a los hombres. Su sacrificio, su misterio, su rito perpetuo, por el que hasta el fin de los siglos, podemos unirnos a El por medio de la Eucaristía y remover la ceremonia, el sacrificio como nos dijo que lo hiciéramos. ¡Todo esto, un don del Amor eterno! Hacer que se ame al Amor para que crean en El como hemos creído y creemos. Sembrar el amor para que sea abundante la mies y la pesca del Señor. El amor todo lo obtiene, son palabras últimas de Maria, que me dijo a mi, antítesis de Iscariote, símbolo del odio, que no me parezco mucho a Pedro el impetuoso, a Andrés el plácido, a los hijos de Alfeo en santidad y justicia, además de su nobleza. Yo amo. Amo al Maestro y a su Madre y me voy a esparcir el amor entre las gentes. Será el amor mi arma y doctrina. Con el venceré al demonio, al paganismo y conquistaré muchas almas. De este modo seguiré las huellas de Jesús y Maria, que fueron el dechado perfecto del amor en la tierra."
Que el Señor, en este día de fiesta, los bendiga!

Claudio


Colección el Hombre-Dios, Tomo 11, pags. 865 a 871 en extractos, Maria Valtora, Diciembre de 1951

14 de agosto de 2010

Responsabilidad


¡Paz y bien en Cristo y en la Virgen Maria!

Un sacerdote anciano disfrutaba a sus anchas viendo a sus compañeros pegados al celular hablando con medio mundo. Le pregunté si él usaba celular y me dijo que no, porque no era evangélico. La respuesta me hizo reír y le pedí que lo justificara. Entonces recitó "¿Quién es el administrador prudente y fiel que sabe repartir los alimentos a la servidumbre a su tiempo? (Lc. 12, 42). El venerable me explicó que él no necesita celular porque tiene la vida ordenada, la misma hora para levantarse, rezar, celebrar misa y atender a sus fieles. Todos los míos saben dónde y cuándo encontrarme, dijo. Le rebatí haciéndole ver que existen emergencias que no se pueden aplazar. Pues no conozco eso que usted dice, porque hasta para morirse me tienen que pedir permiso y aquí nadie se adelanta sin mi autorización.

Dejo a un lado el tema del celular, porque yo también utilizo uno, y abordemos el tema de la responsabilidad, de la formalidad, del cumplimiento del propio deber según nuestro estado de vida.

Un buen católico no puede ser una persona mediocre e irresponsable, sobre todo ahora, cuando los valores humanos son tenidos en tan grande estima. La seriedad en el trabajo, la profesionalidad, la iniciativa, el aprovechamiento del tiempo, son el secreto de una vida llena y fecunda. Ascendiendo por la escala de los valores humanos, debemos aspirar a los valores espirituales, como son la lealtad, la fidelidad, la sinceridad, la nobleza o la gratitud.

¡Cómo nos exasperan el desorden, la pereza, la apatía o la falta de compromiso en cualquier persona! Desde el estudiante al servidor público, el profesional, el hombre que camina por la calle. Aspectos como la formalidad, la puntualidad, la seriedad, el valor de la palabra empeñada, se han perdido totalmente. Hay que hacer un examen de conciencia porque las formas externas ponen de manifiesto lo que llevamos por dentro. Tal vez la puntualidad habría que considerarla con detenimiento porque es un mal generalizado el que la gente no llega a las citas y luego te los encuentras corriendo, queriéndose colar por las avenidas y despotricando contra todo.

Pasando del ámbito personal al social, ¿quién es el administrador prudente y fiel? Es aquel que tiene conciencia de que debe cooperar para el bien común y no rehúye vivir como una rémora o un parásito esperando que lo mantengan. Cada persona debe ser útil y aportar el propio talento e iniciativa al desarrollo. "Dichoso este siervo, si el amo, a su llegada, lo encuentra cumpliendo con su deber. Yo les aseguro que lo pondrá al frente de todo lo que tiene" (Lc. 12, 43-44).

Que el Señor los bendiga!

Claudio


Contribuye: P. José Manuel Otaolaurruchi, L.C.

13 de agosto de 2010

San Mateo 18, 21 - 35. 19, 1.

