Un médico
Evangelio de San Lucas 5,27-32
El Evangelio de hoy, relata la conversión de Mateo (Leví) que era un cobrador de impuestos a quien Jesús lo vió en su "despacho" trabajando y le dijo "sígueme"; Leví, lo siguió. Esto generó un revuelo con los escribas y fariseos, (en rigor, siempre tenía estas discusiones) hasta que el Señor les dijo: «No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores, para que se conviertan».
Siempre me resuena una frase del Señor y es aquella que dice: "Donde esté tu tesoro, allí estarán también los deseos de tu corazón" y Mateo tenia el corazón puesto en lo que hacía, en manejarse con los poderosos de Roma y se sentía vacío y solo, sin haber hecho lo suficiente, como dice la canción de León Gieco
“No quiero la muerte del pecador sino que se convierta y viva.” (Ez 18,23) La misericordia de Dios es gratuita. El perdón, como el amor, no se puede comprar. Sí se puede conseguir el silencio, incluso el olvido, pero el perdón no.
Dios no nos pone un precio para alcanzar su perdón, pero sí marca una condición: el arrepentimiento. Aunque ni siquiera este ha de ser perfecto, como vemos en la parábola del hijo pródigo. Basta un deseo de volver y un primer paso para emprender el camino a casa.
En este tiempo de Cuaresma, la Iglesia nos invita a la conversión. A volver a casa. A emprender el camino de vuelta a Dios. A darse la vuelta, dejar todas las cosas y ponerse en camino.
Los santos nos han enseñado que este camino de vuelta a casa se recorre muchas veces a lo largo de la vida. De hecho, incluso muchas veces al día. La llamada a la conversión es continua, igual que el anhelo profundo de felicidad y donación que late en el fondo de nuestro corazón.
Por muy bajo que caigamos ¡no desesperemos nunca! La bondad de Dios está por encima de todo mal posible. “Aunque sus pecados sean como la escarlata, se volverán blancos como la nieve; aunque sean rojos como la púrpura, serán como la lana.” (Is 1,18) No hay ningún momento en nuestra vida en que no fuera posible empezar una existencia nueva...separada como por un muro de nuestras infidelidades pasadas.
Decirle al Señor, como David “He pecado” y mostrarle con sencillez nuestras heridas para que Él las cure, nos ayudará a continuar más ligeros y gozosos por este camino de la vida.
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