Mantenerse en el camino a pesar de las crisis
Domingo 30, Marcos 10: 46-52
Una vez más, Marcos nos muestra un pasaje de los evangelios centrado en su preocupación por la idea del seguimiento de Jesús. Para el autor del evangelio, el discipulado tiene un costo. En el camino a Jerusalén los discípulos reciben luz acerca de los padecimientos y sufrimientos que su Maestro habrá de enfrentar en Jerusalén (Mc 10:32-34). Sin embargo, según el relato de Mc 10:35-45, el concepto de Mesías que tenían sus discípulos los inducía a pensar sólo en términos de gloria y realeza. Santiago y Juan, preocupados por el lugar que habrían de ocupar en la gloria venidera son el ejemplo de aquellos/as que no son capaces de comprender a profundidad el costo del discipulado.
En los evangelios, se utiliza usualmente el concepto del camino para describir al seguidor de Jesús. Mateo, por ejemplo, presenta a Jesús diciendo que sus seguidores tienen que seguirlo por la puerta estrecha, ya que es “angosto el camino que lleva a la vida” (7:13-14). En Juan se afirma que el camino del cristiano está fundamentado en Cristo quien dice: “Yo soy el camino” (14:6). El camino es sobre todo el lugar teológico en donde los discípulos reciben las lecciones del Reino. Quien quiera seguir a Jesús o proclamar su Reino, no comprenderá a profundidad lo que significa ver la vida desde el camino si pretende observarla desde la orilla o el balcón.
El evangelio de hoy, relata que Junto al camino, estaba sentado un ciego en quien las posibilidades para un minuto de misericordia por parte de los transeúntes eran escasas.
La fe de Bartimeo se refleja en su oración. No es una oración tímida y convencional. Ante todo, llama al Señor “Hijo de David”, o sea, lo reconoce Mesías, Rey que viene al mundo. Después lo llama por su nombre, con confianza: “Jesús”. No tiene miedo de Él, no se distancia. Y así, desde el corazón, grita al Dios amigo todo su drama: “Ten compasión de mí”. ¡Solo esa oración “ten compasión de mí!”. No le pide una moneda como hace con los viandantes. No. A Aquel que todo lo puede, le pide todo. A la gente le pide unos centavos, a Jesús que tiene poder para realizar todo, le pide todo. “Ten compasión de mí, ten compasión de todo lo que soy”. No pide una gracia, sino que se presenta a sí mismo: pide misericordia para su persona, para su vida. No es una petición insignificante, pero es muy bella, porque invoca piedad, o sea, compasión, la misericordia de Dios, su ternura
“¿Qué quieres que te haga?” , pregunta Jesús. Lo que Jesús quiere no es sólo sanar a este hombre, sino además entrar en una relación de comunión personal con él, para que de este modo su “fe” sea más que meramente “milagrosa” y así Bartimeo pueda “glorificar a Dios” como realmente habría de suceder (Lc 18:43). El ciego es específico en su petición: “Maestro, que recobre la vista”.
Ante la petición del ciego, Jesús le dice: “Vete, tu fe te ha salvado”. La vista del hombre le fue restaurada inmediatamente Bartimeo no sólo ha logrado la visión corporal, sino que, mediante su fe, ha conseguido el acceso a Jesús, que es capaz de salvarlo. Marcos enfatiza esta unión personal realizada en la fe: el que en otro tiempo fue ciego se convierte en seguidor de Jesús.
Marcos nos muestra la ironía de un hombre ciego que tiene perspectiva espiritual, mientras que muchos que podían ver, incluyendo a los líderes religiosos, eran ciegos espiritualmente.
Pidamos todo a Aquel que puede darnos todo, como hizo Bartimeo, que es un gran maestro, un gran maestro de oración. Que Bartimeo nos sirva como ejemplo con su fe concreta, insistente y valiente. Y que Nuestra Señora, Virgen orante, nos enseñe a dirigirnos a Dios con todo el corazón, con la confianza de que Él escucha atentamente toda oración.
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