Ser los últimos
Paz y bien
25º Domingo, B, Marcos 9, 30-37
¡Qué humano es querer ser reconocido! Y qué poco sobrenatural, porque, como dice san Gregorio Magno, «sólo quien ama en verdad a Dios no se acuerda de sí mismo». Aquí tenemos una señal de nuestra humildad, y en definitiva de nuestro amor a Dios. Sería una pena que hiciéramos el bien con el secreto deseo de autofelicitarnos o de recibir la gloria de los demás.
Es una necedad vivir de cara al público, intentar que se hable de uno mismo, inquirir qué opinión tienen. Además es fuente de sufrimiento y de envidia. Lógicamente haremos muchas cosas bien, para la gloria de Dios y el bien de los demás. Pero aunque no nos lo reconozcan -mejor si no lo advierten- no hemos de tener pena ni sentirnos humillados.
Quien intenta actuar bien, nada le tiene que importar lo que puedan pensar o decir los demás. Lo único que importa es agradar a Dios. Eso sí que deja paz en el alma; incluso aunque, procurando obrar bien, se haya actuado mal.
Teresa de Lisieux lo vio con claridad y así lo vivió: «comprendí lo que era la verdadera gloria. Aquel cuyo reino no es de este mundo me enseñó que la verdadera sabiduría consiste en querer ser ignorado y tenido por nada, en poner su gozo en el desprecio de sí mismo. ¡Ah!, como el de Jesús, yo quería que mi rostro estuviera verdaderamente escondido, que nadie sobre la tierra me reconociera (cf. Is 53,3). Tenía sed de sufrir y de ser olvidada» (Historia de un alma).
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Huellas de Jesús Martínez García
25º Domingo, B, Marcos 9, 30-37
¡Qué humano es querer ser reconocido! Y qué poco sobrenatural, porque, como dice san Gregorio Magno, «sólo quien ama en verdad a Dios no se acuerda de sí mismo». Aquí tenemos una señal de nuestra humildad, y en definitiva de nuestro amor a Dios. Sería una pena que hiciéramos el bien con el secreto deseo de autofelicitarnos o de recibir la gloria de los demás.
Es una necedad vivir de cara al público, intentar que se hable de uno mismo, inquirir qué opinión tienen. Además es fuente de sufrimiento y de envidia. Lógicamente haremos muchas cosas bien, para la gloria de Dios y el bien de los demás. Pero aunque no nos lo reconozcan -mejor si no lo advierten- no hemos de tener pena ni sentirnos humillados.
Quien intenta actuar bien, nada le tiene que importar lo que puedan pensar o decir los demás. Lo único que importa es agradar a Dios. Eso sí que deja paz en el alma; incluso aunque, procurando obrar bien, se haya actuado mal.
Teresa de Lisieux lo vio con claridad y así lo vivió: «comprendí lo que era la verdadera gloria. Aquel cuyo reino no es de este mundo me enseñó que la verdadera sabiduría consiste en querer ser ignorado y tenido por nada, en poner su gozo en el desprecio de sí mismo. ¡Ah!, como el de Jesús, yo quería que mi rostro estuviera verdaderamente escondido, que nadie sobre la tierra me reconociera (cf. Is 53,3). Tenía sed de sufrir y de ser olvidada» (Historia de un alma).
Señor, ayúdanos a entender que todo lo de esta tierra –bienes y honores– nada valen en comparación con poseer tu amor, y que el amor se manifiesta en el servicio, en hacer el bien, en ayudar eficazmente. Que no queramos ser los primeros, si no es en el amor.Fraternalmente,
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Huellas de Jesús Martínez García
Que hermoso blog!!!
ResponderBorrarQue palabras tan llenas de amor,de humildad y sabiduria.
Bendiciones.