La costumbre de contestar «estoy bien»


Nos hemos acostumbrado a decir «estoy bien» para ahorrarnos preguntas que no queremos contestar. Es una manera de no darle lugar a la misericordia. 

Contestar así me cae como anillo al dedo muchas veces al día, y lejos de sentirme cómodo, la siento como una pared, ya que no se abre un canal para soltar los miles de pensamientos y emociones que a veces nos inundan. ¿No les pasa? Como decimos en Argentina, "la careteamos" (un poco o bastante)

Sea por miedo a sentirnos vulnerables y mostrar una fachada de control, o por esa presión social que a menudo promueve la idea de que debemos estar siempre bien, o quizás porque decidimos ponernos en modo “ahorro de energía” y así no entrar en conversaciones agotadoras, o tal vez tenemos la sensación de que nos sentiremos juzgados, el “estoy bien” es una respuesta que muchas veces nos sale en automático.

Y me pregunto: ¿estamos siendo honestos con nosotros mismos y con los demás?

Este comportamiento puede llevarnos a una desconexión emocional, tanto dentro de nosotros mismos como con aquellos que nos rodean y nos quieren ver bien. Al no abordar nuestras emociones, podemos perder la oportunidad de hacerlas conscientes y/o de recibir el apoyo y la comprensión de quienes en la diaria están cerca.

Además, por si esto fuera poco, hay una enorme deshumanización, no nos hablamos con cariño ni amabilidad. Las palabras tienen un poder inmenso; pueden construir o destruir, acercar o alejar. Hablar sin cariño es a menudo un reflejo de distanciamiento emocional, de tratar a los demás como simples objetos o herramientas para alcanzar objetivos, sin reconocer su humanidad y su dignidad.

La dimensión espiritual, no tiene por qué ser religiosa, es abrirse a los demás, abrirse a la naturaleza, a todo aquello que no entendemos y a ver el universo no como algo caótico, como algo azaroso, sino como algo con profundo sentido. En cuanto recuperemos un poco el sentido humanista de la vida, nos ocupemos un poco más de reducir la carga que llevan otros sobre sus hombros y tengamos una visión un poco más espiritual, es decir, menos aferrados al tener y un poquito más abiertos al ser, montones de problemas desaparecerían absolutamente, sería algo extraordinario

Decía San Agustín “Si precisas una mano, recuerda que yo tengo dos...” Y ahi está la respuesta a la pregunta del título. Decía un sacerdote de mi parroquia que ya no está, que la misericordia, es un corazón atento a la miseria (en el sentido de la necesidad) del otro. La misericordia es fruto de un corazón tierno y compasivo, que sabe sufrir con los que sufren y llorar con los que lloran y afligirse con lo que tienen alguna pena.

El solo sale para todos dice el Señor, sobre justos e injustos. Y los injustos también son misericordiosos con quienes los rodean; ser misericordioso es volcar un poco de dulzura en el corazón amargado, derramar algo de bálsamo en el ánimo abatido y comunicarle nuevas fuerzas, para ir repechando el camino del deber. Es consolar al triste, acompañar al que se halla en soledad, dejar que el prójimo vuelque en nosotros sus preocupaciones, que se desahogue de sus aflicciones y opresiones.

Los misericordiosos obtendrán también ellos misericordia, encontrarán corazones que los comprendan cuando para ellos les llegue la hora del dolor, hallarán quien les suavice  su pena, quien comparta su amargura; y como ellos supieron aliviar la pena de otros, otros aliviarán sus penas. Entonces, solo entonces, ya no contestaremos "estoy bien" 


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Fuentes: enmodozeus | Evangelio según San Lucas 6,36-38. | Imagen: www.istockphoto.com

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