Saber lo que uno es
28º domingo, TO, San Lucas 1.7 - 14
Al frívolo y superficial le importa quedar bien, que se cuente con él, le gusta dárselas de que sabe ante los demás, de que está al día... En general, la soberbia es enojosa para el prójimo, y hasta resulta ridícula, como en el caso de la parábola, cuando uno aparenta ser, tener o saber lo que no es, no tiene o no sabe. Por el contrario, quien es humilde no pretende llamar la atención, sobresalir en el hablar, en el vestir o en tantos otros detalles; resulta agradable y elegante en su sencillez.
Incluso, si le alaban por el trabajo realizado o por sus cualidades de voz o de memoria, sabe que lo tiene recibido, recuerda el esfuerzo que le ha costado y que un pequeño contratiempo puede hacer que pierda lo que tenía. En todo caso, el humilde no pierde de vista que los honores de la tierra son vaciedad y que tarde o temprano todo lo de esta tierra desaparecerá en el olvido.
Algo semejante sucede en las relaciones con Dios: ante Él no cabe la apariencia porque conoce perfectamente quiénes somos, cómo somos y toda nuestra historia. Por eso, la actitud fundamental de todo hombre que se acerque a Dios ha de ser la conciencia de su nada en presencia de "Aquél que Es". «Yo Soy El que Soy. Tú eres lo que no es», decía el Señor a santa Catalina de Siena. Todas nuestras relaciones con Dios son regidas por esta verdad básica que nos sitúa en nuestro lugar.
La humildad es la virtud humana fundamental, sin la cual no hay ninguna otra que lo sea. La humildad atrae la gracia de Dios, que está dispuesto a subir a los humildes. En cambio, Dios no soporta a los soberbios, les deja solos, les devuelve a su nada. El que es humilde sabe cuál es su puesto siempre, ante Dios y ante los demás, y agradece todo.
Al frívolo y superficial le importa quedar bien, que se cuente con él, le gusta dárselas de que sabe ante los demás, de que está al día... En general, la soberbia es enojosa para el prójimo, y hasta resulta ridícula, como en el caso de la parábola, cuando uno aparenta ser, tener o saber lo que no es, no tiene o no sabe. Por el contrario, quien es humilde no pretende llamar la atención, sobresalir en el hablar, en el vestir o en tantos otros detalles; resulta agradable y elegante en su sencillez.
Incluso, si le alaban por el trabajo realizado o por sus cualidades de voz o de memoria, sabe que lo tiene recibido, recuerda el esfuerzo que le ha costado y que un pequeño contratiempo puede hacer que pierda lo que tenía. En todo caso, el humilde no pierde de vista que los honores de la tierra son vaciedad y que tarde o temprano todo lo de esta tierra desaparecerá en el olvido.
Algo semejante sucede en las relaciones con Dios: ante Él no cabe la apariencia porque conoce perfectamente quiénes somos, cómo somos y toda nuestra historia. Por eso, la actitud fundamental de todo hombre que se acerque a Dios ha de ser la conciencia de su nada en presencia de "Aquél que Es". «Yo Soy El que Soy. Tú eres lo que no es», decía el Señor a santa Catalina de Siena. Todas nuestras relaciones con Dios son regidas por esta verdad básica que nos sitúa en nuestro lugar.
La humildad es la virtud humana fundamental, sin la cual no hay ninguna otra que lo sea. La humildad atrae la gracia de Dios, que está dispuesto a subir a los humildes. En cambio, Dios no soporta a los soberbios, les deja solos, les devuelve a su nada. El que es humilde sabe cuál es su puesto siempre, ante Dios y ante los demás, y agradece todo.
Señor, Dame el conocimiento propio, para que me conozca como Tú me conoces, ame lo que Tú amas, y evite todo aquello que no merece la pena. Que sólo trate de agradarte, qué sólo Tú seas mi bien. Otra cosa no quiero.Paz y bien, buen domingo
Dominus Providebit
___
Huellas de Jesús Martínez García
Comentarios
Publicar un comentario
«Porque la boca habla de la abundancia del corazón.» (Mt. 12, 34) Por lo tanto, se prudente en el uso de ellas y recuerda que en este blog no se aceptan los comentarios anónimos.