Movimiento y admiración
La liturgia católica celebra hoy la Fiesta de la Presentación del Señor, cuando María y José presentaron a Jesús, recién nacido en el templo. La descripción de los cuatro protagonistas del momento ─María, José, Simeón que va al templo cuando el Espíritu se lo indica y Ana la profetiza que servía a Dios, día y noche, deja ver dos actitudes importantes: movimiento y admiración.
La primer actitud es el movimiento, los de María y José de llevar a Jesús al templo; el de Simeón y el de Ana. Son claro ejemplo que la vida cristiana requiere dinamismo y requiere la voluntad de caminar, dejándose guiar por el Espíritu Santo. El inmovilismo no se corresponde con el testimonio cristiano y la misión de la Iglesia.
El mundo necesita cristianos que se dejen conmover, que no se cansen de andar por las calles de la vida, para llevar a todos la palabra consoladora de Jesús. Todo bautizado ha recibido la vocación de proclamar, de anunciar algo, de anunciar a Jesús, la vocación a la misión evangelizadora: ¡anunciar a Jesús! Las parroquias y las diversas comunidades eclesiales están llamadas a fomentar el compromiso de los jóvenes, las familias y los ancianos, para que todos tengan una experiencia cristiana, viviendo la vida y la misión de la Iglesia como protagonistas.
La segunda actitud con la que San Lucas presenta a los cuatro personajes de la historia es la admiración. María y José «estaban admirados de lo que se decía de él [de Jesús]» (v. 33). La admiración es también una reacción explícita del viejo Simeón, que en el Niño Jesús ve con sus ojos la salvación obrada por Dios en nombre de su pueblo: esa salvación que había estado esperando durante años. Y lo mismo ocurre con Ana, que también «alababa a Dios» (v. 38) y hablaba de Jesús a la gente. Es una santa habladora, hablaba bien, hablaba de cosas buenas, no de cosas malas. Decía, anunciaba: una santa que iba de una mujer a otra mostrándoles a Jesús.
Estas figuras de creyentes están envueltas en la admiración, porque se dejaron capturar e involucrar por los eventos que estaban sucediendo ante sus ojos.
La capacidad de maravillarse ante las cosas que nos rodean favorece la experiencia religiosa y hace fructífero el encuentro con el Señor. Por el contrario, la incapacidad de admirar nos hace indiferentes y amplía la distancia entre el viaje de la fe y la vida cotidiana.
Que la Virgen María nos ayude a contemplar cada día en Jesús el Don de Dios para nosotros, y a dejarnos implicar por Él en el movimiento del don, con alegre admiración, para que toda nuestra vida se convierta en una alabanza a Dios al servicio de nuestros hermanos.
Un abrazo
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Angelus, 2 de febrero 2020
La historia de la foto.
La historia del sacerdote argentino que salvó a 500.000 pobres en África
El padre Pedro Opeka llegó a Madagascar en 1970, cuando tenía 22 años, después de su ordenación. Impactado por cómo vivía la gente en uno de los países más pobres de África, se quedó para siempre logrando salvar a 500.000 personas que vivían de la basura y creando una verdadera ciudad para los pobres, publica RFI.
"Cuando llegué a Antananarivo, la capital, vi miles y miles de personas que vivían de uno de los basurales más grandes del mundo. Esa noche no dormí y le pedí a Dios que me dé fuerzas para rescatarlos de ahí", describe al 'Clarín' su experiencia.
Para ganarse la confianza del pueblo y romper con el estereotipo de ser el único blanco –algo que le tomó tiempo- el sacerdote recurrió al futbol. En 1990, el padre Opeka fundó Akamasoa ('Los buenos amigos', en idioma malgache). Ese lugar para los pobres rápidamente se convirtió en una gran ciudad con 25.000 habitantes, que cuenta con 17 barrios, 5 guarderías, 4 escuelas, un liceo para mayores y 4 bibliotecas. Para quedarse a vivir allí solo es necesario trabajar, enviar los hijos al colegio y respetar las normas básicas de convivencia.
Conocido también bajo los nombres de 'Soldado de Dios', 'La Madre Teresa con pantalones', 'El Santo de Madagascar' y 'El apóstol de la basura', en 2015 el padre Opeka fue propuesto para el Nobel de la Paz.
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