Te llama por tu nombre


Lucas 5, 1-11

Dios te mira, quien quiera que fueras. Dios te llama por tu nombre. Te ve y te comprende, él que te hizo. Todo lo que hay en ti le es conocido; todos tus sentimientos y tus pensamientos, tus inclinaciones, tus gustos, tu fuerza y tu debilidad. Te ve en los días de alegría y en los tiempos de pena. Se interesa por todas tus angustias y tus recuerdos, todos tus ímpetus y los desánimos de tu espíritu. Dios te abraza y te sostiene; te levanta o te deja descansar en el suelo. Contempla tu rostro cuando lloras y cuando ríes, en la salud y en la enfermedad. Mira tus manos y tus pies, escucha tu voz, el latido de tu corazón y hasta tu aliento... 

¿Qué es el hombre, que somos, que soy, para que el Hijo de Dios tuviera por mí una preocupación tan grande? ¿Quién soy para que me... ascendiera a la naturaleza de un ángel, transformando la sustancia original de mi alma, me hubiera rehecho - yo que soy un pecador desde mi juventud - y para que hiciera de mi corazón su morada, de mí su templo? 

Eres un ser humano rescatado y santificado, su hijo adoptivo; te hizo el don de una parte de la gloria y la bendición que emanan eternamente del Padre sobre el Hijo único. Has sido escogido para ser suyo... 

Nada dura mucho si tiene fin. Nada es absoluto si tiene límites. Los días de dolor pareciera que no terminan nunca; las noches de insomnio, los días de duro trajinar, la enfermedad molesta y dolorosa, el problema angustiante, la pena que se aferra al espíritu con garras lacerantes... todo parece que durará para siempre, que nunca acabará.

Sin embargo, todo pasa, todo perece, todo termina, todo desaparece y todo se olvida; por eso, nada dura si tiene fin... una vez llegado a ese fin, ya no se puede hablar de mucho, pues ya estamos en la nada.

En cambio, el Absoluto, el que no tiene ni principio no fin, el que es eterno e inmutable, Dios, es el que nunca pasa, el que por lo mismo no sólo es mucho sino que es todo.

“Yo soy el Alfa y la Omega, dice el Señor Dios, El que es, el que era y el que ha de venir, el Señor del Universo”.

En nuestra vida, Dios no puede ocupar un segundo lugar; nada puede haber superior a Dios, ni tampoco puede ocupar el primer lugar, sino que ha de ocupar todo lugar, te llama por tu nombre.

¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por de fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas que tú creaste.

Tú estabas conmigo, pero yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían.

Me llamaste y clamaste, y quebraste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume, y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti; me tocaste, y deseo con ansia la paz que procede de ti.

Agustín de Hipona, Las Confesiones




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