¿Porque lloras?
Domingo 10, C, tiempo ordinario, 2016. Lucas 7, 11-17
Jesús se emocionó y lloró a la muerte de su amigo Lázaro y en otra ocasión al ver de lejos la ciudad de Jerusalén por lo que sufrirían sus moradores cuando los romanos cercaran la ciudad. Ante la viuda de Naím se vuelve a emocionar porque tiene corazón ante el sufrimiento ajeno.
Lloró David después de cometer su pecado múltiple; lloró amargamente Pedro después de haber negado conocer a Jesús.Lloró la Magdalena a los pies de Jesús el día de su conversión, y junto a la Cruz y ante la tumba abierta. En esta última ocasión Jesús le preguntó: Mujer, ¿por qué lloras? (Jn 20,15). Entonces la Magdalena lloraba por la pérdida de Jesús.
Quizá sea hoy un buen día para que nos preguntemos por qué lloramos. Si es por la muerte de un ser querido, si es por el sufrimiento del que somos testigos, si es por el pecado; o si, por el contrario, es porque no nos sale lo que teníamos previsto, por nuestro amor propio herido, nuestra humillación, traducida en queja. ¿Qué es lo que nos hace sufrir y llorar? No olvidemos que «la rueda estropeada es la que más chirría». ¿No será acaso que pensamos mucho en nosotros mismos? Jesús, que se compadeció de aquella mujer viuda, nos dice también a nosotros: No llores. Si tenemos un poco más de sentido sobrenatural no nos dolerán las contrariedades -que podemos ofrecer a Dios-, nos quejaremos menos. Y sí, en cambio, nos dolerán aquellas otras cosas que hacían sufrir a Jesús, que hacen sufrir a los santos.
¿Cómo es nuestro arrepentimiento, nuestro dolor de amor, cuando acudimos al sacramento de la Confesión? ¿Es la humillación de que nos haya pasado eso a nosotros eso, es el temor, la vergüenza lo que nos causa pena? ¿No deben ser las lágrimas de Pedro, y sus palabras de arrepentimiento las que deberíamos repetir? Una vez arrepentidos, oiremos que el Señor nos dice: No llores.
Señor, Tú lo sabes todo; Tú sabes que yo te amo. Desde lo hondo a Ti grito, Señor. Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa.Paz y bien, buen domingo
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Huellas de Jesús Martínez García
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