¿Llora hoy Jesús?
Cuando Jesús estuvo cerca de Jerusalén y contempló la ciudad, lloró por ella y exclamó:“¡Si en este día comprendieras tú lo que puede conducirte a la paz! Pero eso está oculto a tus ojos. Ya vendrán días en que tus enemigos te rodearán de trincheras, te sitiarán y te atacarán por todas partes y te arrasarán. Matarán a todos tus habitantes y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no aprovechaste la oportunidad que Dios te daba”.
En el Evangelio de Lucas (19,41-44), vemos a Jesús llorar por Jerusalén, mostrando su amor y su tristeza por la falta de conversión del pueblo. Esta escena es un llamado a examinarnos; estamos ante el peligro de lograr una indiferencia espiritual. También es un llamado al arrepentimiento. Jesús lloró por Jerusalén no por la destrucción física o la invasión romana, sino por la falta de fe, que era la verdadera tragedia.
Se pregunta El Anacoreta, «¿Llora hoy Jesús? ... Seguramente llora hoy ante nuestra sociedad desorientada. Una sociedad en la que prevalecen los ambiciosos. Una sociedad violenta y opresiva. Una sociedad que busca la felicidad en el tener y en el poder. Una sociedad en que la palabra Amor carece de sentido. Una sociedad cada vez más lejos de la paz. La pregunta también debemos hacérnosla personalmente. ¿Realmente buscamos la paz, sabemos amar o lo basamos todo en el dinero, el poder y el placer?»
Y en esa sociedad convulsionada, anárquica, se construye una familia. ¿Podemos pensar que una familia es como Jerusalén y que el Evangelio le calza perfecto? Él percibe la dureza de corazón y la ceguera espiritual de sus habitantes/integrantes/miembros. ¿Cuántas veces en nuestras vidas ignoramos los llamados a la conversión, los pequeños avisos que Dios nos da? La falta de respuesta a los llamados de Dios puede llevarnos a una indiferencia espiritual peligrosa. Cuando Jesús dice que la ciudad no reconoce el momento de su visita, nos invita a preguntarnos si nosotros estamos reconociendo a Dios en nuestras vidas diarias. ¿estamos atentos a las señales de Dios? La indiferencia nos adormece y nos lleva a un estado de confort donde ya no sentimos la necesidad de cambiar.
Hace un tiempo escribimos en el blog que la vida del hombre -que tiene libre albedrio para tomar decisiones- es un constante pendular entre el instinto de las bestias y la claridad de los ángeles. Jesús no quiere que suframos las consecuencias de nuestras decisiones equivocadas. Por eso, su llanto es también una invitación al arrepentimiento, que no es solo reconocer nuestros errores, sino cambiar de dirección y actuar de acuerdo a la voluntad de Dios y enmendarlos. Es dejar de lado el orgullo que nos impide pedir perdón y buscar la reconciliación con Dios y con nuestros hermanos.
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