Servir a Dios o al dinero.

La liturgia del domingo 21 pasado, en la primera lectura describe una situación en la que caían muchos comerciantes, en tiempos de Amós. De domingo a viernes, haciendo trampa en el mercado, engañando y viviendo como si Dios no jugara ningún papel en su vida. Considerándolo, más bien, una molestia, porque el sábado no podían hacer ningún negocio. En vez de disfrutar de la posibilidad de rezar al Dios que los había liberado de la esclavitud de Egipto, que los había llevado a la Tierra Prometida, estaban quejosos y descontentos. El dinero genera en torno a sí un culto idolátrico. Es la idolatría de nuestro tiempo. Quien ofrece dinero, obtiene votos; quien se presenta adinerado recibe honor, gloria. Quien facilita el crecimiento económico es bien visto en cualquier institución. En la iglesia no llegamos a esos excesos. Pero sí que nos tienta el modelo empresarial de nuestra sociedad y no tenemos imaginación y creatividad suficiente para ensayar otro modelo alternativo, en el que no quedemo...