Buscar siempre el servicio y no el honor


Vivir en una actitud continua de servicio y entrega a los demás es el mejor modo de dejar que la gracia entre en nuestro corazón.

De siempre, de toda la vida, desde el principio de la existencia del hombre ha habido ricos y pobres. Unos, los ricos, lo pasan bien, disfrutan y tienen el poder; otros, los pobres, sufren, lo pasan mal, son perseguidos y necesitan apoyarse en una esperanza de vida mejor. Jesús los llama bienaventurados. Precisamente, ha venido a darles esperanza y a decirles que de ellos es el Reino de Dios. Un Reino de amor, de justicia, gozo y felicidad. 

En la vida de un cristiano la pobreza no es opcional: sin ella no se es discípulo ni tampoco dichoso. Todos hemos de vivirla como Jesús. Y para encarnar la pobreza en medio del mundo, san Josemaría recomendaba: “te aconsejo que contigo seas parco, y muy generoso con los demás; evita los gastos superfluos por lujo, por veleidad, por vanidad, por comodidad...; no te crees necesidades” 

Frente a un clima general de consumismo, es necesario revisar con frecuencia si estamos desprendidos de las cosas que usamos; si vivimos ligeros de equipaje para seguir de cerca a Jesús y empezar a poseer “el Reino de Dios”. Si vivimos la pobreza sabremos cuidar también con generosidad de los demás y en especial de los pobres y los que pasan necesidad, a los que nunca veremos con indiferencia.

Entonces, la salvación pasa por la pobreza. Una pobreza que se concreta en dar y darse, y en no esperar nada sino de nuestro Padre Dios. Él es el único que nos puede limpiar, sanar y dar la plenitud de la felicidad eterna. De hecho, Jesús, el Hijo de Dios, que se ha encarnado en Naturaleza humana, ha nacido pobre, ha vivido pobre y ha muerto pobre y abandonado. Sólo su Santísima Madre, algunas mujeres y Juan, el evangelista, permanecieron al pie de la cruz.

Y ser pobre equivale a reconocerse pecador, pequeño y necesitado de humildad. Ser pobre no es tanto no tener nada, sino cuanto ser humilde, generoso y capaz de salir de uno mismo para darse en plenitud a los demás en servicio y misericordia. Sólo seremos limpios en la medida que nosotros seamos capaces de, al menos intentarlo, porque todo nos viene de nuestro Padre Dios, limpiar a los demás.

Esa es precisamente la Buena Noticia, la de ser pobres de espíritu, capaces de salir de nosotros mismos para, siendo auténticos injertados en Cristo Jesús, darnos a los demás. Entonces seremos bienaventurados, buscados y elegidos por el Señor para llevarnos con Él al Reino de su Padre Dios.


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Sobre textos de: Salvador Pérez Alayón 



 

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