La fe, sin las obras de fe, no es fe


3° domingo de Adviento. Lc 3, 10-18

La templanza es la capacidad de mantener la calma y el equilibrio; es también, moderación, sobriedad y continencia. Las palabras de Juan el Bautista son como una daga muy filosa hacia el alma del hombre. Sorprende su figura recia y austera; es toda una imagen de lo que predicaba: la necesidad de estar desprendidos de las cosas de la tierra. 

También enseña el espíritu de servicio; Juan sabe hacerse a un lado, se retira de la escena para dejar el sitio a Jesús. No está interesado en tener seguidores, en obtener prestigio y éxito, sino que presenta su testimonio y luego da un paso atrás para que muchos tengan la alegría de encontrar al Señor. Podríamos decir: abre la puerta y se va. Con este espíritu de servicio, con su capacidad de hacer sitio a Jesús, Juan el Bautista nos enseña una cosa importante: la libertad respecto a los apegos. Sí, porque es fácil apegarse a roles y posiciones, a la necesidad de ser estimados, reconocidos y premiados. 

En el Evangelio de Marcos, Juan dice «Cambien su vida y su corazón...» plantea cambiar la cabeza, la mentalidad, la manera de hacer las cosas. Bien sabía Juan que el cambio de mentalidad provocaba el cambio de conducta. La realidad de muchos cristianos es que apremiados por los exigencias del Evangelio, se imponen una y otra vez el cambiar determinados aspectos de su comportamiento. Si hago aquello... si dejo de hacer lo otro... si intento reprimir éste o aquel sentimiento...

Y el tema no tiene nada que ver con esto de hacer o dejar de hacer... La vida cristiana es una invitación al cambio de interiores. Si cambias en tu interior todo lo que salga de ti será bueno. No es cambiar las cosas que hago anhelando en mi interior lo que realmente quiero. Es dejarse transformar desde dentro por el amor de Dios para que lo que sale de dentro sea más bueno y mejor.

Nos es necesaria la templanza en esta vida para poder entrar en la otra. Los bienes de la tierra son objetivamente buenos como medios, pero subjetivamente pueden convertirse en estorbo, y llenar el corazón de tal manera, que uno esté tan grueso, que le sea imposible entrar por la puerta angosta. En la medida que no utilizamos las cosas como instrumentos sino como fines, se convierten en tiranos y esclavizan.

Se nos pide una templanza habitual, estando desprendidos de las cosas que usamos, viviendo la mansedumbre, la sobriedad en muchas facetas: en la comida y en la bebida, en el uso de la televisión, en la curiosidad, en el deseo de sobresalir, en el afán de lujo, en la preocupación excesiva por el vestido o las diversiones.

En el Adviento resuenan cada año las palabras de Juan el Bautista como un toque de atención, como un aviso a los viajeros para que estemos a lo que tenemos que estar en esta vida y no nos despistemos. La vida es un camino que ha de acabar en Dios. Es ir más allá del desierto.

Paz y bien


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