Fidelidad: Permanecer, pertenecer

Carl Jung dijo: «lo que se niega te somete, lo que aceptas te transforma» y se nos olvida porque nos enseñaron a esconder a ignorar, a tapar. Pero lo que no se mira, se queda y lo que queda comienza a hablar en forma de ansiedad, insomnio, rabia, culpa. A veces, el problema no es lo que sientes, el problema es que no lo aceptas. No hay nada más pesado que luchar contra uno mismo y no hay nada mas liberador que sentarte contigo mismo y decir, bueno, estoy sintiendo esto, no lo voy a juzgar, solo lo voy a observar. Lo que aceptas no te rompe, te transforma, porque aceptar no es rendirse, es empezar a sanar

Hoy el Evangelio nos enseña que no hay libertad más plena que la que viene de Jesús. No es una libertad basada en ideas, sino en la experiencia diaria de permanecer fieles a su palabra. Él no nos pide que seamos perfectos, sino sinceros; que no vivamos de apariencias, sino de verdad. Cada gesto de honestidad, cada paso hacia la reconciliación, cada vez que elegimos la verdad aunque cueste, estamos caminando hacia esa libertad. Donde sea, en el laburo, en casa o en las relaciones cotidianas, esas que se dan en la calle, cuando vas de compras, somos llamados a dar testimonios vivos de esta verdad que no condena, sino que libera. Si alguna vez sentimos que nos alejamos, que nos vamos por otro camino,  nos recuerda que siempre podemos volver. Él nos espera no con reproches, sino con ternura y firmeza. Que hoy elijamos permanecer, no solo visitar. Que optemos por la libertad que transforma, no por la comodidad que estanca.

Somos un pueblo del pacto, ligado a Dios en Cristo por sus promesas de fidelidad a nosotros y por nuestros débiles pero sinceros esfuerzos para permanecer fieles a él. Y, al igual que en el matrimonio, la fidelidad es el mecanismo por el cual nos vinculamos a toda la confianza y los términos de la vida de pacto, a todas sus responsabilidades y limitaciones, promesas y esperanzas.



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Evangelio de San Juan 8, 31-42. Aportes de Kate Harrys

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