Encontrando a Dios en lo ordinario.


Una mirada el Evangelio de Lucas 17, 20-25

La pregunta de los fariseos era un desafío a Jesús. Una mojada de oreja, una tomada de pelo, una bravuconada. El Reino de Dios, está dentro nuestro, es la respuesta. El desafío es ensamblarlo en la vida cotidiana. No tengo dudas que el único camino es la práctica de las virtudes: templanza, justicia, benevolencia, entre otras. El desafío no es solo ensamblarlo, sino como lo sostenemos y como nos sostenemos para no salirnos de él. 

En la vida cotidiana, nos encontramos inmersos en una búsqueda constante de significado y propósito. A menudo, miramos hacia el exterior en busca de señales y maravillas que nos guíen o nos den respuestas. Este pasaje nos invita a considerar una perspectiva diferente, una que enfatiza la importancia de la introspección y la presencia interna del reino de Dios.

Jesús, al responder a los fariseos, señala que el reino de Dios «no vendrá espectacularmente», desafiando la idea de que la espiritualidad y la conexión divina son fenómenos externos y grandiosos. Esta enseñanza es especialmente relevante en nuestro trabajo en la parroquia y en los movimientos apostólicos. A menudo, en estos espacios, nos esforzamos por crear experiencias espirituales profundas y significativas, pero este pasaje nos recuerda que el verdadero encuentro con lo divino se encuentra dentro de nosotros. 

El desafío es el tránsito de la vida diaria en la interacción con los demás, escenario donde se exponen las características del reino de amor: verdad, justicia, paz, gracia, amor. Dejar que Dios reine, precisa, entonces, una serie de acciones difíciles y totalmente contrarias a “hacer lo que a uno le da la gana”. Porque hacer la paz puede querer decir entregar algo propio, dejar atrás la competitividad, a la agresión, al deseo de control. Hacer la justicia puede querer decir renunciar a algún privilegio para que otros puedan llegar a la medida de su necesidad y dignidad. Defender la verdad puede significar acarrearse el desprecio o la persecución de otros. Amar es bastante sacrificado. Nada que ver con hacer lo que a uno le da la gana.

En el trato cotidiano a veces encontramos en los demás, acciones de verdad, justicia y paz. Allí está el reino de Dios. 

Y si, como Jesús, tendremos que padecer mucho. El camino espiritual no está exento de desafíos y sufrimientos. En nuestra vida diaria y en nuestro trabajo comunitario, enfrentamos dificultades y obstáculos. El crecimiento y la comprensión a menudo vienen a través de la adversidad. Se trata de llevar nuestras cruces. 

«Dios viene a establecer su señorío en la historia, en nuestra vida de cada día; y allí donde esta viene acogida con fe y humildad brotan el amor, la alegría y la paz. La condición para entrar a formar parte de este reino es cumplir un cambio en nuestra vida, es decir, convertirnos. Convertirnos cada día, un paso adelante cada día. Se trata de dejar los caminos, cómodos pero engañosos, de los ídolos de este mundo: el éxito a toda costa, el poder a costa de los más débiles, la sed de riquezas, el placer a cualquier precio. Y de abrir sin embargo el camino al Señor que viene: Él no nos quita nuestra libertad, sino que nos da la verdadera felicidad. Es Dios mismo que viene a habitar en medio de nosotros para librarnos del egoísmo, del pecado y de la corrupción, de estas estas actitudes que son del diablo: buscar éxito a toda costa, el poder a costa de los más débiles, tener sed de riquezas y buscar el placer a cualquier precio» (Angelus 4/12/2016)


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