¡Paz y bien en Cristo y en la Virgen Maria!

¿No debías tener compasión de tu compañero como yo tuve compasión de tí?

Deseo transformarme toda entera en tu misericordia y ser así un reflejo de ti, oh Señor; que el más grande de tus atributos divinos, tu insondable misericordia, pase a través de mi alma y mi corazón hasta el prójimo.

Ayúdame, Señor, a fin que mis ojos sean misericordiosos, para que no sospeche jamás ni juzgue según las apariencias exteriores, sino que sepa ver la belleza en el alma de mi prójimo y le ayude.

Ayúdame, Señor, a que mis oídos sean misericordiosos y me interese por las necesidades de mi prójimo y no me quede indiferente ante sus dolores y sus quejas.

Ayúdame, Señor, para que mi lengua sea misericordiosa a fin que jamás diga mal de mi prójimo, sino que tenga para cada uno una palabra de consuelo y de perdón.

Ayúdame, Señor, a que mis manos sean misericordiosas y llenas de buenas acciones para que sepa hacer el bien a mi prójimo y sepa escoger para mí los trabajos más pesados y más desagradables.

Ayúdame, Señor, para que mis pies sean misericordiosos, para que me apresure a socorrer a mi prójimo dominando mi propia fatiga y mi pereza. Que mi verdadero descanso sea servir a mi prójimo.

Ayúdame, Señor, a que mi corazón sea misericordioso y así sienta en mí todos los sufrimientos de mi prójimo. Mi corazón no rechazará a nadie. Iré frecuentemente a encontrar a los que, incluso sé que van a abusar de mi bondad, y yo me encerraré en el Corazón misericordioso de Jesús. Callaré mis propios sufrimientos. Que tu misericordia descanse en mí, Señor mío.

Tú me ordenas que me ejercite en los tres grados de la misericordia; el primero, el acto misericordioso, cualquiera que sea; el segundo, la palabra misericordiosa –si no puedo ayudar con actos, ayudaré con la palabra; el tercero, la oración. Si no puedo ser testimonio de la misericordia ni con actos ni con palabras, siempre podré hacerlo con la oración. Envío mi oración incluso allá donde no puedo ir físicamente.

Oh Jesús mío, transfórmame en ti, tú que todo lo puedes.

Santa Faustina Kowalska (1905-1938)
Religiosa, Diario íntimo, § 163

Que el Señor los bendiga!

Claudio

12 de agosto de 2010

Crecimiento en Jesús por Maria - VI


¡Paz y bien en Cristo y en la Virgen Maria!

La fe nos impulsa a crecer

La fe es una gracia dada gratuitamente por Dios, que nos permite conocer a Dios y aceptar lo desconocido en función del plan de salvación, pero ¡ojo!, no nos descuidemos. Debemos pedir constantemente que el Señor acreciente nuestra fe para seguir creciendo espiritualmente, porque ¿de que no sirve ser adultos y maduros humanamente, si espiritualmente permanecemos con un infantilismo que nos aparta constantemente del camino de Dios?

Un signo importante del falta de fe o de una fe débil, son las constantes dudas sobre las gracias del Espíritu Santo, tanto en nosotros como en nuestros hermanos, desconfiando de todo y de todos, porque en el fondo no queremos entregarnos a la voluntad de Dios. Nos resulta más fácil y hasta más cómodo preguntar, indagar y buscar respuestas humanas dando una imagen de humildad, que en realidad es solo soberbia encubierta. Nuestra falta de fe, nos hace buscar seguridades humanas, cuando en realidad tener fe implica creer aunque todo grite que no, aunque todo parezca morir, aunque vea a los hombres odiar y sentir muy solo el dolor.

Cuando Maria partió a Egipto no tenia ninguna seguridad de lo que pasaría, sin embargo, acepta la voluntad de Dios y puesta su fe solamente en El, se fue, no buscó ni pidió explicaciones del "por que", dejándolo todo, perdiéndolo todo se fue a un país extranjero. ¡Cuánto tenemos que aprender de esta Madre!

