La misión

Domingo 14, TO, Lucas 10,1-12.17-20

Rogar al dueño y también ir. Es una tarea de todos los cristianos. «La misión es un problema de fe, es el índice exacto de nuestra fe en Cristo y en su amor por nosotros. La tentación actual es la de reducir el cristianismo a una sabiduría meramente humana, casi como una ciencia del bien vivir.

En un mundo fuertemente secularizado, se ha dado una gradual secularización de la salvación, debido a lo cual se lucha ciertamente en favor del hombre, pero de un hombre a medias, reducido a la mera dimensión horizontal. En cambio, nosotros sabemos que Jesús vino a traer la salvación integral, que abarca al hombre entero y a todos los hombres, abriéndoles a los admirables horizontes de la filiación divina.

¿Por qué la Misión? Porque a nosotros, como a san Pablo, se nos ha concedido la gracia de anunciar a los gentiles las inescrutables riquezas de Cristo (Ef 3,8). La Iglesia, y en ella todo cristiano, no puede esconder ni conservar para sí esta novedad y riqueza, recibidas de la divina bondad para ser comunicadas a todos los hombres» (Juan Pablo II, Redemptoris missio).

Hay dos modos de ser enviado, una yendo a otro lugar, y otra permaneciendo en el mismo sitio pero de otra manera: personas transformadas por la gracia y la doctrina cristiana colaboran a transformar la sociedad. No sólo para hacer un mundo mejor, más habitable. Sino un mundo donde Dios sea el norte de cada persona, donde las leyes ayuden al hombre a desarrollar sus capacidades humanas y puedan vivir como hijos de Dios. El cristianismo es un humanismo, ciertamente, pero es mucho más: Cristo es el camino para la salvación eterna.
Señor, que no me confunda, que no crea que voy bien sólo por no hacer mal, o por tener buena autoestima. Que vea la necesidad de mover los corazones hacia Ti, de que tengo que rezar para que haya vocaciones entregadas en la Iglesia, y que yo también tengo que ir. Que sienta en mi alma el gozo de ver nacer y desarrollarse tu vida en los demás.


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Textos de Jesús Martínez García

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