"Pascua es la celebración que devuelve la vida y la esperanza al creyente"
Hola a todos en la paz del Señor!
Deseo compartir el mensaje de Monseñor Ramón Dus, Obispo de la Diócesis de Reconquista, Santa Fe, Argentina
Deseo compartir el mensaje de Monseñor Ramón Dus, Obispo de la Diócesis de Reconquista, Santa Fe, Argentina
Palabra, Eucaristía y SacerdocioUn fuerte abrazo en Cristo
El jueves santo congrega a toda la Iglesia para celebrar la última cena del Señor. En ella se renueva el mandato de Jesús a sus apóstoles de perpetuar su memoria. Como afirma de modo luminoso la exhortación Verbum Domini: “Palabra y Eucaristía se pertenecen tan íntimamente que no se puede comprender la una sin la otra: la Palabra de Dios se hace sacramentalmente carne en el acontecimiento eucarístico” (VD 55).
Tanto para los ministros ordenados como para todos los fieles, este día es una oportunidad única para recordar la reflexión de san Jerónimo: «Nosotros leemos las Sagradas Escrituras. Yo pienso que el Evangelio es el Cuerpo de Cristo; yo pienso que las Sagradas Escrituras son su enseñanza. Y cuando él dice: “Quién no come mi carne y bebe mi sangre” (Jn6,53), aunque estas palabras puedan entenderse como referidas también al Misterio [eucarístico], sin embargo, el cuerpo de Cristo y su sangre es realmente la palabra de la Escritura, es la enseñanza de Dios. Cuando acudimos al Misterio [eucarístico], si cae una partícula, nos sentimos perdidos. Y cuando estamos escuchando la Palabra de Dios, y se nos vierte en el oído la Palabra de Dios y la carne y la sangre de Cristo, mientras que nosotros estamos pensando en otra cosa, ¿cuántos graves peligros corremos?»” (Cf. DV 56).
Solo el amor, y de modo especial el amor recíproco que propone el mandamiento nuevo de Jesús nos puede animar a contemplar este misterio y a corresponder con nuestra vida a los dones de Dios. Se necesita un amor efectivo de nuestra parte para entender al Maestro y para ser su verdadero discípulo.
“El amor al prójimo, enraizado en el amor de Dios, nos debe tener constantemente comprometidos, personalmente y como comunidad eclesial, local y universal. Dice san Agustín: «La plenitud de la Ley y de todas las divinas Escrituras es el amor... El que cree, pues, haber entendido las Escrituras, o alguna parte de ellas, y con esta comprensión no edifica este doble amor de Dios y del prójimo, aún no las entendió».” (VD 103).
La Pascua de Jesús, Palabra del Padre
La vida y la misión de Jesús llegan a su plenitud en el misterio pascual. “Aquí nos encontramos ante el «Mensaje de la cruz» (1 Co 1,18). El, que es la Palabra encarnada enmudece, se hace silencio mortal, porque se ha «dicho» hasta quedar sin palabras, al haber hablado todo lo que tenía que comunicar, sin guardarse nada para sí.
«La Palabra del Padre, que ha creado todas las criaturas que hablan, se ha quedado sin palabra; están sin vida los ojos apagados de aquel que con su palabra y con un solo gesto suyo mueve todo lo que tiene vida». Así se nos ha comunicado el amor «más grande», el que da la vida por sus amigos (cf. Jn 15,13). (VD 12)-
El Silencio de Dios
“Como pone de manifiesto la cruz de Cristo, Dios habla por medio de su silencio. El silencio de Dios, la experiencia de la lejanía del Omnipotente y Padre, es una etapa decisiva en el camino terreno del Hijo de Dios, Palabra encarnada. Colgado del leño de la cruz, se quejó del dolor causado por este silencio: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mc 15,34; Mt 27,46). Jesús, prosiguiendo hasta el último aliento de vida en la obediencia, invocó al Padre en la oscuridad de la muerte. En el momento de pasar a través de la muerte a la vida eterna, se confió a Él: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc23,46).
“Esta experiencia de Jesús es indicativa de la situación del hombre que, después de haber escuchado y reconocido la Palabra de Dios, ha de enfrentarse también con su silencio. Muchos santos y místicos han vivido esta experiencia, que también hoy se presenta en el camino de muchos creyentes. El silencio de Dios prolonga sus palabras precedentes. En esos momentos de oscuridad, habla en el misterio de su silencio. Por tanto, en la dinámica de la revelación cristiana, el silencio aparece como una expresión de la Palabra de Dios” (VD 21).
La Palabra que resucita
“Este silencio de la Palabra se manifiesta en su sentido auténtico y definitivo en el misterio luminoso de la resurrección. Cristo, Palabra de Dios encarnada, crucificada y resucitada, es Señor de todas las cosas; él es el Vencedor, y ha recapitulado en sí para siempre todas las cosas (cf. Ef 1,10). Cristo, es «la luz del mundo» (Jn8,12), la luz que «brilla en la tiniebla» (Jn1,54) y que la tiniebla no ha derrotado (cf. Jn 1,5).
“Así se comprende plenamente el sentido del Salmo 119: «Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero» (v. 105); la Palabra que resucita es esta luz definitiva en nuestro camino. Los cristianos somos conscientes desde el comienzo de que, en Cristo, la Palabra de Dios está presente como Persona. La Palabra de Dios es la luz verdadera que necesita el hombre. Sí, en la resurrección, el Hijo de Dios surge como luz del mundo. Ahora, viviendo con él y por él, podemos vivir en la luz (VD 12).
La Pascua es el vértice del año cristiano. Es la celebración que devuelve la vida y la esperanza al creyente. Es realidad y símbolo. Es liberación y camino. Es cosecha y siembra del Amor infinito que vence a la muerte.
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