Bienestar del alma
El bienestar del alma es un estado de plenitud que se puede alcanzar a través de la conexión con el cuerpo, la mente, las emociones y el espíritu. El objetivo de los estoicos es alcanzar la felicidad o la autorrealización, a la que llamaban eudaimonia. Para ello, hay que desarrollar la virtud moral y la serenidad.
Los cristianos, tenemos la poderosa herramienta que nos fue dado en Pentecostés con la efusión del Espíritu Santo que es quien nos da las llaves para lograrla... "Ven Espíritu Santo mira el vacío del hombre cuando tu le faltas por dentro; mira el poder del pecado cuando no envías tu aliento, riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo, lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo, doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero..."
Si no encuentras solución a un problema, tal vez no sea un problema que debes resolver sino una realidad que necesitas aceptar. Aceptar la vida como es, no significa resignarse sino tener la capacidad de seguir adelante, sin perder la alegría de vivir, incluso en medio de las dificultades.
El evangelio de hoy habla de reconocer la presencia de Dios. Ante un hecho o circunstancias que motiva nuestra acción aprendimos que es de Dios cuando pasa el tiempo (poco o mucho) y sentimos paz; por el contrario se la acción deja como un sentimiento de pesar, no es de Dios, no fue impulsada por El. Aun hoy, vemos a Jesús que es rechazado por "su pueblo"; él, que ha venido a llenar a las almas de alegría verdadera no es comprendido ni aceptado. Quizá el mundo, quizá la desesperanza, quizá la vida misma que establece nuevos parámetros y métodos de complacencia hasta llegar al "estado de bienestar" (estado, en el sentido de estar)
Una de esas frases de autoayuda dice: Yo no oro para que Dios haga mi voluntad, sino para que Dios me permita comprender la suya en mi vida. En algún momento te encontrarás a ti mismo. Aprenderás que no existe nada afuera que no venga de adentro. Adentro eres el camino, afuera eres solo el caminante.
Este tiempo de Cuaresma es una buena ocasión para que meditemos en cómo acogemos la palabra de Jesús. La que nos resulta más agradable y la que nos cuesta un poco más aceptar.
Ahi vamos, despacio, con suavidad pero con criterios.
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Fuente: Evangelio (Lc 4, 24-30)
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