Jesus, siempre espera


Jesús nos recuerda que el camino de la fe no está reservado a los sabios, ni a los que aparentan tener todas las respuestas. Él se revela a los sencillos, a los que saben confiar, incluso en medio del cansancio y de las incertidumbres. Nos invita a acercarnos a Él tal como somos, sin máscaras ni pretensiones. Nos ofrece descanso verdadero, no como un escape de los problemas, sino como una manera nueva de vivirlos, unidos a su amor. 

Cuando Jesús habla de su yugo, no se refiere a una carga opresiva. Él habla de una alianza, de una relación donde caminamos juntos. Un yugo, en el campo, une a dos animales para que compartan la carga. No se trata de uno solo tirando con esfuerzo, sino de dos caminando al mismo ritmo. Así es con Jesús. No nos invita a cargar solos con el peso de la vida, sino a unirnos a Él, a dejar que nos enseñe su manera de caminar: con mansedumbre, con humildad, con confianza serena.

El nos espera, nos espera siempre, no para resolvernos mágicamente los problemas, sino para hacernos fuertes en nuestros problemas. Jesús no nos quita los pesos de la vida, sino la angustia del corazón; no nos quita la cruz, sino que la lleva con nosotros. Y con Él cada peso se hace ligero porque Él es el descanso que buscamos. Cuando en la vida entra Jesús, llega la paz, la que permanece en las pruebas, en los sufrimientos. Vayamos a Jesús, démosle nuestro tiempo, encontrémosle cada día en la oración, en un diálogo confiado y personal; familiaricemos con su Palabra, redescubramos sin miedo su perdón, saciémonos con su Pan de vida: nos sentiremos amados y consolados por Él. 


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Evangelio de San Mateo 11,25-30 | Juan XXIII.org | Angelus 9 de julio de 2017

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