7 de agosto de 2016

En el silencio

Domingo 19, Tiempo Ordinario
Evangelio de San Lucas 12, 32-48

«Felices los sirvientes a los cuales el patrón
los encuentre velando cuando llegue.
Yo les digo que él mismo se pondrá delantal,
los hará sentarse a su mesa y los servirá uno por uno.» (12, 37)

Hacer la oración bien depende en gran medida de nosotros mismos: de ponernos a ello, con puntualidad, de estar en vela ayudándonos con un libro, por ejemplo; pero también depende de Dios. Ya es oración ponerse en presencia de Dios y hablarle, incluso el hecho de ir a hacerla es ya oración. Pero hay que llegar a hacer oración buena, sabrosa, que no cansa, porque nos lleva el Espíritu de Dios.

La oración debe ser un anticipo del cielo, y la imagen que nos pone Jesús es la del banquete donde el señor de la casa sirve a los convidados. La oración no es pensar en nuestros asuntos, ni en cosas religiosas, ni incluso pensar en Dios; es hablar con Dios. La imagen del banquete es elocuente, porque a la mesa es donde se invitan a los familiares y amigos, donde se cuentan las cosas íntimas de familia. Y en ese diálogo en el que hablan los dos amigos es donde aumenta la amistad. Por el contrario, el camino de la amistad que no se pisa, acaba borrándolo la hierba.

Es necesario el trato, la confidencia. Pero es un diálogo entre los dos. A veces hay que callar y escuchar. Dios habla quedo en el fondo del corazón, y es necesario advertirlo. Si uno está atento, a la hora que menos pensemos viene el Hijo del Hombre. No porque se nos aparezca Jesús, que no hace falta -más bien bienaventurados los que sin ver, creyeron (Jn 20,29)-, sino porque advertimos que está muy cerca de nosotros; de hecho está en el Sagrario, pero hay que advertirlo.

Entonces surgen propósitos, afectos e inspiraciones, al darnos cuenta de que nos dice las mismas palabras que pronunció en Palestina, que nos habla a través de la creación, de los sucesos y las personas. Con el paso del tiempo entendemos los sucesos de un modo sobrenatural. Ésa es voz de Dios.
Señor, que conoces nuestra flaqueza, cuánto nos cuesta hacer oración a veces, que nos cansamos, que no le encontramos gusto. Voy a poner todo de mi parte, estando vigilante, porque sé que, si actúo así, con perseverancia, a la hora que menos piense, me daré cuenta de que Tú, el Hijo del Hombre, estás muy cerca.
Paz y bien, buen domingo.

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Huellas de Jesús Martínez García 

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