Sobre el tema de la fe infantil, Monseñor Carlos Talavera tiene una muy buena explicación: Fe infantil y fe adolescente, son dos nombres que se aplican a la fe de cristianos demasiados centrados en si mismos o demasiados interesados en el provecho propio. El hombre adulto en la fe, es el que acepta Dios revelado por Cristo Jesús en el Evangelio.

Si pretendemos ser cristianos maduros, debemos crecer en la fe, buscando siempre la voluntad de Dios y aceptándola sin cuestionamientos. A lo largo del Evangelio vemos que Jesús exige fe para curar (Mc 5, 34-36); reprende cuando no hay fe (Mt 6, 30 - Mt 8, 26 - Mc 4, 40 - Lc 8, 25); alaba la fe del centurión (Mt 8, 10); la fe obra milagros (Mc 9, 23 - Mt 17, 20: 21, 21 - 22 ); el objeto de la fe es Dios (Mc 11, 22 - 24); manifiesta el poder de Dios (Hech 2, 44; 4, 32; 10, 43; 15, 7-11; 11, 17; 26,18; 16, 31 - Rm 10, 10); el justo vive en la fe (Rm 1, 16-17; 14, 23; 4, 3-5; 3, 22 -26)

Por lo tanto la fe es, hermanos, una gracia de Dios, sanación, obra milagros, es salvación, compartir perdón, purificación, herencia, justicia, conversión, respuesta, fidelidad a Dios, seguridad, liberación, realidad, revelación y fortaleza.

Que el Señor los bendiga!

Claudio


Seminario de Crecimiento y Sanación con Maria . Editorial Kyrios

11 de agosto de 2010

Solo Cristo

¡Paz y bien en Cristo y la Virgen Maria!

Siguiendo con la reflexión que iniciamos en el artículo anterior, sobre el poder de la alabanza, surgen preguntas..., si Jesús ya nos salvó ¿por que entonces entonces no experimentamos todos los frutos de la salvación en nuestra vida y en nuestro mundo?

Ciertamente Él ya nos salvó y nos dió la nueva vida, pero lo que hace falta es que nosotros aceptemos y recibamos lo que Jesús ya ha ganado para nosotros.
"Sepa entonces con seguridad toda la gente de Israel, que Dios ha hecho Señor y Cristo a este Jesús a quienes ustedes crucificaron. Al oír esto, se afligieron profundamente. Dijeron pues a Pedro y a los demás apóstoles: "Hermanos, ¿que debemos hacer?" Pedro, les contestó: "Conviértanse y háganse bautizar cada uno de ustedes en el nombre de Jesucristo para que sus pecados sean perdonados. Y Dios les dará el Espíritu Santo; porque la promesa es para ustedes y para sus hijos y para todos los extranjeros a los que el el Señor llame" (Hech. 2, 36-39)



Bendiciones!

Claudio

10 de agosto de 2010

El poder de la alabanza


¡Paz y bien a todos!

El Señor en la oración de la mañana, me mostró -nuevamente- su deseo de que expresemos con gratitud las maravillas que hace en nosotros, hacer ciertas en nosotros las palabras de San Pablo, ya no soy yo, sino Cristo que vive en mí.

“El pueblo que yo he formado cantará mis alabanzas”. (Is 43.21). Cuando se canta el salmo 22, diciendo que Dios habita en la alabanza, se está recordando todas y cada una de las veces que se refleja el poder de la alabanza en la vida diaria. El texto de Hech 16,19-31 que narra que Pablo y Silas son apresados y luego liberados, da una gran confianza en lo que la alabanza es capaz de conseguir y cómo el Señor actúa en la alabanza, en especial, cuando el peso de los sucesos diarios te encarcelan. La alabanza se manifestó en ellos con poder: “De repente vino una sacudida tan violenta que temblaron los cimientos de la cárcel, las puertas se abrieron de golpe y a todos se les soltaron las cadenas”. Es decir, he aquí cómo se manifiesta el poder de la alabanza: Hace temblar los cimientos . Abre las puertas . Suelta las cadenas.

LA ALABANZA HACE TEMBLAR LOS CIMIENTOS.

