7 de abril de 2013

Había que creer


2º Domingo de Pascua - De la Divina Misericordia

Paz y bien

El Evangelio nos ofrece la primera aparición de Jesús resucitado el mismo día de su resurrección. Se les aparece a los apóstoles estando ausente Tomás. Tomás no creyó cuando le dieron la noticia. Jesús les saluda con mucha cordialidad; es el saludo de todos los días como si nada hubiese pasado. Les enseña las manos y el costado como eficaz forma de identificación.

Las heridas de Jesús quedaron marcadas incluso en su resurrección. Buena señal para los convertidos cuyas heridas del pasado siguen estando presentes, pero ya reconvertidas en resurrección. Las heridas que están presentes en la nueva condición ya no duelen, sólo están demostrando que realmente aquel cuerpo que sufrió la muerte se perpetúa ahora en la vida eterna.

Nada más ver al Señor la fe de los apóstoles quedó robustecida. Dice la Escritura que "ellos se alegraron de ver al Señor." (v.20). De nuevo la alegría desbanca al miedo. Hay algunos que se dicen cristianos y viven rodeados de miedos y son enemigos de la alegría que viene de Dios. Más que cristianos padecen de cristianismo. Más que la alegría de la resurrección son anunciadores del miedo que llevan dentro.

La fe queda robustecida porque produce una profunda y gran alegría.

Jesús les saluda por segunda vez y les da una misión: les encarga que continuaran su obra. Él tenía poder para enviarlos a la nueva tarea. Si durante su vida mortal llamó a los suyos y les encomendó muchos trabajos, ahora desde la eternidad resucitada nuevamente les invita a seguir la labor iniciada.

Hay ocasiones que perdemos esta interesante perspectiva. La misión que Jesús nos encarga no es ya desde su propia realidad terrena, sino que desde el primer momento de su resurrección nos envía a dar testimonio a los demás. Importante tiene que ser lo primero que ocupa la atención de Jesús resucitado. Para lograr ese objetivo les ofrece la fuerza del Espíritu Santo. El Espíritu es aliento de Cristo. Les ofrece seguridad con su presencia.

Tomás no estaba. ¿Qué ocurrió con Tomás? ¿Tomás no tenía miedo de salir a la calle? ¿No participaba del temor de los demás apóstoles? ¿Fue quizás el único valiente?

En las parroquias hay personas alejadas de nuestras celebraciones y cultos, son los descendientes de ese Tomás que no quiere o no puede creer sin evidencias más que palpables. Esas personas piden pruebas cuando en realidad no han sido capaces de abrir la puerta y estar con los demás. Tomás no valoraba el testimonio de todos los otros; se consideraba a sí mismo o muy prudente o excesivamente superior. Pensaba que los demás eran demasiado crédulos.

A los ocho días vuelve de nuevo Jesús a aparecerse un domingo. Las puertas seguían cerradas. Parece como si la primera aparición no terminara de lanzar al mundo a los nuevos testigos. ¿Sería que estaban buscando la unidad de la fe de aquellos once para, a una sola voz, proclamar un único mensaje?

Esta vez estaba Tomás entre ellos. Jesús les saluda y se dirige directamente al que dudaba. El Maestro le responde palabra por palabra al apóstol desconfiado. Aquél seguidor de Jesús no pensemos que era un inconverso. Tomás tenía una calidad suficiente de fe como para estar siguiendo a Cristo, pero lo que le faltaba era fe para dar crédito al testimonio de otros. Avergonzado exclama: "¡Señor mío y Dios mío!" Ahora la duda se ha vuelto confesión de fe explícita y sincera. Lo que le pasó a nuestro apóstol es que fue lento en el creer.

Hay veces que en mi vida tengo las puertas de mi corazón cerradas por la desconfianza y por el miedo, no a los judíos, sino a mi conciencia, a Dios. El Señor no me quiere dejar solo y entra sin pedir permiso; me saluda con ese saludo profundo de paz, y me habla ahora a mí. No tengo escapatoria. En cambio me excuso a mí mismo no queriendo ver que el Señor está tan cerca de mí que puedo ver con claridad sus heridas y su resurrección. Me saluda de nuevo... Yo, cual moderno Tomás, sigo lento en el creer...
Sólo te pido Señor que a pesar de mi lentitud, entra sin miedo a mi vida aunque yo tenga mis puertas cerradas, Tú puedes hacerlo y yo deseo que lo hagas. ¡Señor mío y Dios mío! Recuérdame tu presencia y tu resurrección aunque las puertas de mi yo estén cerradas.
La historia de Tomás es la de muchos creyentes que esperamos ver para creer, cuando en realidad tendríamos que creer para ver...

Fraternalmente,

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