La casa tiene que estar completa: con sus doce columnas apostólicas y con todas sus piedras vivas.

 


Ayer hablábamos del concepto "camino". En los evangelios, se utiliza usualmente el concepto del camino para describir al seguidor de Jesús. Mateo, por ejemplo, presenta a Jesús diciendo que sus seguidores tienen que seguirlo por la puerta estrecha, ya que es “angosto el camino que lleva a la vida” (7:13-14). En Juan se afirma que el camino del cristiano está fundamentado en Cristo quien dice: “Yo soy el camino” (14:6). El camino es sobre todo el lugar teológico en donde los discípulos reciben las lecciones del Reino. Quien quiera seguir a Jesús o proclamar su Reino, no comprenderá a profundidad lo que significa ver la vida desde el camino si pretende observarla desde la orilla o el balcón. 

Hoy la iglesia celebra la fiesta de los apóstoles. El día que Jesus, despues de orar, elige a los doce apóstoles. San Pablo en su carta a los efesios les dice: «Ustedes están edificados sobre los apóstoles y los profetas, que son los cimientos, mientras que la piedra angular es el mismo Jesucristo. En él, todo el edificio, bien trabado, va creciendo para constituir un templo santo en el Señor. En él, también ustedes son incorporados al edificio, para llegar a ser una morada de Dios en el Espíritu.»

Hoy hablamos de casas. O, más bien, de casa, en singular. La palabra casa en hebreo (beyt), tiene una significación mucho mayor que un simple edificio. Es familia extensa (la casa de Israel, “toda su casa””, es vida (Betesda: casa del agua; Belén: casa de pan), es pueblo. 

Cuando Cornelio y “toda su casa” se convierten al cristianismo, no es una pura imposición del padre de familia; la identidad personal es parte de la identidad como pueblo. La fe personal profesada se hace en el seno de una familia, y no aisladamente.  Cuando Pablo dice a los efesios que “ya no son extranjeros”, no es únicamente para darles carta de ciudadanía, sino que reconoce su pertenencia a la familia, a la casa, su identidad. E incluso va más allá: somos la casa de Dios, edificada, ensamblada, piedra sobre piedra viva. Vamos agregándonos, insertándonos en Cristo, piedra angular de todo el edificio. “Ya no son extranjeros” no sería entonces solamente un alegato en favor de los inmigrantes. 

Es algo mucho más profundo: es más bien una llamada a ser parte del edificio, hogar, familia, vida, casa, pueblo, No ser extranjero es ser parte de la familia: ser casa, ser pueblo. Y eso tiene consecuencias para toda la vida. Vivir ahora como piedra viva es ser fiel a la noticia de salvación de Cristo; es seguimiento y discipulado. Es permanencia en esa vida y ese pan.

Por eso, la llamada de Jesús a los doce es mucho más que una anécdota de “seguimiento”. Es un cambio total de identidad.


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Con aportes de Cármen Aguinaco

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