En la época de Pablo, las cárceles estaban incrustadas en la montaña. Así pues, cuando el texto habla de que vino una sacudida tan violenta que temblaron los cimientos de la cárcel, se estaba refiriendo a los cimientos de la montaña. El poder de la alabanza es capaz de remover los cimientos de una montaña. Y si es así, ¿cuánto más fácil será remover nuestros propios cimientos? Por medio de la alabanza se podrán remover los cimientos. Debemos acojer el consejo de San Pablo al guardián de la cárcel: “Cree en el Señor Jesús y os salvaréis tú y tu familia”.

LAS PUERTAS SE ABRIERON DE GOLPE

La segunda característica del poder de la alabanza es que las puertas se abren. En medio de las dificultades, cuando las puertas se cierran y no se pueden solucionar los problemas que nos aquejan, hay que recurrir a la alabanza para que las puertas se abran y podamos vez la luz, como sucedió con Palo y Silas. Seguro es que el Señor está de nuestro lado y que la alabanza a El tiene poder para derribar las puertas. Si la alabanza abre la puerta, es porque nuestra fe, expresada por la alabanza, lo ha logrado.

Y A TODOS SE LE SOLTARON LAS CADENAS

La alabanza libera, suelta las cadenas. Pero para soltar las cadenas hay que ser fiel a EL, sin claudicar, dejándose llevar de la mano del Señor, siguiendo el camino que Jesús ha mostrado como el Señor y centro de nuestra vida, lo que permite que la alabanza fluya en forma espontánea. La alabanza es una oración, un grito de guerra que no te hace indiferente con la realidad que te rodea y que te invita a luchar.

El grito de alabanza que es una explosión del alma que parte del espíritu, que actúa en primer lugar de umbral y, en segundo lugar, da la victoria a quien alaba. El grito de alabanza es la explosión del alma desde el espíritu, y no sólo explosión del alma a secas. La alabanza auténtica tiene como fruto gustar de las cosas de Dios. Dios quiere escuchar el grito de alabanza del hombre, que parte del propio Dios, y que remueve, a través del Espíritu Santo, el espíritu del hombre para dicha aclamación.

La Renovación Carismática Católica tiene un gran tesoro, que es la alabanza y una gran misión, decir a todos los movimientos espirituales y sectores de la Iglesia que todas sus obras son buenas, pero serán mejores aún si sus miembros alaban a Dios. La Renovación Carismática Católica trae el don de la alabanza que hace mover a la Iglesia, enseñándola que la máxima obra, sin entorpecer otras, es la alabanza. Con la alabanza, la Iglesia se pone en movimiento.

"Muchas más cosas podríamos decir y nunca, acabaríamos; en una palabra: Él lo es todo. Donde hallar la fuerza para glorificarlo? Que Él es el Grande sobre todas sus obras, temible es el Señor, inmensamente grande, maravilloso su poderío. Con vuestra alabanza, ensalzar al Señor cuanto puedan que siempre estará más alto, y al ensalzarle redoblen las fuerzas; no se cansen, que nunca será suficiente". (Eclo 43,27-30).

Que el Señor los colme de bendiciones!

Claudio C.



Fuente: RCC, Chile

9 de agosto de 2010

El aceite de mi vida

Cuentan que un hombre joven se preguntaba si en el mundo existía la justicia. Y salió en su busca. Por más que anduvo no encontró en parte alguna la verdadera justicia.

Al volverse a casa se encontró en un bosque muy oscuro. Se perdió en medio de él, sin saber qué dirección tomar. Entonces llegó a un claro en el que había una casa en ruinas y destartalada. Vio la puerta entreabierta; entró y se encontró en una habitación llena de luz. Después vio otra, otra y otra, de tal manera que las habitaciones parecían no acabarse.

Y en todas ellas, muchísimos estantes con muchísimas lámparas de aceite. Estas lámparas, muy pequeñas, unas brillaban intensamente; otras se estaban apagando. En algunas lámparas había mucho aceite y en otras sólo unas pocas gotas.

Este hombre se dio cuenta de que no estaba solo. A su lado había una figura pálida y blanca, vestida toda de blanco. El hombre tuvo miedo y pregunta: «¿Dónde estoy?».

