Los tiempos de Dios


La liturgia de hoy nos trae el Evangelio de San Mateo 1, 1-17, el árbol genealógico de Jesús. Recorre generaciones hasta llegar a Jesús. Esto nos muestra que Dios tiene sus tiempos y que sus planes no se realizan de manera apresurada. En una sociedad donde buscamos resultados inmediatos, este Evangelio nos invita a la paciencia y a confiar en la fidelidad de Dios. En la vida, no siempre veremos frutos inmediatos, pero el tiempo del Señor es perfecto. 

El evangelista necesitaba demostrar que Jesús pertenecía al pueblo de Israel desde su fundación. Si Abraham era el padre y fundador del  pueblo judío, el evangelista quiere demostrar que Jesús es tan judío como el que más. No es un extraño. No es uno venido de fuera. Dios ha escogido a uno de los suyos para hacer presente en medio del mundo su salvación. El Mesías esperado viene, como indicaban las escrituras más antiguas, del mismo pueblo judío.

El relato evangélico, la historia oficial, no esconde los pecados de sus antepasados. En la palabra de Dios encontramos que el Señor no hace diferencias entre las personas, hace salir el sol sobre justos e injustos, indicando no que Él sea con esto injusto, sino que su amor se ofrece a todos y busca la conversión del equivocado y no que muera o se pierda. En este sentido, las historias de David, es emblemática.

Cuatro mujeres se nombran en el evangelio de San Mateo, mencionadas las cuatro en la Biblia. Tamar (Gén 38) que dió todo para no perder las bendiciones divinas; Rahab, una prostituta extranjera que la Biblia elogia (Josué 2); Rut, otra extranjera de vida ejemplar; la viuda de Urias, la bella Betsabé, compartió el pecado de David... Todo esto nos anuncia discretamente al que vino a salvar a los pecadores y para abrir el reino de Israel a las muchedumbres venidas de los demás pueblos.

La aceptación incondicional de Dios, no quiere decir que esté bien cualquier cosa que hagamos, pensemos o dejemos de hacer, sino que Él nos manifiesta su amor brindándonos la posibilidad de recuperar la gracia perdida por causa del pecado, por medio de la fe en su Hijo Jesucristo y con la acción del Espíritu Santo. El jamás nos abandonará, y si volvemos, nos recibe con los brazos abiertos porque quiere nuestra vida, nuestro gozo y plenitud.

Dios no hace acepción de personas, no distingue como mejores a aquellos o éstos, no hace ninguna distinción y el Señor, espera de nosotros la misma actitud; precisamente, el Mesías, la gran expectativa del pueblo de Dios, traería el Shalom, la plenitud de las bendiciones del Padre, la totalidad de la salvación, la perfección del amor que abarca a todos.

Claramente, Dios escribe derecho en renglones que son torcidos.

Paz y bien!

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