Sin miedos
Dios está más allá de nuestras posibilidades. La resurrección no es cuestión de testigos. No se toca ni se ve. Es cuestión de fe. Creemos que Jesús ha resucitado y que así nos ha abierto a todos la puerta de la vida. Por eso, vale la pena seguir luchando por el reino. A pesar de los pesares.
La secuencia de los hechos es esta: las mujeres van al sepulcro, lo ven abierto y se asustan al no ver el cuerpo, los ángeles les dicen que ha resucitado. Hay temor. El mismo Jesús les sale al encuentro y le habla y da un mensaje para los otros discípulos. Y el amor les empuja a abrazarse a sus pies: “En el amor no hay temor, sino que el amor perfecto echa fuera el temor” (1 Juan 4,18).
A los guardianes del sepulcro no se les anunció nada: no era necesario, pues lo vieron todo. Y aunque parecían haber quedado como muertos, se levantaron para contar todo lo sucedido. En su anuncio no hubo alegría, solo miedo. La calma les llegó por el dinero recibido a cambio de no decir nada a nadie.
Hoy nos enfrentamos ante estas dos reacciones: fe en Jesús resucitado y audacia para anunciarlo, o silencio a causa de la avaricia, “raíz de todos los males” (1 Timoteo 6,10). En los soldados se cumplió lo dicho por Jesús en la parábola del sembrador: “Lo sembrado entre espinos es el que oye la palabra, pero las preocupaciones de este mundo y la seducción de las riquezas ahogan la palabra y queda estéril” (Mateo 13,22). En las mujeres, ocurrió lo contrario: “Y lo sembrado en buena tierra es el que oye la palabra y la entiende, y fructifica y produce el ciento, o el sesenta, o el treinta” (Mateo 13,23). A otra María, la Madre del resucitado, le pedimos la fe y la audacia de aquellas mujeres, para “anunciar las obras del Señor” (Sal 118,17).
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Con textos de Josep Boira, Opus Dei
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