Seguir a Jesús con los pies en la tierra y el corazón en alto

Evangelio según san Lucas (14,25-33):

Hay decisiones que no se toman por impulso, sino que se meditan con el alma. Seguir a Jesús no es una moda ni una emoción pasajera. Es una elección radical, que empieza en lo más profundo del corazón y se construye, día a día, con la vida misma. Jesús no habla de romper vínculos, sino de ordenar prioridades. Cuando Él dice que debemos “posponer” incluso a los más cercanos, nos está recordando que nuestra entrega no puede tener condiciones ni excusas. Es una invitación a poner a Dios en el centro, sin que eso signifique dejar de amar a quienes nos rodean.

Muchos en la parroquia preguntan: “¿Qué significa cargar con la cruz?” Algunos imaginan sufrimientos grandes o tragedias, pero la mayoría de las veces, la cruz tiene forma de perseverancia silenciosa. Es la paciencia con la familia, la entrega constante en el grupo de oración aunque no siempre se vean frutos, la humildad de limpiar el templo sin que nadie lo note, o el perdón ofrecido aunque duela. La cruz, en nuestra comunidad, tiene cara de servicio. Y lo hermoso es que nadie la lleva solo. En las pequeñas cosas, en los gestos sencillos, ahí también se sigue a Jesús.

Calculando el costo del discipulado, No se trata de hacer matemáticas con la fe, pero sí de vivirla con madurez. Jesús pone el ejemplo de un constructor que se sienta a hacer cálculos. No porque dude, sino porque es sabio. El discipulado requiere entrega, sí, pero también requiere saber lo que uno está dispuesto a dejar atrás. En el trabajo comunitario, esto se nota cuando hay que decidir entre tiempo personal o una reunión del equipo pastoral. Cuando hay que elegir entre descanso o acompañar una visita a un enfermo. No todo se puede hacer. Pero quien decide seguir a Jesús con el corazón entero, encuentra sentido incluso en el cansancio.

Renunciar no es perder, sino ganar espacio interior. No se trata de vivir sin nada, sino de no estar atados a todo. Hay quienes tienen mucho, pero su alma está libre, porque saben que todo es para servir. Y hay quienes, con poco, están encadenados a sus deseos o temores. Jesús propone una renuncia que nos hace livianos para caminar. En el grupo juvenil, en el ministerio de música, en las misiones, aprendemos que el verdadero gozo viene cuando compartimos sin medida, cuando lo nuestro se convierte en ofrenda para otros. Esa es la riqueza del discipulado.

Ninguno de nosotros camina solo. En las comunidades parroquiales, los movimientos y grupos apostólicos, encontramos reflejos de esta enseñanza. El que acompaña a otros en la fe necesita también calcular su entrega. No para medir lo que da, sino para darlo con responsabilidad y alegría. Hay jóvenes que descubren su vocación al servicio cuando ayudan en una catequesis. Hay adultos que se vuelven referentes silenciosos por su constancia. Todos, desde su lugar, construyen la torre de la fe con materiales sencillos: oración, disponibilidad, escucha y fidelidad.

El don de la sabiduría, que es algo que hemos de pedir constantemente al Señor, nos permite dar­nos por completo, con libertad y de una manera trans­parente a este amor. Quien ha sido vencido por este amor ya no tiene miedo de nada por parte de Dios. El amor vence todo temor. Ya nada nos podrá asustar.

Paz y bien

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