27 de septiembre de 2010

¡Non serviam!

Paz y bien en el Señor Jesús y en su Santísima Madre!

¡No serviré! Fue el primer grito de rebeldía contra Dios pronunciado por Satanás, que fue un ángel lleno de vida. Pero con este grito de rebeldía y soberbia, la primera creación original del ańgel rebelde fue la muerte. Equivocadamente, lo hizo en nombre de la libertad; pero lo hizo con una libertad para la muerte. «No fue Dios quien hizo la muerte» (Sab 1, 13) El no se recrea en la destrucción de los vivientes; al contrario «Dios creó al hombre para la incorruptibilidad, le hizo imagen de su misma naturaleza» (Sab 2, 23)

Hoy, como siempre, este grito de rebeldía se repite en lo seguidores del mal espíritu que sin advertirlo los guía por caminos de muerte. También ¡en nombre de una libertad mal entendida! De una libertad que los lleva a ser esclavos. Esclavos de su propia necedad. Esta actitud rebelde es el pecado, incapaz por esencia de dar vida a nada ni de apreciar la vida ni de entender las cosas que son de Dios.

A estos émulos de Satanás y -todos en cierto modo lo fuimos alguna vez- les queda la conversión en la esperanza del evangelio de la vida,
«que no es una mera reflexión, aunque original y profunda, sobre la vida humana; ni sólo un mandamiento destinado a sensibilizar la conciencia y a causar cambios significativos en la sociedad; menos aún una promesa ilusoria de un futuro mejor. El evangelio de la vida es una realidad concretar y personal, porque consiste en el anuncio de la persona misma de Jesús, el cual se presenta al apóstol Tomás -y en el a todo hombre- con estas palabras: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Jn 14, 6) (Juan Pablo II, Encíclica sobre el valor de y el carácter inviolable de la vida humana «Evangelium Vitae», 1995 - Nº 29 )
¿Que podemos presentar a este mundo rebelde y, por lo tanto, creador de una cultura de muerte conducido por el espíritu de las tinieblas, en el cual tampoco creen? La mayor prueba de la existencia del Padre es que nos ha enviado a su Hijo quien, con el Espíritu Santo, se hace hoy y siempre presente y operante en nuestra vida, como una realidad que nos transforma en hijos de Dios, que nos sana, que nos libera de ataduras y groseros prejuicios humanos, que nos impiden reconocer la realidad de Dios y por lo tanto, nuestra.

El Espíritu Santo, contrario al espíritu del error, es Espíritu vivificante: «Señor y dador de vida». Sus carismas son vivos y permanentes testimonios de su presencia operante y vivificante en el hombre en todos los tiempos. Todo lo que debemos dar el hombre «rebelde» de hoy y de siempre es el Espíritu Santo, Espíritu de la Verdad, que nos da la vida eterna, que comienza acá, en este mundo, ahora.

Pero ¿cuál es la prueba del Espíritu? Son sus preciosos carismas que dan la experiencia viva de Dios y con los cuales guía a los hijos de Dios para edificar la Iglesia. A través de ellos, él nos pone al servicio de un mundo sumido en plena rebeldía. El Dios de la vida nos ha dado poder para resucitar a los muertos de siempre, para sanar a los enfermos y expulsar a los malos espíritus en el nombre poderoso de Jesús.

¡Manos a la obra! Nosotros como hijos de Dios también somos dadores de vida, cuando hacemos lo que Él nos dice.

Que el Señor los bendiga,

Claudio


Extraído de revista Resurrección, editorial Kyrios

1 comentario:

  1. Es por esa vida que nos da el Espiritu Santo, que podemos estar alegres incluso en medio de las dificultades. Servir a Dios es el camino hacia nuestra felicidad.

    Un abrazo Claudio

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