La fe del grano y la fuerza de la levadura
Frecuentemente, cuando se habla de “construir el Reino” inmediatamente se piensa en lucha por la justicia. Eso también, claro está. Hay que buscar el Reino de Dios y su justicia. Pero no es simplemente una lucha de activistas contra la pobreza, la injusticia o los derechos humanos en este mundo. No se trata de una ONG más. “Construir el Reino”, o mejor dicho, dejar que Dios reine, siempre pasa por “no ser nadie”; por ser semilla y masa dócil. Por ser sembrador confiado y amasador paciente. Nada fácil. Pasar por el sacrificio y la muerte diaria con una confianza inquebrantable. El Rey hará lo que tenga que hacer con esta insignificancia.
Jesús no se conforma con una iglesia invisible o sea, una fraternidad sentimental y una comunión espiritual de todos aquellos que por todas partes del mundo creen en él. Se necesita un árbol grande en que todos reconozcan que la semilla era buena y llena de vida. Se necesitan comunidades cristianas organizadas, lazos entre estas comunidades, una jerarquía. Un red organizada de responsables con una cabeza que conduzca.
También es cierto que es necesario que los creyentes no se encierren en sus capillas que no dediquen su atención a todas las actividades propias de la Iglesia, sino que reserven buena parte de sus energías para actuar en el mundo junto con todos los demás hombres y mujeres, trabajando en todas las tareas de la promoción humana. Que no piensen primero en una cooperativa de la Iglesia o en una escuela de la Iglesia, sino en una cooperativa para todos, en una escuela para todos.
Para que seamos la levadura que hace levantar la masa, o sea, que transforme la historia humana el medio no es traerlos a todos a la Iglesia sino comunicar en la vida diaria y en las iniciativas comunitarias abiertas a todos, el espíritu que nos anima.
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