El amor que transforma
31º Domingo. Evangelio de San Lucas 19, 1-19
Comparto la reflexión del padre Jesús Martínez García sobre el encuentro entre Jesús y Zaqueo. Lucas describe de manera hermosa el comportamiento de Dios con la persona humana, nos muestra a Jesús enseñándonos que el Padre–Dios es siempre el mismo: compasivo, perdonador, amigo de la vida, que ama todo lo que existe, pone su aliento de vida en todas las cosas.
Zaqueo se acercó al lugar por donde iba a pasar Jesús. A veces es la curiosidad lo que hace que alguien se acerque a un santuario mariano, a una iglesia, o le lleve a preguntar a un sacerdote. Otras veces, sin embargo, no se quiere ir a ese encuentro, no sea que uno advierta que tendría que convertirse y cambiar de vida.
Ese encuentro de Zaqueo con Jesús fue decisivo para él. Reconoció sus errores, reparó sus pecados y cambió de vida. La consecuencia de todo ello fue la alegría. Para Zaqueo, posiblemente, fue un encuentro fortuito, casual; para Jesús no: Jesús conocía a Zaqueo sin que él lo supiera desde hacía mucho tiempo y le llamó por su nombre.
En nuestra conciencia nos damos cuenta de la voz de Dios que nos pide ese cambio, ese acercamiento al sacramento del perdón. Son necesarias cinco cosas: examinar la conciencia para ver lo que hemos hecho mal, tener dolor de los pecados y detestarlos, con propósito de no volver a cometerlos, decir los pecados al confesor, y estar dispuestos a reparar y a cumplir la penitencia que nos fuere impuesta.
Es muy sencillo recibir el perdón de Dios y llegar a tener la alegría del corazón, pero hemos de superar dos obstáculos: la soberbia y la pereza. Hemos de estar dispuestos a bajarnos del árbol de nuestra autosuficiencia, en el que tenemos nuestras seguridades (aunque estemos ciertamente incómodos ene ellas), y a vencer la pereza para recorrer los cinco pasos que llevan a las aguas de la salvación. Y uno de ellos es ir al sacerdote.
Señor que me buscas y me esperas, que sólo deseas mi bien, que eres compasivo y rico en clemencia, auméntame la humildad, dame un corazón nuevo. Yo quiero salir a tu encuentro, porque no es sólo mi alegría, es que sé que te doy una alegría, y es fiesta en el cielo, cada vez que acudo a este sacramento.
Paz y bien, buen domingo
Comparto la reflexión del padre Jesús Martínez García sobre el encuentro entre Jesús y Zaqueo. Lucas describe de manera hermosa el comportamiento de Dios con la persona humana, nos muestra a Jesús enseñándonos que el Padre–Dios es siempre el mismo: compasivo, perdonador, amigo de la vida, que ama todo lo que existe, pone su aliento de vida en todas las cosas.
Zaqueo se acercó al lugar por donde iba a pasar Jesús. A veces es la curiosidad lo que hace que alguien se acerque a un santuario mariano, a una iglesia, o le lleve a preguntar a un sacerdote. Otras veces, sin embargo, no se quiere ir a ese encuentro, no sea que uno advierta que tendría que convertirse y cambiar de vida.
Ese encuentro de Zaqueo con Jesús fue decisivo para él. Reconoció sus errores, reparó sus pecados y cambió de vida. La consecuencia de todo ello fue la alegría. Para Zaqueo, posiblemente, fue un encuentro fortuito, casual; para Jesús no: Jesús conocía a Zaqueo sin que él lo supiera desde hacía mucho tiempo y le llamó por su nombre.
En nuestra conciencia nos damos cuenta de la voz de Dios que nos pide ese cambio, ese acercamiento al sacramento del perdón. Son necesarias cinco cosas: examinar la conciencia para ver lo que hemos hecho mal, tener dolor de los pecados y detestarlos, con propósito de no volver a cometerlos, decir los pecados al confesor, y estar dispuestos a reparar y a cumplir la penitencia que nos fuere impuesta.
Es muy sencillo recibir el perdón de Dios y llegar a tener la alegría del corazón, pero hemos de superar dos obstáculos: la soberbia y la pereza. Hemos de estar dispuestos a bajarnos del árbol de nuestra autosuficiencia, en el que tenemos nuestras seguridades (aunque estemos ciertamente incómodos ene ellas), y a vencer la pereza para recorrer los cinco pasos que llevan a las aguas de la salvación. Y uno de ellos es ir al sacerdote.
Señor que me buscas y me esperas, que sólo deseas mi bien, que eres compasivo y rico en clemencia, auméntame la humildad, dame un corazón nuevo. Yo quiero salir a tu encuentro, porque no es sólo mi alegría, es que sé que te doy una alegría, y es fiesta en el cielo, cada vez que acudo a este sacramento.
Paz y bien, buen domingo
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