Ampliar los límites del amor
Mateo 5, 43-48
Y Jesús enseña a amar y amar y amar; extender los límites del amor hacia otros que no son tus hermanos, tus parientes y incluso a tus enemigos. Es una quimera? Miremos como era el mundo donde se crio, donde vivió.. es como ahora; lleno de mezquindades, de pobreza en un vereda, de opulencia en la de enfrente; la opulencia como toda excesiva acumulación de riquezas, estaba amasada con el sudor de los pobres y tejida por un sinnúmero de injusticias sociales.
En ese escenario Jesús planteaba lo imposible. Así se comporta el Señor, y así aspira a que nos comportemos nosotros. El problema es que, en nuestro caso, rápidamente surgen las excusas.
Aborrecer al enemigo responde a una lógica humana. Amarlo es lógica divina. Y Jesucristo nos pide entrar en esa lógica que es de un orden diferente. Amar según Dios es sobreponerse al sentimiento, la simpatía, el agrado o el desagrado que nos producen los demás. Ayer el Señor nos pedía reconciliación que significa volver a conciliar. Recuperar la armonía. Hoy nos pide extender el amor a quienes nos odian, nos han ofendido, son una amenaza, nos molestan o en definitiva, preferiríamos que desaparecieran.
Pero Jesús, en este pasaje del sermón de la montaña, lo deja clarísimo: no hay excusa que valga. El Señor nos amó primero, y por todos dio la vida. Jesús no le negó el saludo a nadie: ni siquiera a Judas en el Huerto de los Olivos.
Dios no ha esperado que nosotros lo amemos. Pero no solo eso: nos amó también después del pecado original. Nos ama antes, durante y después de cada caída. Nos ama a pesar de nosotros mismos. Y después de la Cruz, nos mira como aquellos por los que su Hijo dio la vida. Valemos toda la sangre de Cristo. Es decir, para Dios valemos todo.
En un mundo lleno de oscuridad, somos los cristianos los llamados a traer luz. En un mundo lleno de caras largas, somos los cristianos los llamados a contagiar la sonrisa. En un mundo lleno de miradas al suelo y oídos ocupados con auriculares, somos los cristianos los llamados a decir siempre, pase lo que pase, buenos días.
Los avances neurocientíficos han permitido entender cada vez mejor por qué la risa se contagia. Las explicaciones son muy profundas, pero lo que aquí nos interesa es la ratificación del hecho: la risa, lo confirma la ciencia, es contagiosa.
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Huellas de Ciudad Redonda y Opus Deí
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