1 de abril de 2013

Y allí me verán..


Paz y bien

El ángel dijo a las mujeres (...): «y vayan en seguida a decir a sus discípulos: «Ha resucitado de entre los muertos, e irá antes que ustedes a Galilea: allí lo verán. Esto es lo que tenía que decirles.» (Mateo 28,7). Al decir esto, el ángel no se dirigía a María Magdalena ni a la otra María, sino que a estas dos mujeres, Él encomendaba la misión para la Iglesia, él estaba enviando a la Esposa en busca del Esposo.

Mientras ellas se marchaban, el Señor salió a su encuentro y las saludó diciéndoles: «Alégrense» Él le había dicho a sus discípulos: «y no se detengan a saludar a nadie por el camino» (Lucas 10,4); ¿cómo es que en el camino Él acudió al encuentro de estas mujeres y las saludó con tanta alegría? Él no espera ser reconocido, no busca ser identificado, no se deja cuestionar, sino que se adelanta con gran ímpetu hacia este encuentro...

Esto es lo que provoca la fuerza del amor; ésta fuerza es más fuerte que todo, la que todo sobrepasa. Al saludar a la Iglesia, es al mismo Cristo al que saluda, porque Él la ha hecho suya, ésta es su carne, su cuerpo, como lo atestigua el apóstol Pablo: «El es también la Cabeza del Cuerpo, es decir, de la Iglesia.» (Col. 1,18).

Sí, es a la Iglesia en su plenitud a la que personifican estas dos mujeres... Él dispone que estas mujeres ya han alcanzado la madurez de la fe: ellas dominaron sus debilidades y se apresuraron hacia el misterio, ellas buscan al Señor con todo el fervor de su fe. Este es el motivo por el que merecen que Él se entregue a ellas al ir a buscarlas y decirles: «Alégrense».

Él les deja no solo tocarle, sino también aferrarse a Él en la misma medida de su amor... Estas mujeres son en el seno de la Iglesia, un ejemplo de predicación de la Buena Noticia.

Fraternalmente,



Textos de San Pedro Crisólogo (c.406-450), arzobispo de Ravenna, doctor de la Iglesia - Sermón 76,2-3; CCL 24A, 465-467

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