Comprensión y misericordia

En la parábola del hijo pródigo se revela ese constante pendular del hombre entre la virtud, la lealtad a Dios de los ángeles y el instinto de las bestias; Dios le dió al hombre la capacidad de discernir, la libertad de elegir. Utilizar el albedrio lo que significa asumir las responsabilidades de las propias acciones. 

Jesús nos invita también a vivir la comprensión y la misericordia del padre de la parábola. Resulta conmovedora la narración de sus gestos y actitudes, retratando las virtudes divinas y las de los buenos educadores: el padre respeta la libertad del hijo, sin salir a controlarlo, provocando quizá que se alejase aún más; confía con heroica paciencia en el cariño y la formación que puso en él; espera por eso a diario su libre regreso, mirando amorosamente el horizonte. Como premio a su generoso proceder, el padre recupera a su hijo amado. Y no le deja terminar su disculpa: lo cubre de besos, organiza gozoso una fiesta por todo lo alto, y le devuelve, sin rencores, su perdida condición.

Si aprendemos a “hacer de hijo pródigo” muchas veces, recibiremos la misericordia divina. Y sabremos entonces vivir la misericordia con los demás y amar su libertad, como el padre de la parábola. Evitaremos también convertirnos en el hijo mayor e incomprensivo, lleno de celo en casa de su padre, pero celo amargo, con la misma falta de libertad que tenía su hermano pequeño. 

Paz y bien.

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