La figura lo miró y dijo: «Esta es la casa de las lámparas de aceite. Cada lámpara que ves aquí es el alma de un ser humano. Todos los seres humanos vivos ahora en todo el mundo están aquí. Viven y mueren. Como puedes ver, a algunos les quedan muchos años por delante; a otros les queda muy poco tiempo; y algunos mueren mientras hablamos». Y en aquel mismo momento la mecha de una lámpara que había en un estante, que estaba frente a ellos, chisporreteó y se acabó.

La figura lo llevó por medio de las habitaciones; le señala otra lámpara y le dice: «Ésta es la tuya». A aquella lámpara sólo le quedaba un par de gotas de aceite; su mecha estaba inclinada y ya tenía dificultades para mantenerse en pie.

El hombre dio un grito. Se preguntaba: «¿Iba su vida a terminarse tan pronto? ¿Qué había hecho con su vida? ¿La había malgastado buscando algo que no existía?». Estaba horrorizado y asustado. ¿Cuánto le quedaba? ¡Ah, si tuviese un poco más de tiempo para vivir, para hacer las cosas buenas que no había hecho!

Se dio cuenta de que estaba solo. Se fijó en otra lámpara. Esta tenía mucho aceite. La mecha era alta y ardía muy despacio en comparación con la suya. Sólo necesitaba una gota o dos, lo suficiente para tener un poco de tiempo, para solucionar algunas cosas, para ponerlas en orden. Pensaba que al otro, que tenía tanto aceite, no le importaría; agarró la lámpara y la inclinó sobre la suya. Y en este instante alguien lo agarró con fuerza.

La figura era negra y sujetaba su brazo como si fuera una tenaza de acero. Al mismo tiempo le pregunta: «¿Es esta la clase de justicia que estabas buscando?».

La figura desapareció. La casa de las lámparas desapareció. Todas las luces desaparecieron. Estaba solo en el bosque oscuro. Y pensaba en lo que había intentado hacer y en cuánto tiempo le quedaba de vida.

De este cuento podemos sacar dos lecciones: la primera es que, antes de buscar la justicia en los demás, la busquemos en nuestra manera de obrar. La segunda es que, en la lámpara de la vida, nadie sabe la cantidad de aceite que tiene. Como dice el Evangelio, la muerte viene como un ladrón.

Que el Señor los colme de bendiciones!

Claudio C.

Juan Jáuregui, Antena Misionera

8 de agosto de 2010

¿Cómo se puede vivir sin fe?


¡Paz y bien para todos!

Evangelio del domingo 19º, Tiempo Ordinario, San Lucas 12, 32-48

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "No temas, rebañito mío, porque tu Padre ha tenido a bien darte el Reino. Vendan sus bienes y den limosnas. Consíganse unas bolsas que no se destruyan y acumulen en el cielo un tesoro que no se acaba, allá donde no llega el ladrón, ni carcome la polilla. Porque donde está su tesoro, ahí estará su corazón. Estén listos, con la túnica puesta y las lámparas encendidas. Sean semejantes a los criados que están esperando que su señor regrese de la boda, para abrirle en cuanto llegue y toque. Dichosos aquellos a quienes su señor, al llegar, encuentre en vela. Yo les aseguro que se recogerá la túnica, los hará sentar a la mesa y él mismo les servirá. Y si llega a medianoche o a la madrugada y los encuentra en vela, dichosos ellos. Fíjense en esto: Si un padre de familia supiera a qué hora va a venir el ladrón, se estaría vigilando y no dejaría que se le metiera por un boquete en su casa. Pues también ustedes estén preparados, porque a la hora en que menos lo piensen vendrá el Hijo del hombre". Entonces Pedro le preguntó a Jesús: "¿Dices esta parábola sólo por nosotros o por todos?" El Señor le respondió: "Supongan que un administrador, puesto por su amo al frente de la servidumbre, con el encargo de repartirles a su tiempo los alimentos, se porta con fidelidad y prudencia. Dichoso este siervo, si el amo, a su llegada, lo encuentra cumpliendo con su deber. Yo les aseguro que lo pondrá al frente de todo lo que tiene. Pero si este siervo piensa: 'Mi amo tardará en llegar' y empieza a maltratar a los criados y a las criadas, a comer, a beber y a embriagarse, el día menos pensado y a la hora más inesperada, llegará su amo y lo castigará severamente y le hará correr la misma suerte que a los hombres desleales. El servidor que, conociendo la voluntad de su amo, no haya preparado ni hecho lo que debía, recibirá muchos azotes; pero el que, sin conocerla, haya hecho algo digno de castigo, recibirá pocos. Al que mucho se le da, se le exigirá mucho, y al que mucho se le confía, se le exigirá mucho más".
La Fe es un don de Dios. Es cierto. La Fe es una virtud. También es cierto. La Fe es un acto de la voluntad. Cierto también. Pero la Fe es, además, una actitud muy inteligente, porque por medio de la Fe recibimos por adelantado lo que esperamos poseer. ¿Que ... cómo es esto?

