Hablemos de templos..


Jn 2, 13-22

Impacta la imagen de Jesús expulsando a los mercaderes del Templo. Claramente. En lugar de verlo como una reacción impulsiva, debemos entenderlo como una enseñanza sobre la pureza del corazón y la reverencia hacia lo sagrado. Jesús nos invita a reflexionar sobre nuestras propias «áreas de comercio interior». Por ejemplo, que aspectos de nuestra vida se llenaron de intereses egoístas y desorden? Si somos el templo del Espíritu Santo, si nuestro corazón es un espacio sagrado, debemos esforzarnos por mantenerlo limpio para Dios. Esto excede a mi persona, a tu persona; se aplica a nuestras comunidades, donde la autenticidad y la espiritualidad deben prevalecer sobre los intereses mundanos.

La acción de Jesús en el templo no es solo un acto de purificación de un lugar sagrado, sino también un llamado a la reflexión sobre la verdadera naturaleza de nuestros espacios de encuentro y oración. En nuestras parroquias y grupos apostólicos, ¿hemos convertido estos espacios en lugares donde prevalecen los intereses personales o materiales, olvidando su propósito espiritual y comunitario?

Dice San Pablo en Corintios 1 «...y ustedes son el campo de Dios, el edificio de Dios» y agrega «yo puse los cimientos como lo hace un buen arquitecto, y otro edifica encima. Que cada cual se fije bien de qué manera construye». Pablo es el guía espiritual de un grupo. Como cualquiera de nosotros que guía un grupo de oración o predica en seminarios de vida, convivencias con Dios, por ejemplo. Llamados a convertirnos en templos espirituales, somos esas piedras vivas con las que el Señor quiere construir su casa.

Si somos testigos de este Cristo vivo ─dice el Santo Padre─ mucha gente encontrará a Jesús en nosotros, en nuestro testimonio. Pero ─nos preguntamos, y cada uno de nosotros puede preguntarse─ ¿se siente el Señor verdaderamente como en su casa en mi vida? ¿Le permitimos que haga «limpieza» en nuestro corazón y expulse a los ídolos, es decir, las actitudes de codicia, celos, mundanidad, envidia, odio..., la misericordia es su modo de hacer limpieza.

Y en esa interpelación que Jesús nos hace de manera permanente, pensamos cómo vivimos nuestra fe en el día a día?. ¿Hemos convertido nuestras prácticas religiosas y nuestra participación en la comunidad en meros rituales sin profundidad, o buscamos genuinamente un encuentro transformador con lo sagrado? 

Muchas veces, estamos tan enfocados en los ritos externos que olvidamos el verdadero significado de nuestra relación con Dios. No se trata de cumplir con tradiciones por mera costumbre, sino de un compromiso genuino que transforme nuestro interior. La purificación del templo es un recordatorio de que nuestras acciones y espacios deben reflejar siempre los valores y enseñanzas que recibimos y que luego predicamos. En la vida diaria, tanto en la familia como en el trabajo, podemos caer en la tentación de aparentar devoción mientras nuestro corazón se encuentra lejos de Dios. ¡Que se note, hermano, que se note como se dice en los retiros: Cristo y yo, mayoría aplastante! 

Este Evangelio nos llama a ser sinceros, a dejar las apariencias y a vivir con un corazón renovado y dispuesto a buscar la verdad; en él, Jesús habla de su resurrección. 

La hermana benedictina Joan Chittister (nacida en 1936), decía que la vida espiritual también resucita en tres etapas.

La primera etapa es conformidad. Esta es una etapa de cumplimiento de normas. Nos ceñimos a la lista de lo que hay que hacer y lo que no hay que hacer.  El inconveniente de esta etapa es que no pensamos realmente por nosotros mismos ni tomamos decisiones. Nos limitamos a cumplir las normas y a hacer lo que se espera de nosotros. 

La segunda etapa de la vida espiritual supone un gran paso adelante. Es la etapa de sensibilización. Se trata de hacerse cristiano y de parecerse más a Cristo. Vemos las reglas de la primera etapa como meros instrumentos para ayudarnos a ser más generosos y amorosos. 

Por último, la tercera etapa es la de transformación. Aquí es donde emergemos plenamente en el abrazo de Dios y no nos retenemos, dejándonos transformar. Si nos dejamos transformar plenamente, alcanzamos el nivel de los santos, pensando como Jesús, actuando como Jesús y viendo el mundo como Jesús.

Paz y bien


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Agradecimientos a: Siervas de María Antillas; Arte Cristiano y tantísimos que agregaron luz a mis textos   

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