No es de afuera hacia adentro, sino de adentro hacia afuera


Evangelio (Mc 7, 14-23) - “Lo que sale del hombre es lo que hace impuro al hombre”

Quizás no exista un registro que lo demuestre, pero es factible que la nuestra sea la época de las dietas. Es difícil creer que en otro momento histórico los libros sobre nutrición sana y correctos hábitos alimenticios hayan tenido un índice de ventas tan alto como actualmente.

Sin duda, esto puede considerarse un avance. Los adelantos científicos y médicos han permitido un conocimiento cada vez más detallado del cuerpo humano, de sus reacciones, de lo que le hace bien y de lo que le hace mal. Ese conocimiento, probablemente, ha mejorado la salud y la calidad de vida de mucha gente.

Sin embargo, valdría la pena analizar cómo está la balanza: ¿cuántas de esas personas que dedican dinero, tiempo y esfuerzo al mantenimiento de su cuerpo, están dedicando al menos los mismos recursos al mantenimiento de su alma? ¿Intentan, al menos, leer libros que los orienten en ese sentido?

En este pasaje del evangelio, que va en continuidad con el que leímos ayer, Jesús está intentando ayudar a las personas que le escuchan a fijarse en lo realmente importante: en esa época, por la influencia de los fariseos, había una gran preocupación por la pureza ritual, que incluía la prohibición de una serie de alimentos que podían manchar a la persona.

No obstante, el Señor quiere que se den cuenta de que hace falta invertir el movimiento: no es de afuera hacia adentro como se mancha el alma, es de adentro hacia afuera cómo surge la impureza.

A veces podemos tener la tendencia a poner el énfasis en las circunstancias del ambiente: la publicidad, las conversaciones de los amigos, la influencia negativa de algunos medios. Pero Jesús insiste en que lo primero hacia lo que debemos dirigir nuestra mirada en cada examen de conciencia es nuestro propio corazón. ¿Realmente sabemos hacer dieta de lo que mancha nuestra alma? ¿Realmente sabemos purificar esa fuente de pecado que es nuestra propia interioridad?

Vale la pena que nos preguntemos si por tener el alma limpia hacemos al menos el mismo esfuerzo que por tener el cuerpo sano. Para eso, es muy útil el trato continuo con María Santísima: Ella, que es totalmente pura, irá limpiando con su amor maternal todas estas cosas malas que proceden del interior y hacen impuro al hombre, llevándonos por el camino de la contrición. 

Paz y bien



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Con textos de Luis Miguel Bravo Álvarez, Opus Dei

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