Las dificultades de ser cristiano
23º Domingo. Evangelio de San Lucas 14, 25-23
Para ser cristiano, la Iglesia exige en realidad muy poco. Se bautiza a los niños recién nacidos y apenas se exige nada a sus padres; todo lo más, la asistencia a unas charlas preparatorias del acto del bautismo y un vago compromiso de actuar en cristiano educando al niño según la ley de Dios y los mandamientos de la Iglesia. Sin embargo, esto no era así al principio.
Para ser discípulo, Jesús ponía unas duras condiciones, que llevaban a quien quería serlo a pensárselo seriamente. Pocos seríamos cristianos, si para ello tuviéramos que cumplir las tres condiciones que, llegado el caso, Jesús exige a sus discípulos. Y digo llegado el caso, porque estas tres formulaciones del evangelio de hoy que vamos a comentar son “formulaciones extremas”; representan la meta utópica que no debemos perder de vista, estando dispuestos a alcanzarla en el seguimiento de Jesús.
Jesús planteó la vocación cristiana con radicalidad: hay que seguirle por encima de todo, por encima de la honra, de la familia, de los propios proyectos. Todas las personas y las cosas son buenas, y Dios las quiere para nosotros, pero si están vistas desde la respuesta generosa, porque lo primero es la llamada de Dios y la respuesta total. Todo ha de estar entregado..
Esto es lo que se pide al adulto que desea bautizarse, y en cualquier vocación cristiana específica (al sacerdocio, al estado religioso, a ser cristiano según un carisma determinado). Antes de dar esa respuesta, ha de pensarlo bien. Lo que Dios propone es algo serio. Es lo que llenará de sentido la vida terrena y la vida eterna. Es entender para qué hemos nacido y el modo en cómo hemos de vivir la vida. Pero no es un juego, un mero apuntarse. Uno se bautiza para ser cristiano, con todo lo que eso implica. Para después dejarlo, es mejor no asumir obligaciones graves.
Jesús enseña a renglón seguido que no hemos de tomar decisiones imponderadas, precipitadas, sino tomándonos el tiempo necesario, pidiendo consejo a quien pueda darlo. Esa prudencia no consiste en investigar si me interesa o no responder a Dios, si me compensa o no, si van a decir otras personas de mi familia, o calcular si voy a ganar o perder humanamente al entregarme a Dios.
No se trata de eso, porque el planteamiento de Jesús es claro: el que calcula con Dios, no es digno de Él. Se trata de pedir luz a Dios, de tomarse el tiempo necesario para que, partiendo desde la humildad y la generosidad, acertar en lo que Dios quiere para mí, sabiendo que no es una ilusión y que abarcará toda la vida.
No en vano el libro de la Sabiduría formula hoy a modo de interrogante la dificultad que tiene conocer el designio de Dios y comprender lo que Dios quiere. Será necesario para ello recibir de Dios sabiduría y Espíritu Santo desde el cielo para adecuar nuestra vida a la voluntad de Dios manifestada por Jesús.
Necesitamos ciertamente esa ayuda del cielo para ir contra corriente y tener la capacidad de renuncia total que pide el evangelio y a la que debemos estar dispuestos, llegado el caso. Pero esto que en el evangelio se nos propone como exigencias radicales de Jesús hoy no es tanto el comienzo del camino, sino la meta a la que debemos aspirar, aquello a lo que debemos tender, si queremos seguir a Jesús.
Tal vez no lleguemos nunca a vivir con esa radicalidad las exigencias de Jesús, pero no debemos renunciar a ello, por más que nos encontremos a años luz de esa utopía.
Paz y bien, buen domingo
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Huellas de Jesús Martínez García / Blog de Antena Misionera
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