Recobrar la visión, poco a poco


Evangelio Marcos 8,22-26.

«El alma del hombre tiene que ser pura, como un espejo brillante, cuando el pecado está en el hombre, el hombre ya no puede contemplar a Dios.» (San Teófilo de Antioquia)

Dios siempre está dispuesto a empezar de nuevo, como nos muestra el relato de Noé de la primera lectura del libro del Génesis. El arca simboliza la misericordia de Dios donde toda la creación, salvada, tiene una nueva oportunidad, pues como dice el salmo 115 que la liturgia nos propone meditar: “mucho le cuesta al Señor la muerte de sus fieles”.

Cada día es una nueva oportunidad para comenzar de nuevo, para llevar adelante nuestros mejores propósitos, para dejarte empapar del sol de la Gracia de Dios que amanece en nuestras vidas. Pues los mejores deseos, sin acción, no pasan de un sueño. Quizá haya reformas personales que nos cuesta llevar a cabo, que estamos posponiendo sin cesar, que sabemos que no pueden esperar más. Metámosla en el arca, como Noé, para que el Señor nos ayude a comenzar de nuevo. Pues Él está convencido de que nuestra vida tiene futuro, ¿nosotros, también?

Algo similar le ocurre al ciego del Evangelio de hoy. Su recobrar la vista es algo progresivo, lento, y se desarrolla poco a poco. En la vida espiritual, la toma de conciencia lúcida, ver con claridad nuestra existencia como Dios la ve, es un proceso gradual, no inmediato. Jesús le impone al ciego dos veces las manos para que vea bien.

Las reformas en nuestra vida y en la de los demás son progresivas, lentas pero constantes; avanzan poco a poco hasta alcanzar nitidez y concreción, como la vista del ciego curado por Jesús. Por ello, hay que tener paciencia con nosotros mismos y con los demás, saber esperar los tiempos del Espíritu y confiar en su acción curativa y regeneradora. En ocasiones, esta paciencia puede parecer una carga, pero es en esa espera donde encontramos las lecciones más valiosas y el crecimiento más auténtico.

Hoy es un buen día para pedirle al Señor que imponga sus manos sobre nuestra alma para ver mejor y más lejos, déjate tocar por Él. Esta imposición de manos no solo nos otorga visión, sino que también nos brinda fortaleza para enfrentar nuestras propias sombras y transformarlas en luz. A través de la oración y la contemplación, podemos pedir a Dios que nos guíe en este viaje de autoconocimiento y sanación.

Además, debemos recordar que este proceso de sanación no es solo para nosotros, sino también para nuestra comunidad. Al recibir la gracia y la claridad de Dios, nos convertimos en faros de esperanza y amor para aquellos que nos rodean. Nuestra transformación personal tiene el poder de influir y cambiar positivamente las vidas de otros, creando un círculo virtuoso de bondad y fe.

La paciencia y la confianza en Dios nos enseñan a vivir con gratitud, apreciando cada pequeño avance y celebrando cada paso hacia una vida más plena y en sintonía con el plan divino. 

Dejemos que el Espíritu Santo actúe en nosotros, permitiéndonos ver no solo con los ojos físicos, sino también con los ojos del corazón, abiertos a la belleza y la verdad de la creación divina.



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Sobre textos de Juan Lozano, Ciudad Redonda

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