Avaricia
Domingo 18, Tiempo Ordinario
Evangelio de San Lucas 12, 13-21
La avaricia es uno de los siete pecados capitales. Con razón los religiosos quieren atarse voluntariamente con los tres votos de pobreza, castidad y obediencia, porque en esos tres temas es muy fácil que entre el "Yo", y puede suceder que después de un error práctico, la soberbia se obceque y se empecine en no reconocerlo.
La avaricia, dirá san Pablo es como una idolatría (1 Col 3,5), el dinero se puede convertir en una especie de dios. De hecho Jesús dijo que no se puede servir a Dios y a las riquezas. En latín riquezas se dice mammona, que deriva de Mammon, dios del norte de África que era celoso y quien le servía debía darle todo.
El dinero, y en general los bienes de la tierra, sirven para no estar preocupados por ellos. Quien pasa necesidad tiene que estar preocupado por conseguirlo, pero no el que ya lo tiene. Procurar amontonar riqueza es un error humano, porque posiblemente nunca se disfrute en la vida, y en la muerte hay que dejarla (y a saber qué se hará de ella); pero sobre todo, porque poner la ilusión de la vida en eso constituye un pecado grave, al tener como fin lo que ha de ser un medio.
El fin de nuestra vida es Dios, y hemos de atesorar bienes que se cotizan en el cielo: ser buenos manifestándolo en las obras buenas. Ayudar a los indigentes en sus necesidades, por ejemplo, es una obra buena que se ingresa en el cielo. Dios ve y valora cada acto de generosidad que hacemos, cada detalle que tenemos con los demás. Quizá debiéramos, en la presencia de Dios, plantearnos hoy algunas preguntas.
Evangelio de San Lucas 12, 13-21
La avaricia es uno de los siete pecados capitales. Con razón los religiosos quieren atarse voluntariamente con los tres votos de pobreza, castidad y obediencia, porque en esos tres temas es muy fácil que entre el "Yo", y puede suceder que después de un error práctico, la soberbia se obceque y se empecine en no reconocerlo.
La avaricia, dirá san Pablo es como una idolatría (1 Col 3,5), el dinero se puede convertir en una especie de dios. De hecho Jesús dijo que no se puede servir a Dios y a las riquezas. En latín riquezas se dice mammona, que deriva de Mammon, dios del norte de África que era celoso y quien le servía debía darle todo.
El dinero, y en general los bienes de la tierra, sirven para no estar preocupados por ellos. Quien pasa necesidad tiene que estar preocupado por conseguirlo, pero no el que ya lo tiene. Procurar amontonar riqueza es un error humano, porque posiblemente nunca se disfrute en la vida, y en la muerte hay que dejarla (y a saber qué se hará de ella); pero sobre todo, porque poner la ilusión de la vida en eso constituye un pecado grave, al tener como fin lo que ha de ser un medio.
El fin de nuestra vida es Dios, y hemos de atesorar bienes que se cotizan en el cielo: ser buenos manifestándolo en las obras buenas. Ayudar a los indigentes en sus necesidades, por ejemplo, es una obra buena que se ingresa en el cielo. Dios ve y valora cada acto de generosidad que hacemos, cada detalle que tenemos con los demás. Quizá debiéramos, en la presencia de Dios, plantearnos hoy algunas preguntas.
San Basilio ha dicho
Considera bien, hombre, quién te ha llenado de sus dones. Reflexiona un poco sobre ti mismo: ¿Quién eres? ¿Qué es lo que se te ha confiado? ¿De quién has recibido ese encargo? ¿Por qué te ha preferido a muchos otros? El Dios de toda bondad ha hecho de ti su intendente; te ha encargado preocuparte de tus compañeros de servicio: ¡no vayas a creer que todo se ha preparado para tu estómago solamente! Dispón de los bienes que tienes en tus manos como si fueran de otros. El placer que te procuran dura muy poco, muy pronto van a escapársete y desaparecer, y sin embargo te pedirán cuenta rigurosa de lo que has hecho con ellos. Luego lo guardas todo, puertas y cerraduras bien cerradas; pues aunque lo hayas cerrado todo, la ansiedad no te deja dormir...
Paz y bien, buen domingo
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Huellas de Jesús Martínez García
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