Hablemos de ayuno


Evangelio de Mateo 9,14-15

El Evangelio que nos trae la liturgia católica de hoy dice «Entonces se le acercaron los discípulos de Juan para decirle: - ¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos con frecuencia y, en cambio, tus discípulos no ayunan? a lo que El les responde: «¿Acaso los amigos del esposo pueden estar tristes mientras el esposo está con ellos? Llegará el momento en que el esposo les será quitado, y entonces ayunarán.» 

En los tiempos bíblicos el ayuno siempre tenía un propósito. En algunos casos era un acto de penitencia nacional, como cuando todo el pueblo judío ayunó después del desastre de la guer ra civil contra Benjamín (Jueces 20:26), o cuando Samuel hizo ayunar al pueblo por haberse apartado de Dios y seguido a Baal (1 Samuel 7:6), o cuando Nehemías hizo que el pueblo ayunara y confesara sus pecados (Nehemías 9:1). En esas ocasiones, el ayuno fue una manifestación de arrepentimiento y rendición a Dios. El espíritu del ayuno y la oración verdaderos es el espíritu que entrega la mente, el corazón y la voluntad a Dios. 

En otros momentos, el ayuno fue usado como preparación para un encuentro con Dios. Moisés en el monte Sinaí ayunó durante cuarenta días y cuarenta noches (Éxodo 24:18); Daniel ayunó mientras esperaba recibir la palabra de Dios (Daniel 9:3); el propio Jesús ayunó mientras esperaba la prueba de la tentación (Mateo 4:2). El principio aquí es el de someter el cuerpo a una disciplina para mantener la mente más despierta y alerta. El foco de los pensamientos pasa de la comida física al alimento espiritual. 

Así las cosas, durante mucho tiempo en la Iglesia se ha entendido que se trata de acumular actos que nos causan dolor o que nos cuesta hacerlos por su dificultad. De esa manera vamos llenando nuestro hoja de ruta a lo largo de la vida. Expresamos así nuestra devoción. Es decir, si hacemos una peregrinación de rodillas, eso parece ser que tiene mucho más valor –es más sacrificado– que si lo hacemos caminando. Y así vamos acumulando méritos ante Dios para conseguir nuestra salvación o el perdón de los pecados.

Pero el mensaje de Jesús no va por ahí. El Evangelio (todo) nos habla del amor gratuito de Dios. No hay que hacer méritos para conseguir nada ante Dios. La salvación, el perdón, la vida, es un regalo gratuito de Dios. Ayunar no es la forma de conseguir nada ante Dios. Nosotros no tenemos que guardar luto porque el esposo, Jesús, está con nosotros. Lo tenemos presente en la Eucaristía. 

El ayuno en el tiempo de Cuaresma es la expresión de nuestra solidaridad con Cristo que nos fue arrebatado, arrestado, encarcelado, abofeteado, flagelado, coronado de espinas, crucificado... 

 «Porque ustedes, el mismo día en que ayunan, se ocupan de negocios y maltratan a su servidumbre.» dice Dios en Isaías 58,3 

«Cuando el hombre se orienta exclusivamente hacia la posesión y el uso de los bienes materiales, es decir, de las cosas, también entonces toda la civilización se mide según la cantidad y calidad de las cosas que están en condición de proveer al hombre, y no se mide con el metro adecuado al hombre. 

Esta civilización, en efecto, suministra los bienes materiales no sólo para que sirvan al hombre en orden a desarrollar las actividades creativas y útiles, sino cada vez más... para satisfacer los sentidos, la excitación que se deriva de ellos, el placer momentáneo, una multiplicidad de sensaciones cada vez mayor. A veces se oye decir que el aumento excesivo de los medios audiovisuales… 

De esto resulta que el hombre contemporáneo debe ayunar, es decir, abstenerse no sólo de la comida o bebida, sino de otros muchos medios de consumo, de estímulos, de satisfacción de los sentidos. (San Juan Pablo II)


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Imagen Shutterstock

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