¿Donde esta tu hermano?
Esa es la pregunta del Señor a Caín y que nos relata el libro del Génesis, capítulo 4, versículo 9. Puede parecer una pregunta que nada tiene que ver con nosotros, pero la Palabra de Dios nos llama a romper el individualismo al que estamos abonados en nuestro modo de vivir. Nos olvidamos de que el crecimiento y la felicidad interior no pueden acontecer sin la preocupación y ocupación de los demás, pues no somos sin los otros.
Volviendo a la pregunta inicial, en el relato del Génesis Caín le responde a Dios: “No sé; ¿soy yo el guardián de mi hermano?” Si, eres el guardián de tu hermano. Debemos preocuparnos más por ellos, precisamente porque son nuestros hermanos; el otro es importante para uno.
El salmo 49 que nos presenta la liturgia de hoy, en su última estrofa tiene palabras duras ante esta falta de fraternidad: “Te sientas a hablar contra tu hermano, deshonras al hijo de tu madre; esto haces, ¿y me voy a callar? ¿Crees que soy como tú? Te acusaré, te lo echaré en cara”.
El Papa Francisco en la encíclica Fratelli Tutti, publicada hace cinco años, nos hace un recordatorio y llamamiento a cuidar los unos de los otros. Nos dice en el nº 8: “Entre todos. Anhelo que en esta época que nos toca vivir, reconociendo la dignidad de cada persona humana, podamos hacer renacer entre todos un deseo mundial de hermandad. Entre todos: He ahí un hermoso secreto para soñar y hacer de nuestra vida una hermosa aventura. Nadie puede pelear la vida aisladamente. Se necesita una comunidad que nos sostenga, que nos ayude y en la que nos ayudemos unos a otros a mirar hacia delante.”
Tiempo para mejorar, para crecer, para desatar, pero pasando por los otros, nunca solos. Es el hilo conductor de nuestra preparación: estar-con. Bastantes soledades vive nuestra sociedad para que nosotros le sumemos nuestras indiferencias, individualidades o egoísmos. Más que nunca necesitamos generar fraternidad.
En el evangelio de hoy, le piden un signo a Jesús. Quieren ver su poder, pero no entienden que su poder no es el de la fuerza o violencia, sino el de la liberación y sanación que utiliza, no para dominar, sino para curar. Por eso el texto del evangelio nos explica muy bien la reacción de Jesús ante esta petición de fuerza: “dio un profundo suspiro y se marchó”. No hay signo, no habéis entendido nada.
El signo que Jesús quiere es el que hace con nosotros: entregarse hasta el final. Por eso, estemos atentos para ver dónde está nuestro hermano, qué necesita de uno, cómo lo puedo ayudar. Será un buen tiempo de crecimiento personal que nos llevará más cerca de Dios.
Paz y bien.
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Textos de Juan Lozano, Ciudad Redonda
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