Hablemos de avaricia


La parábola del rico que hacia banquetes todos los días y el pobre que se acostaba en el portón de su casa. Este gozaba en la muerte, los bienes de la vida eterna, el otro, clamaba paz desde los infiernos.

Todo en esta parábola es una invitación a la conversión. No falta ningún elemento: una persona agraciada y una necesitada; una derrochadora y que parece pensar solo en sí misma, y una que mendiga a su puerta. Muerte y juicio: el tiempo del que aquí disponemos es tiempo para pensar unos en otros. Lo que aquí arraigue en nuestro corazón será con lo que llamemos a las puertas del Reino celestial. Por eso, hemos de demostrar ahora, con nuestra vida, mientras tenemos tiempo, a qué aspiramos: qué es lo que verdaderamente nos importa. ¿Cómo vivimos y para quién vivimos? ¿Quién sabe de cuánto tiempo dispone todavía?

La avaricia es uno de los siete pecados capitales. Con razón los religiosos quieren atarse voluntariamente con los tres votos de pobreza, castidad y obediencia, porque en esos tres temas es muy fácil que entre el "Yo", y puede suceder que después de un error práctico, la soberbia se ciegue y se empecine en no reconocer el error.

La avaricia, dirá san Pablo es como una idolatría (1 Col 3,5), el dinero se puede convertir en una especie de dios. De hecho Jesús dijo que no se puede servir a Dios y a las riquezas. En latín riquezas se dice mammona, que deriva de Mammon, dios del norte de África que era celoso y quien le servía debía darle todo.

El dinero, y en general los bienes de la tierra, sirven para no estar preocupados por ellos. Quien pasa necesidad tiene que estar preocupado por conseguirlo, pero no el que ya lo tiene. Procurar amontonar riqueza es un error humano, porque posiblemente nunca se disfrute en la vida, y en la muerte hay que dejarla (y a saber qué se hará de ella); pero sobre todo, porque poner la ilusión de la vida en eso constituye un pecado grave, al tener como fin lo que ha de ser un medio.

El fin de nuestra vida es Dios, y hemos de atesorar bienes que se cotizan en el cielo: ser buenos manifestándolo en las obras buenas. Ayudar a los indigentes en sus necesidades, por ejemplo, es una obra buena que se ingresa en el cielo. Dios ve y valora cada acto de generosidad que hacemos, cada detalle que tenemos con los demás. Quizá debiéramos, en la presencia de Dios, plantearnos hoy algunas preguntas.

Hoy, sin duda, la parábola nos invita a abrir los ojos, aquí y ahora, a las necesidades de los demás y a convertirlas en nuestra necesidades, a hacer de la fraternidad y la solidaridad el centro de nuestra vida cristiana.



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Fuentes: Evangelio según San Lucas 16,19-31. | Archivos del blog | Imagen: Google

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