10 de julio de 2016

Anda y haz tu lo mismo

Domingo 15, TO, C, Lucas 10, 25-37

Más explícito no puede ser Dios con nosotros: Haz tú lo mismo, ten misericordia con los que te rodean. Posiblemente, por prudencia, no debamos atender a desconocidos que encontramos en la carretera. Sin embargo, no hemos de esperar a que se presenten sucesos insólitos o espectaculares para ayudar al prójimo; tenemos cerca mucha gente que necesita de nosotros. El buen samaritano hizo lo que podía hacer; ¿qué podemos hacer nosotros?

Como los ojos no están hechos para mirarse a sí mismos -y ay del día en que se miren a sí mismos-, el corazón humano necesita ocuparse de los demás para expandirse de modo natural y no quedarse encogido, bizco. El amor a otra persona activa la capacidad de amar, que de otra manera quedaría necrosada y estéril. Estamos hechos para el amor, y quien no ama bien no puede ser feliz. No podemos tener tiempos reservados exclusivamente para nosotros porque hemos de vivir para los demás. Hasta en el descanso hemos de pensar cómo ayudar a los demás, incluyéndoles en el plan, haciendo algo que les guste, por ejemplo... Es no pensar cómo me organizo, o cómo resuelvo mis problemas.

Hasta el goce de un paisaje o de un viaje es mayor si se comparte. Pero no es sólo la comprobación psicológica de que se es más feliz si se piensa en los demás, es que amando al prójimo progresamos en el amor a Dios. Si nos preguntamos ¿qué espera Dios de mí?, la respuesta es: preocúpate de quienes tienes a tu alrededor. Haciendo esto indudablemente amamos a Dios.
Jesús, ayúdame a quitar el peso del egoísmo que me hace estar en mis cosas y me impide advertir los problemas y las necesidades de los demás. Hazme ver sus carencias y dificultades como propias, para que les dedique el mismo interés que dedico a mis necesidades.

1 comentario:

«Porque la boca habla de la abundancia del corazón.» (Mt. 12, 34) Por lo tanto, se prudente en el uso de ellas y recuerda que en este blog no se aceptan los comentarios anónimos.