El hombre con fe nunca está solo; siempre está con Dios


Lc 21,20-28

Esta es la tercera vez que Jesús anuncia la destrucción de Jerusalén: “esos días serán de castigo…”. El evangelista Lucas también mezcla dos planos: el de la caída de Jerusalén, que probablemente cuando escribió su evangelio ya había sucedido, y el día final del mundo, la segunda venida de Cristo, precedida de signos en el sol y las estrellas, y el estruendo del mar y el miedo y la ansiedad ante “las cosas que vendrán sobre el mundo”. 

Hagamos un ejercicio: cambiemos las catástrofes del evangelista por lo que sucede hoy en la sociedad, a nuestro alrededor. Todos los ismos que se nos ocurran. Egoísmos, impaciencia, intemperancia, desasosiego, dinero que no alcanza, traiciones, desapegos... la prevalencia de lo material..., ni hablar de guerras... y en todo este escenario, Jesús te dice «Entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube, con gran poder y majestad. Cuando estas cosas comiencen a suceder, pongan atención y levanten la cabeza, porque se acerca la hora de su liberación». Sin embargo, muy a pesar nuestro, la relación con Dios, se va apocando, se va apagando y comienza un camino al desierto que parece no tener retorno ni fin..

La esperanza en medio de las tribulaciones, la vida diaria como espacio de fe, construir comunidad en tiempos difíciles, movimientos apostólicos como refugio de esperanza.., son algunas de las herramientas para sobrellevar los momentos duros. 

Quien no tiene dudas? Cuantas veces Cristo le dijo a su Padre que le quite el peso de encima? Lloraba lágrimas de sangre! Siempre me pregunto que hizo Dios en ese momento... ¿miraba para otro lado cuando lo crucificaban? Que piensan o como construyen el lazo con Dios musulmanes y judíos en la eterna guerra que mantienen?  

Así las cosas, parece un Dios inmutable. 

Es Cristo que te dice ¡ánimo! no hay peor cosa que la que no se intenta! Se trata de levantarse y rezar, dice el Papa Francisco, dirigiendo nuestros pensamientos y nuestro corazón a Jesús que está por llegar. Uno se levanta cuando se espera algo o a alguien. Nosotros esperamos a Jesús, queremos esperarle en oración, que está estrechamente vinculada con la vigilancia. Rezar, esperar a Jesús, abrirse a los demás, estar despiertos, no encerrados en nosotros mismos.

Ignoramos en qué medida los destinatarios de este evangelio, de procedencia predominantemente no judía, admitían o siquiera entendían el simbolismo apocalíptico, con sus calamidades, estragos y hecatombes. En todo caso, conocen guerras y persecuciones, y quizá algunos de ellos están sufriendo esas situaciones de angustia. El evangelista, como oportuno pastor y fiel creyente en las promesas de Jesús, les asegura que, venga lo que viniere, ellos están predestinados a disfrutar la gloria del Maestro ya triunfador; al Hijo del Hombre nadie le arrebatará su soberanía, y sus fieles saldrán airosos de toda prueba, pueden andar con la cabeza muy alta.

La perspectiva es diversa, es optimista: “Entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube, con gran poder y majestad”. El anuncio que hace Jesús de estas cosas, más que aterrarnos o entristecernos, pretende animarnos y llenarnos de esperanza, propio del tiempo que estamos pronto a comenzar la siguiente semana con el Tiempo de Adviento.


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