Dice San Pablo: “La fe es la forma de poseer, ya desde ahora, lo que se espera y de conocer las realidades que no se ven” (Hb. 11, 1-2.8-19). Y ¿qué es lo que esperamos? Nada menos que el Reino de Dios. Y eso tendremos ... si creemos ... y si actuamos de acuerdo a esa Fe. Jesús mismo nos lo ha prometido: “No temas, rebañito mío, porque mi Padre ha tenido a bien darte el Reino” (Lc. 12, 32-48).

En estas lecturas vemos la conexión entre la Fe y la Esperanza. Esperamos porque creemos, ya que lo que esperamos no lo vemos ... al menos no claramente. Por la Fe creemos, entonces, en lo que no se ve. Creemos en lo que, sin comprobar, aceptamos como verdad. Creemos, además, en lo que esperamos recibir en la Vida que nos espera después de esta vida, aunque no lo veamos y aunque no lo podamos comprobar. Es decir, por la Fe podemos comenzar a gustar desde aquí lo que vamos a recibir Allá. Podemos comenzar a recibir por adelantado lo que luego tendremos en forma perfecta. Podemos comenzar a disfrutar en forma velada lo que se llama la “Visión Beatífica”, el ver a Dios “cara a cara” (1 Cor. 13, 12), “tal cual es” (1 Jn. 3, 2). De allí que la Iglesia Católica se atreva a decirnos en el Nuevo Catecismo: “La Fe es, pues, ya el comienzo de la Vida Eterna” (CIC Nº 163).

“Ahora, sin embargo, caminamos en la Fe, sin ver todavía” (2 Cor. 5, 7), y conocemos a Dios “como en un espejo y en forma opaca, imperfecta, pero luego será cara a cara. Ahora solamente conozco en parte, pero entonces le conoceré a El como El me conoce a Mí” (1 Cor. 13, 12-13). (cf. CIC Nº 164)

Hay que vivir en Fe, aunque por ahora no podamos ver claramente, sino en forma opaca, imperfecta. A veces la Fe puede hacerse muy oscura. Puede ser puesta a prueba. Las circunstancias de nuestra vida pueden tornarse difíciles y entonces lo que creemos por Fe y lo que esperamos por Esperanza, podría opacarse, podría hasta esconderse. Es el momento, entonces, de afianzar nuestra Fe. De allí que mucha gente exclame ante ciertas situaciones: ¿Cómo se puede vivir sin Fe? ¿Cómo hubiera hecho si no tuviera Fe?

Sabemos que la Fe es un regalo de Dios. Y eso significa que tenemos toda su ayuda para que creamos en lo que esperamos y para que nuestra Fe no desfallezca nunca, aún en medio de las más complicadas situaciones.

Entonces nos toca imitar la Fe de la Santísima Virgen María que tuvo Fe en el momento increíble, pero gozoso, de la Anunciación. Y esa Fe suya no desfalleció jamás, ni siquiera en los momentos más dolorosos del sufrimiento de su Hijo, ni en el momento de su ausencia cuando lo colocó en el sepulcro.

Nuestra Fe tiene que ser como la de la Virgen. La Fe no puede ser una actitud momentánea o de algunos momentos. La Fe no puede ir en marcha y contra-marcha. La Fe tiene que ir acompañada de la perseverancia ... hasta el final. Bien lo dice Jesucristo: “Estén listos con la túnica puesta y las lámparas encendidas ... También ustedes estén preparados, porque a la hora que menos lo piensen vendrá el Hijo del hombre” .

Que el Señor los colme de bendiciones!

Claudio C.