Como Jesús, vencer a las tinieblas
Evangelio de Lucas 4, 1-13
El Evangelio del 1° domingo de cuaresma nos relata las tentaciones de Jesús en el desierto. Fueron cuarenta días en los que ayunó al comienzo de su vida pública. Cristo en el desierto sufrió tres tentaciones muy específicas que desvelarán todos los deseos lícitos e ilícitos del hombre desde el principio de los tiempos y anuncia cómo terminará la historia en cuanto que combate entre el bien y el mal. Las tentaciones de Cristo, son la síntesis de la historia de la humanidad
Joseph Ratzinger, en su Jesús de Nazaret, editado siendo ya Papa, relaciona también las tentaciones de Jesús y su estancia en el desierto con la historia de la humanidad. Cristo, como un nuevo Adán, permitirá el combate con el Diablo y le derrotará, conciliando finalmente la naturaleza quebrada por el pecado. Siguiendo la teología de San Pablo, afirma que donde fracasó el primer hombre, Adán, Cristo va a triunfar. Cristo se presenta como tipo de Adán. Si con el pecado de Adán cayó toda la humanidad, Jesús quiere ahora demostrar que es posible la salvación para toda la humanidad que lo desee y esté dispuesta a resistir las tentaciones diabólicas.
Las tentaciones no fueron una contrariedad que se cruzó en su camino, sino algo previsto en los planes de Dios para que aprendiésemos que, como Él, también nosotros seremos tentados.
Las criaturas son un reflejo de la Bondad y la Omnipotencia divina. Son buenas, pero en la Biblia (y de modo específico en el Eclesiastés) se nos habla de la vanidad de vanidades que, sin Dios, son la ciencia, la riqueza, el amor y la vida. La Iglesia posee un sentido demasiado realista del pecado como para abandonarse candorosamente a una exaltación incondicional de las riquezas de la creación, y no olvida las advertencias de Dios sobre el hechizo y la fascinación de las criaturas, que exponen a las almas a apartarse de Dios: ¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma?
Debido a la malicia que anida en nuestro corazón y a nuestra fragilidad, en ocasiones las criaturas constituyen un obstáculo que nos aleja de Dios; y tras nuestras caídas, se convierten en fuente de abundantes lágrimas. Las Confesiones de san Agustín están llenas de estos suspiros y lamentaciones motivados por el recuerdo de sus caídas personales.
Del evangelio de hoy podemos sacar algunas conclusiones prácticas: descubrir todo aquello que para nosotros es ocasión de pecado, y rechazarlo con prontitud, sin dialogar con el diablo, como hizo Jesús. Aunque puedan ser cosas buenas, si no lo son para nosotros. Se nos pide una decisión radical. A la vez, debemos ver las tentaciones como oportunidades que se nos presentan para demostrar nuestro amor a Dios. Tener tentaciones no es malo, lo malo es caer, hacer el mal. Si sabemos aprovecharlas nos pueden dar mucha presencia y unión con Dios.
Espíritu Santo.., entra hasta el fondo del alma, divina luz, y enriquécenos. Mira el vacío del hombre, si tú le faltas por dentro; mira el poder del pecado, cuando no envías tú aliento. Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo, lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo, doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero. Reparte tus siete dones, según la fe de tus siervos; por tu bondad y tu gracia, dale al esfuerzo su mérito; salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno. Amén.
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Huellas de: p. Jesús Martínez García y de Javier Barraycoa - Imagen: "La tentación de Cristo" (Botticelli)
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